La política chilena de la última década ha sido testigo de un fenómeno creciente: el auge de los diputados que se autodenominan "independientes". A primera vista, este aumento parece ser una respuesta directa al desgaste de los partidos tradicionales y la crisis de representación que se ha intensificado desde el 2011.
En efecto, el número de diputados independientes se disparó de manera exponencial, pasando de solo 8 en 2013 a 36 en 2021, un aumento de más del 350 % en menos de una década. Este crecimiento, impresionante por sí solo, podría interpretarse como una victoria de aquella parte de la ciudadanía que busca nuevas figuras y liderazgos fuera de las estructuras partidistas. No obstante, al examinar cómo estos independientes llegaron al Congreso, la imagen se vuelve más compleja.
El análisis de su integración en pactos electorales muestra una tendencia clara y abrumadora: la casi totalidad de los independientes electos lo hace bajo el alero de una coalición preelectoral. En 2013, el 62.5 % de ellos se sumó a un pacto, pero para 2021, esa cifra se disparó a un 97.2 %. De los 36 diputados independientes electos en la última elección, solo uno lo hizo por su cuenta, sin el apoyo de una estructura partidista. Análisis preliminares muestran que para la elección de diputados de 2025 se han inscrito 224 candidaturas de independientes dentro de pacto.
Esta tendencia no es casual. El sistema político chileno, y en particular la reforma electoral de 2015, ha creado un entorno que, si bien permite la inclusión de independientes en las listas, castiga severamente a quienes intentan competir en solitario. Las barreras para las candidaturas totalmente libres son significativas:
● Financiamiento: Las campañas son costosas y los recursos organizativos se concentran principalmente en los partidos.
● Visibilidad: Es difícil competir en notoriedad contra las grandes maquinarias electorales que tienen acceso gratuito a franjas de TV.
● Sistema D`Hondt: Este método de distribución de escaños favorece a las listas con más votos en su conjunto, haciendo muy difícil que un candidato individual obtenga un cupo sin ser parte de un pacto electoral, incluso en distritos de magnitud mediana (6-8 diputados en Chile).
Por lo tanto, los pactos electorales se han convertido en una especie de contenedor flexible o "arriendo de vientres políticos" para muchos de estos liderazgos, una estrategia que beneficia a ambas partes. Los partidos aprovechan la popularidad de estas figuras "no partidistas" para atraer a votantes desencantados, mientras que los independientes se aseguran un vehículo para llegar al Congreso.
Sin embargo, el fenómeno de los "independientes de pacto" plantea un riesgo significativo para la gobernabilidad, manifestado en la inconsistencia temporal de su conducta legislativa. A diferencia de los militantes de partido, cuya disciplina de voto y coordinación suelen estar ligadas a una línea programática o un acuerdo político de largo plazo, los independientes tienden a responder a lógicas más individualistas y cambiantes.
Este fenómeno, en lugar de ser un simple reflejo de la crisis de los partidos, es un síntoma de su reconfiguración adaptativa. Los pactos han demostrado ser instrumentos maleables, capaces de incorporar a figuras externas para nutrirse de su capital político. El resultado es un Congreso con una mayor pluralidad, pero también con el desafío de la gobernabilidad. La disciplina de voto y la coordinación legislativa se complican cuando las bancadas están compuestas por una mezcla heterogénea de militantes e independientes que responden a lógicas y desafíos diversos.
En definitiva, el auge de los "independientes" en el Congreso es una victoria agridulce para los partidos. Si bien demuestra una estrategia adaptativa exitosa para enfrentar la desafección de la ciudadanía, se logra a costa de constituir bancadas heteróclitas donde el individualismo político de los "independientes de pacto" puede complicar durante la legislatura completa la estabilidad y el trabajo parlamentario.