La fallida acusación constitucional del 01/10/19, en contra de la Ministra de Educación Marcela Cubillos, da para sacar diversas lecciones de toda índole: desde las electorales, desde las coaliciones internas y externas, desde la lógica de gobierno-oposición, etc., etc. Todas pueden ser transformadas en hipótesis y, por tanto, susceptibles de ser llevadas a análisis factico y comprobar sus grados de veracidad y correspondencia con la realidad. Sin embargo, subyacen dos elementos que me interesa profundizar: En primer lugar, qué significa ser parte de la elite de un partido político, más específicamente siendo parlamentario, y, en segundo lugar, la responsabilidad política, con el partido y fundamentalmente, con la militancia.
¿Por qué se es parte de un partido político? En general la respuesta a esta interrogante, va por el lado de compartir ciertos idearios, valores y principios. Y si este partido tiene como bases fundadoras, elementos de la Doctrina Social de la Iglesia Católica, respecto del actuar en política, diremos que la actividad política es una de las más nobles, en tanto está orientada a obtener el “Bien Común”, no para servirse, ni para obtener beneficios personales. Es cierto que, conforme a los tiempos que corren, actuar en política desde esta perspectiva es muy difícil. No es menor el descrédito de la Iglesia Católica (con razón, digo yo) y por supuesto el estilo de hacer política y todo lo que la ha rodeado: financiamientos oscuros, por no decir definitivamente truchos; colonización y captura de la acción política, por el ámbito de los negocios y el dinero. Ejemplos hay varios y la opinión pública ya los conoce.
No obstante, lo anterior, y justamente para hacerle frente a ese estilo, el ser parte de un partido no puede ser solo el espacio para un ejercicio de la conciencia individual. En tanto que la adhesión es voluntaria, el peso del colectivo debe ser capaz de integrar las diferentes conciencias individuales.
De lo contrario, la perdida de individualidad y libertad que implican ser parte de un colectivo, será insoportable y la única conducta coherente que queda es dejar el colectivo y recuperar la libertad perdida. Ya que cuando se ha sido parte de la elite de un partido político, por años, donde se han obtenido privilegios, estatus y capacidad de incidir en ciertos destinos del país, sobre todo asociados a la articulación de políticas públicas, no hay espacios para “correr por la libre”, ni para el ejercicio libre de la conciencia.
O se es parte del todo, compartiendo lo bueno y lo malo, lo blanco y lo negro, o se opta por el ejercicio libre de oficios, profesiones, convicciones religiosas, fortunas y conocimientos. Si solo soy responsable de mis actos políticos ante mí mismo y no considero en esta actuar, a mis pares y sobre todo a la militancia que trabajó por mí y fue capaz de convertirme en parlamentario, no tiene sentido la pertenencia a un colectivo. Esa conducta es propia de cierta cultura pseudoaristocrática, soberbia y autoritaria; es insistir en que yo tengo la razón y los demás, incluidos mis pares, son inconscientes, irresponsables, ligeramente ignorantes y desaplicados (no leyeron la acusación) y yo, desde mi altura, cumplo con mi conciencia, ajena a cualquier consecuencia política.
En segundo lugar, asociado a la nula responsabilidad política con el colectivo y fundamentalmente con la militancia, hay una cuestión estética vergonzosa. Con los votos de dos de los nuestros, le entregamos a la derecha y al gobierno, el mayor triunfo político de este periodo. Todos presenciamos como la derecha, la misma negacionista, que considera daños colaterales a los asesinados, desaparecidos y torturados durante la dictadura, saltaba de alegría, enrostrándonos con sus cánticos y algarabía toda la soberbia para decirnos que la mejor de las suyas, la más representativa, la que fue uno de los rostros de la campaña de “mi general”, el año 1988, aquella que no le interesa la educación pública (porque no la conoce), ahora estructurará su futuro político, cualquiera sea éste, a partir de esta confirmación en su cargo. Es cierto, aunque hubiesen votado alineados con la bancada, no alcanzaban los votos, pero ese es otro tema y ya se traslucirán los precios y costos asociados a esta conducta.
*Oscar Osorio Valenzuela, es sociólogo de la Universidad de Chile y es militante de la DC.