Columna de opinión
Lectura obligada para comprender la magnitud del proceso que afecta a la DC es la reciente columna publicada en los medios por Ramón Briones y Hernán Bosselin, en la cual, bajo el título “Consenso Comunitario, la salida ante la fractura ideológica de la DC”, analizan descarnada, franca y realistamente dicha fractura. ¿Está la DC fuera del PDC?, ¿Cuáles son las causas de su honda crisis?, se preguntan.
Los destacados juristas identifican numerosas causas, la pérdida de identidad, el abandono de los principios, el silencio o complicidad ante hechos vergonzosos de corrupción, el quiebre de la fraternidad y de la convivencia interna, la carencia de ideario y de épica, las erróneas estrategias de alianzas, etc. No obstante, mantienen la esperanza y fe, una especie de fe del carbonero, en que sería posible superar el colapso, mediante un acuerdo interno de paz y fraternidad que posibilitara recuperar principios y valores y, esencialmente, el sentido del comunitarismo, de aquella quimera histórica de construir una sociedad como una comunidad de comunidades, esto es, un rol más allá de izquierdas y derechas, de vanguardia y conciencia social de la nación. Advierten que durante años venían anticipando aquel colapso: “nunca fuimos escuchados, bregamos por cambios institucionales, por una política de desconcentración económica, por cortar el nudo gordiano de la corrupción y expropiar Soquimich, etc. Ninguna directiva nos oyó, los parlamentarios y dirigentes hicieron caso omiso a nuestros ruegos.”
Pero el tema no es sólo el colapso interno de la DC. Porque, ¿está la DC fuera del PDC?, cómo ellos se preguntan. ¿Qué ha sucedido con aquel millón de personas que han emigrado? Un año atrás, también en una columna, bajo el título “En busca del mundo DC”, reflexionábamos al respecto y nos preguntábamos, ¿Qué fue de aquella DC que congregaba a miles de adherentes, sobre todo jóvenes, dispuestos a trabajar solidaria, fraterna y desprendidamente por causas de bien común? Es evidente que hoy se trata de tiempos distintos; la realidad y las personas han cambiado. La revolución informática, la vertiginosa movilidad social y económica y, muy especialmente, el endiosamiento del dinero, han transformado radicalmente la cultura, gestando seres de acendrado individualismo, indiferentes a la vida comunitaria y a la suerte de los otros.
Así, en el contexto actual, desaparecieron estadistas del calibre moral y cultural de un Bernardo Leighton, un Eduardo Frei Montalva, un Jaime Castillo, un Radomiro Tomic. ¿Fue Patricio Aylwin la última de aquellas notables figuras que soñaban con una sociedad comunitaria, más humana, con una DC conciencia social de la nación?
Al esfumarse el noble espíritu cristiano y republicano que los inspiraba, el país se enfermó, y se desacreditó el espectro partidista, originándose una honda desafección hacia la política.
Esta crisis no sólo se reduce a los partidos y actores políticos, es cultural y ética, afectando a las ideologías y a las personas comunes y silvestres. Afecta a las ideologías, desde el momento en que los socialismos históricos sucumbieron ante la ineficacia de conjugar igualdad, libertad y bienestar y al neoliberalismo, por su ahínco monetarista, mercantilista y consumista y la correspondiente secuela de abusos e inequidades, que han destruido persistentemente los sentimientos más altruistas y humanitarios de las personas, como la fraternidad y la solidaridad.
Ante estos hechos la DC fue incapaz de reconfirmar, ratificar y pregonar su doctrina, una visión país, una concepción del hombre, la sociedad y el universo, fundados en el humanismo integral –no materialista-, que testimoniaron, enseñaron y legaron sus figuras históricas. Por el contrario, con insoportable levedad, cayó presa de un conjunto de operadores que la convirtieron en una agencia de empleos públicos, mientras sus tecnócratas sucumbían ante conspicuos directorios de los grupos económicos, y sus dirigentes, salvo contadísimas excepciones, encubrían situaciones de vergonzosa corrupción, como la impunidad de SQM que, con el aval del Gobierno anterior y del actual Fiscal Nacional, implicó la entrega del litio a una empresa criminalizada, perdiendo Chile uno de sus principales recursos naturales.
En la realidad presente, carente de líderes y frente a tan honda desafección y desconfianza en los partidos políticos, pareciera entonces prácticamente irrecuperable reencantar a ese gran mundo que algún día creyó en la DC. Por dicha razón, sugeríamos en la columna citada, la factibilidad de construir una especie de federación o confederación social cristiana, que reagrupara un amplio espectro de voluntades y visiones, fundadas todas en los principios del humanismo cristiano de Maritain, esto es, una concepción del hombre y del universo que concibe a la persona no sólo como un sujeto económico sino como un ser integral, y en la cual la sociedad ha de poseer un carácter comunitario, donde valores y virtudes sean más trascendentes que las cosas materiales. Tampoco la DC nos escuchó.
Recientemente, en un esfuerzo colectivo, con el apoyo de distinguidas personalidades, pero al margen de personalismos, se ha logrado avanzar en la conformación de esa federación, como un espacio de encuentro, reflexión y convergencia para social-cristianos de distintas procedencias, en el cual, respetando esas procedencias, asuman empero un compromiso común: revitalizar con nobleza y coraje los ideales, principios y postulados del social cristianismo en el Chile de hoy. Se trata de un desafío complejo y arduo, de mediano y largo plazo, que para su éxito exige de una condición fundamental: una auténtica y leal actitud de compromiso en los postulados del social cristianismo, que impida caer en la insoportable levedad de experiencias anteriores. Veamos entonces, asimismo, con fe y esperanza, que le deparará el destino a esta noble iniciativa.