A mi llegada a la ciudad, los vagos recuerdos que tenía desde mi anterior visita de hace casi 25 años, se confirmaron con tibieza, pero no encontré un detalle que confirmara mi anterior visita, algo que reconociera de manera irrefutable, sin embargo, en la soledad del cuarto, en muda contemplación, la imagen crepuscular del río me devolvió en forma instantánea a la noche de tormenta, en que, desde los mismos cristales, presenciamos conmovidos como el río se iluminaba con relámpagos que restallaban sobre él.
Radiante, el sol interrumpe mi sueño y absorto - en el delicioso instante en que, desde un mundo incierto, nos resistimos a volver a la realidad – observo el mágico recorrido del río en su viaje imperecedero, por los siglos de los siglos, y la belleza del entorno natural me aqueja como una oración de gratitud al amanecer. El sol lanza reflejos sobre el río que tiemblan como infinitos destellos de oro y plata que escurren por el agua guiados por la brisa, y yo, obediente al llamado del día, me levanto y me preparo para enfrentarme a algo de su inacabado misterio.
Un cuarto de siglo es un largo tiempo en la vida de un hombre y aunque en la vida de una ciudad no es más que un tiempo breve, surgen en tal período muchos cambios que la diferencian. En el centro histórico persisten ciertas residencias y construcciones de interés para el visitante, pero luce triste, disminuido y su importancia se ha desplazado hacia otros comercios, en donde altos edificios de cristal y acero se encaraman hacia el cielo, en un inextinguible afán del hombre por desafiar a Dios, y se yerguen orgullosos, dando cuenta de la altivez paraguaya.
Acuden a la presentación de un libro amigos comprometidos con alguien vinculado al evento, o personas que alientan el sueño de editar alguna vez un libro, y que no publican por timidez, falta de medios o ante la extraña dificultad de vencer el sentimiento de pudor que obliga a un autor a exponer algo de su intimidad al escribir un texto poético.
Junto a otros escritores de la región, estamos aquí para presentar algunos de nuestros libros y llama mi atención la presencia, en primera fila, de un señor vestido a una antigua usanza, que me recuerda una erradicada casta de mi infancia, viste traje y sombrero que calza con dignidad y cubre sus labios - afinando sus pulcras mejillas - un bigote entrecano que le transfiere carácter, y que permanece escuchando atento.
Carlos Miguel Fernandez Ortiz, abogado, escribano y escritor, como se presenta, habita desde siempre en Asunción y recurre a mí porque alienta el anhelo de que pueda orientarlo en su interés de publicar en Estados Unidos un libro en que da cuenta de la crisis en la Iglesia y que confía será todo un éxito. Antes de marcharse, con impasible rostro y voz pausada, melodiosa y delicada, entona el fragmento de un poema suyo:
La política es un nido - de víboras y escorpiones
De puñales por la espalda - boicots y conspiraciones
De paredes que escuchan - y teléfonos pinchados
Y cáscaras de bananas – sobre pisos alfombrados…
Y yo me quedo sorprendido, viéndolo alejarse apoyado en su bastón.
El cielo se ha poblado de nubes que dibujan sobre el río manchas oscuras, que mecidas por el viento se desplazan entre remansos de agua cristalina, bañadas por el sol. Un par de golondrinas en vuelo opone resistencia al aire, pero ceden, volcadas por la desproporcionada fuerza del viento, y se alejan en la dirección que éste les propone, sometidas. Una enorme mariposa amarillenta de efímera vida, revolotea desde siempre entre guijarros, sobre la verde ribera fresca del río, y el pálpito eterno del agua me inunda del extraño placer de saborear el delicado y sereno paso del mundo.
Charla y presentación frente a grupos de jóvenes estudiantes. ¡Alentador y gratificante! La inevitable pretensión de incidir en algo en la formación de seres que inician su recorrido por la misma senda por la que me interno hacia el final de mi propio camino.
Me siento entre dos mujeres abogadas y poetas. Una de ellas, en sus poemas, habla de espera y soledad, y antes de dejar la ciudad siento - y se lo digo - que hubiera querido conocerla mejor. ¡Habrá oportunidad! – concluimos, y uno de sus relatos me guía a un solitario paseo por la Plaza Uruguaya que me recuerda el Parque Lezama en Buenos Aires, que inspiró a Sábato. La otra, como el surco que en su rumbo sobre el mar deja un navío, deambula por la vida con disciplina de monje, sensibilidad de fuego intenso que brota desde un alma pródiga y mucha consecuencia ante su cargo. Matriarca en todas sus formas, abre su hogar a nosotros, y me inunda la calidez del aroma que integra la fragancia de lo humano y la dulce mano que subyace en su interior como un austero diamante que un día rebasará el retenido brillo de su contenido.
De súbito cambia el clima, el día se ensombrece y el río se oscurece más allá de la bruma ocultándome la otra orilla. Una ráfaga de viento agita con violencia las palmas de la ribera que se retuercen desconcertadas y la lluvia golpea con fuerza el cristal de la ventana. Una pareja de patos, en rasante y disciplinado vuelo, aletean, huyendo de la tormenta que se avecina y en su lucha contra el viento parecen advertir que en la dirección de la corriente el río arrastra desperdicios, y que la revelación y el éxito siempre están en la fuente, que se encuentra en la dirección opuesta.
Acudo a una cita con mi editor, escritor coherente y leal amigo. Agitado, me cuenta que la noche anterior vivió una experiencia perturbadora: A la hora del crepúsculo, dos amigos se dirigen al lago Ypacarai, el arpa suena en el tocacintas del auto interpretando la conocida canción. Un guardia, les concede autorización para ingresar por un recinto privado hasta las aguas del lago que anhelan tocar y que permanece en apacible soledad, pues los pobladores están preocupados de un trascendente partido de fútbol que se celebra a esa precisa hora.
Se distraen admirando la quietud de las aguas, se toman algunas fotos y dialogan mientras ven caer la tarde, hasta que de pronto son interrumpidos por el mismo guardia, que ha venido conduciendo su moto y se presenta conmocionado.
– Hay una niña llorando que clama por ayuda, pero no la pude ver – dice impresionado
Ha oscurecido, intrigados por el susto del guardia, los tres se dirigen al lugar, pero antes de llegar, éste les comparte la grabación de un audio que alcanzó a hacer y les comenta que apoyado contra un árbol descubrió una pintura y que además, su fiel perro ha desaparecido.
En la grabación se escucha la voz del guardia saludando y alumbrando hacia el bosque y de pronto irrumpe el sobrecogedor llanto de una joven que - sin dejarse ver - entre sollozos emite balbuceantes gemidos. Al oírlo, los otros dos se atemorizan, y el temor crece cuando encuentran el árbol en que yace apoyada la pintura, que contiene a su vez la silueta armoniosa de un árbol deshojado y emplazado sobre un páramo infértil en el que la luz de un sol esplendoroso ilumina el inicio de un atardecer con colores de intensos matices que decrecen a medida que se alejan del sol. En ese instante, descubren que el perro, oculto, los observa con timidez.
-Acércate amigo, lo invita el amo agachándose, pero insospechadamente, éste intenta morderlo. Sorpresivamente, en ese momento se extiendo en el lugar un nauseabundo hedor a muerte, y aterrados, el grupo huye del predio regresando a la ciudad.
Al día siguiente, al narrarme la experiencia, mi amigo sigue estremecido y al escuchar la grabación nos recorre un escalofrío y se nos eriza el cabello. Busca en internet y se encuentra con la leyenda de Limpia Concepción, joven que recorría la ciudad vendiendo chipa. Un día, un grupo de militares la raptó, violó y asesinó, lanzando su cuerpo al lago Ypacarai. Desde entonces, a veces, ella se presenta a la hora del crepúsculo, y los hombres que la ven, la siguen hasta el lago, pero al día siguiente son encontrados flotando sobre sus aguas, muertos.
-¡Jamás regresaré a ese lugar! – concluye con determinación mi amigo, y nos alejamos caminando por la ciudad poseedora de una economía que crece a un magnífico ritmo y que deberá expandir el ámbito de sus exportaciones si lo quiere mantener y yo me voy pensando que la leyenda de la malograda chica es literatura pura: una historia extraída de la esencia del ser humano, creíble, y en la que no es posible detectar la frontera entre la realidad y la ficción.