¿Y Chile? El olvido ferroviario más allá del Gran Santiago. Por Ricardo Rincón González, Abogado



Por décadas, el desarrollo ferroviario en Chile ha sido rehén de una centralización feroz. Mientras el Perú anuncia con ambición su “Tren Grau” —un megaproyecto de 2.446 kilómetros de longitud, 32.664 millones de dólares en inversión y una proyección de 30 millones de pasajeros al año— en Chile seguimos aplaudiendo el Metro de Santiago como si fuera el epítome del desarrollo nacional. La verdad incómoda es esta: Santiago no es Chile, pero el Estado se comporta como si lo fuera, ello al punto de invertir miles de millones de dólares en un transporte ferroviario de talla mundial para la capital, desentendiéndose de un desarrollo ferroviario del mismo nivel para el resto de las regiones del país.
El contraste no puede ser más evidente. En Perú, el Ministerio de Transportes ha concebido un sistema ferroviario que cruzará prácticamente todo su litoral, desde Tumbes a Tacna, beneficiando directamente a casi 20 millones de personas. ¿Y en Chile? Nuestra red nacional de ferrocarriles es una suma de parches, con planes trienales o quinquenales poco ambiciosos, que apenas logran mantener vivos algunos tramos al sur de Santiago, gracias a una Empresa de los Ferrocarriles del Estado (EFE) que sobrevive endeudándose.
La empresa Metro S.A., en cambio, goza de trato preferente: cada nueva línea es financiada “llave en mano”, lista para operar, con respaldo fiscal pleno, sin pasar por las penurias financieras de EFE. Así, el Estado de Chile parece tener dos caras: una eficiente, moderna y bien financiada para Santiago, y otra deslavada, precarizada y postergada para el resto del país.
¿Dónde quedó la maravilla del tren nocturno Concepción-Santiago, ícono de modernidad en los años 60 con vagones comedor de pequeñas lámparas de especial iluminación en cada mesa, con coches cama o dormitorios e intrínseco romanticismo sobre ruedas de fierro y ancha trocha que el pitar de melodía inconfundible del elegante jefe de estación no superaban ni la mejor película ferroviaria de Hollywood ? ¿Qué pasó con el sueño de conectar Arica con Puerto Montt a través de una línea continua, ecológica, y estructuradora del territorio nacional? La respuesta es dolorosa: se olvidaron de Chile. Mientras en el norte se cierran estaciones históricas, en el sur los anuncios no pasan de ser renders o estudios que jamás difícilmente a obra.
Lo más paradójico es que la descentralización ferroviaria no solo es posible, sino que resulta estratégica para un país angosto y largo como Chile. Ferrocarriles bien diseñados reducen el impacto ambiental, conectan zonas aisladas, descongestionan carreteras y fortalecen polos de desarrollo regional. ¿Por qué entonces seguimos apostando todo a un solo tablero?
El proyecto del Tren Grau nos obliga a preguntarnos con crudeza: ¿por qué Perú puede y Chile no? ¿En qué minuto nos convencimos de que el desarrollo ferroviario era solo para una ciudad? Qué falta para tener nuestro proyecto “Tren Prat”.
Chile necesita un giro radical en su política ferroviaria. No basta con seguir invirtiendo en nuevas líneas para el Metro de Santiago mientras el resto del país viaja en buses sobrecaros o en trenes lentos, escasos y mal mantenidos. Se requiere una política nacional, ambiciosa y descentralizadora. Se requiere voluntad. Se requiere recordar que Chile es más que su capital y, sobre todo, se requiere el mismos trato, aunque incluso seamos más.
Porque si seguimos así, si no reaccionamos, sino miramos la historia reciente de la que nos alejamos a pasos agigantados, el tren del futuro nos pasará por el lado… sin detenerse, y Grau no podrá nunca encontrarse nuevamente con Prat.