José Antonio Kast nos habla desde un foco explícito, centrado en la seguridad, el control de la migración y la reactivación económica. Acude a una fórmula que aglutina bajo la consigna de un gobierno de emergencia. La potencia simbólica de ese encuadre es enorme; la postura decisionista promete orden, seguridad y prontas soluciones.La política accede a un paréntesis desde donde prima la gestión de amenazas y desde el cual la deliberación sobre fines colectivos es secundaria. Los conflictos políticos se convierten en problemas inmediatos y la violencia e inseguridad, real o percibida, definen la agenda por sobre la justicia social o el diseño institucional; todo queda a la espera de la normalidad. El consenso circunstancial tras el miedo concita apoyo, son asuntos reales que requieren respuestas en sintonía con el evidente diagnóstico.
Gobernar bajo el telón de la emergencia permite ampliación de facultades que pueden colisionar con el pluralismo democrático y los contrapesos institucionales. Es importante ponderar estos contornos. La convocatoria planteada sugiere el retomar la tradición conservadora de Jaime Guzmán, concepción que orienta al Estado hacia el tutelaje, hacia la defensa de un orden institucional que se modela como un opuesto frente al relativismo y debilitamiento recientes. Ese registro, esa memoria, esa actualización es profundamente doctrinal y se invoca contra el rupturismo, contra la refundación y contra toda amenaza. La unidad se forja desde la reactividad, desde el rechazo, desde el atajo de todo enemigo común. Pensar en una coalición diversa que se encuentre para proyectar un futuro compartido y que mantenga y proyecte heterogeneidad pública, sería simplemente un gusto muy propio de una retórica inútil y academicista.
Es importante anticipar los costos que subyacen a las estrategias que normalizan las medidas excepcionales, costos que tensionan las dimensiones de seguridad, migración y los compromisos internacionales derivados. La prioridad de administrar la crisis disminuye la potencialidad de la imaginación política, restringe la capacidad colectiva para pensar reformas de mayor alcance.
Lo controlable alcanza mayor visibilidad en detrimento de proyectar un arraigado pacto social; la mayoría proyectada, asumiendo los contornos y énfasis planteados se tornará defensiva. Las lógicas de restauración dominarán la escena por sobre las lógicas de adaptación y transformación. La funcionalidad estará condicionada por la estabilidad inmediata y eso evitará el contrapunto respecto a desavenencias internas o diferencias de fondo con laoposición.
Conflictos no cerrados ni comprendidos acumulan energía social negativa; los problemas de fondo no se solucionan con el formato emergencia. La construcción de mayorías estables, el avance en reformas estructurales, el fortalecimiento de la deliberación pública y los cambios en el diseño institucional requieren sacar a la política del hospital.
La derecha conservadora para avanzar en su legitimidad política necesita salir del paréntesis, superar la gestión cortoplacista y combinar la reacción inmediata necesaria con un proyecto político de mayor sentido y alcance. Probablemente lo doctrinario no se plantea para discusión pública y el actual diseño institucional no ofrece mayores desafíos.
La normalización, la restauración y todo aquello que apunta a la curación de nuestros miedos y enfermedades sociales, ofrecen una fragilidad inicial que lee la realidad desde las necesidades, desde las transversalidades primarias.
Las obligaciones, las acciones y las reactivaciones emergen desde lo indiscutible, desde la espera que antecede a toda normalidad, desde la emergencia que precede a la pregunta sobre el país que queremos. ¿Y si invertimos el sentido? ¿y si combinamos la reacción con la transformación? La tensión es evidente, nos muestra un propósito que orienta al presidente electo y también nos muestra lo que no ocurrirá, las puertas y puentes que deberán esperar. Ha emergido la emergencia y la nueva historia recién comienza.
