Por:The New York Times
Si pasamos una hora ejercitándonos, es una hora menos al día que podemos pasar siendo sedentarios.
Pero es probable que durante el día encontremos, de forma consciente o inconsciente, oportunidades para movernos menos, así, socavamos nuestras buenas intenciones y reducimos los posibles beneficios que podría proporcionar el ejercicio a nuestra salud, de acuerdo con un interesante estudio reciente acerca de cómo las personas invierten su tiempo, minuto a minuto, en los días que se ejercitan y los que no. La gestión del tiempo siempre es engañosa e involucra compensaciones constantes, que no siempre son voluntarias o siquiera conscientes.
Por ejemplo, si vamos de compras al súpermercado, después podríamos no tener tiempo suficiente para ir al gimnasio. O, si nos pasamos viendo capítulos de series uno tras otro, no podremos destinar esas horas acumuladas de sedentarismo a ninguna otra actividad.
Sin embargo, aunque muchos estudios y experimentos epidemiológicos previos han analizado cómo gestionamos nuestros días (cuántas horas en promedio pasamos durmiendo, sentados, trabajando, comiendo o ejercitándonos), pocos han analizado con detenimiento cómo equilibramos una actividad con otra y hasta qué punto algunas hacen a un lado a otras.
Estos detalles son importantes ya que si, por ejemplo, queremos usar el ejercicio para aumentar las calorías que quemamos durante el día, debemos evitar en general mantenernos inactivos los días que nos ejercitamos.
En otras palabras, los días que nos ejercitamos debemos pasar menos tiempo sentados y no dejar de hacer las actividades físicas que hacemos regularmente, como subir las escaleras o limpiar la casa, durante las horas que no nos estamos ejercitando.
Pero ¿lo hacemos?
Para descubrirlo, los investigadores del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos consultaron una base de datos ya existente y muy completa que incluía información de más de mil hombres y mujeres saludables de edad madura y edad avanzada.
Cuando los participantes se unieron al estudio, respondieron una serie de cuestionarios relacionados con la salud, incluyendo una observación detallada de sus hábitos del día anterior.
Para completar el formulario, se les pidió a los participantes que respondieran numerosas preguntas acerca de lo que habían hecho cada minuto del día previo, incluyendo el tiempo que habían estado en movimiento, la forma en que se habían movido y cómo, cuándo y dónde se habían sentado. ¿Habían estado viendo la televisión o sentados en un escritorio? ¿Se habían subido a un auto?
Todos los hombres y mujeres del estudio respondieron este cuestionario de memoria, alternando un mes sí y otro no, durante un año. Al menos uno de los cuestionarios abarcaba un día de trabajo (a menos que la persona estuviera jubilada) y otro un día del fin de semana.
A continuación, los investigadores reunieron toda la información de cada participante y comenzaron a generar un mapa de sus días.
En general, los participantes resultaron ser bastante sedentarios, lo cual los equipara con la mayoría de nosotros. La mayoría de los hombres y mujeres reportaron permanecer sentados aproximadamente entre nueve y diez horas diarias.
Gran parte de este tiempo ocurría dentro del hogar, en especial frente a la televisión.
Pero aproximadamente dos terceras partes del grupo afirmaron que se ejercitaban, al menos en algunas ocasiones.
Los participantes también reportaron que, cuando hacían ejercicio, las sesiones duraban una hora en promedio y su intensidad era moderada, como caminar a paso ligero.
Como se esperaba, las personas tenían que reorganizar otros aspectos de su vida los días que se ejercitaban.
En especial, pasaban menos tiempo realizando actividades “ligeras”, como quehaceres domésticos, salir de compras o caminar sin prisa.
Podría parecer meritorio aprovechar el tiempo que invertimos en estas actividades físicas incidentales para dedicárselo a un ejercicio más formal.
Sin embargo, resulta interesante que cuando los científicos calcularon el gasto de energía diario de cada individuo con ecuaciones ya existentes acerca del gasto energético de distintas actividades, descubrieron que las personas consumieron más energía en total (es decir, quemaron más calorías) los días que se ejercitaron que los días que no lo hicieron.
Pero la diferencia no fue abismal. De hecho, su esfuerzo diario neto aumentó solamente la mitad de lo esperado, dada la cantidad de calorías que quemaban durante el ejercicio, pues se movían menos haciendo otras actividades durante esos días.
Mientras tanto, la cantidad de tiempo que la mayoría de las personas que participaron en el estudio pasó viendo televisión apenas varió, se ejercitaran o no.
Charles Matthews, investigador sénior del Instituto Nacional para el Cáncer, comentó que “fue sorprendente” ver que la cantidad de tiempo que las personas destinaron al ejercicio había sido tomada de otras actividades físicas, no de las horas que pasaban sentadas frente a la televisión.
Por supuesto, este estudio se basó en lo que las personas recordaban de sus actividades diarias, lo cual es mera conjetura, sin importar el esmero con el que hayan llenado los cuestionarios.
No obstante, de acuerdo con Matthews, los patrones fueron constantes entre los mil hombres y mujeres participantes, y sugieren que podríamos investigar más a fondo y de forma más crítica cómo pasamos los días, en especial si esperamos que el ejercicio nos ayude a controlar nuestro peso y mejorar nuestra salud.
También afirmó que “podría ser útil” usar un dispositivo que monitoree nuestra actividad o mantener un registro cuidadoso de cómo y cuándo nos movemos o nos sentamos durante el día, y añadió que “es probable que muchos de nosotros no estemos conscientes de cómo distribuimos nuestro tiempo”.