Existe consenso en que la operación de Cúcuta fue un fracaso político para la oposición venezolana. Probablemente, porque como casi siempre ocurre cuando se designa un acontecimiento como el día “D”, con el típico voluntarismo de querer que las cosas ocurran, este se repleta de expectativas altísimas. Sin embargo, no ocurrió nada de lo previsto. No entró la ayuda humanitaria a Venezuela, no se dividieron las FFAA Bolivarianas frente al decisión del régimen de bloquear las fronteras, no se produjo un levantamiento social contra el régimen de Maduro como Guaidó había pensado e incluso proclamado.
Las premisas eran falsas y, por ende, las conclusiones, los resultados, también fueron falsos. La primera de ella es que la profunda crisis social, económica y política que vive Venezuela pudiera resolverse en un solo acto sin dar tiempo al nuevo proceso iniciado por Guaidó y la Asamblea Nacional de unir, organizar, vitalizar, dar un sentido estratégico a una oposición que había perdido toda referencia de liderazgo y de ideas y se había debilitado hasta casi aparecer sin expresión en los últimos tiempos. La emigración forzada de casi tres millones de venezolanos no preocupa a Maduro porque debilita la presencia de la oposición y porque, como lo han gritado en las consignas del chavismo, prefieren que se vayan los “gusanos” y se queden los que están por defender la “revolución”.
Hay que reconocer que la irrupción y el liderazgo de Guaidó ha permitido rearticular una oposición que parecía dormida. Millones han vuelto a las calles para protestar contra Maduro. Esta también ha generado el mayor cuadro de aislamiento internacional vivido por el chavismo en los veinte años del régimen. Pero, ¿bastaba ello para pensar que una acción audaz y necesaria, como el ingreso de alimentos y medicamentos que los venezolanos necesitan perentoriamente, para dividir a las FFAA y producir una desestabilización definitiva del régimen de Maduro como lo pensó y transmitió Guiadó?
Lo primero es que las dictaduras no caen por su solo aislamiento internacional sino por una incontenible y constante movilización social donde el repudio del mundo es capaz de potenciar a la sociedad civil y de producir, por ello, hechos políticos relevantes, desestabilizadores.
Pero lo más sorprendente es que se haya pensado, por Guaidó y su entorno, que se supone tienen el pulso de la situación interna, que Cúcuta podía quebrar a las FFAA Bolivarianas y acompañar triunfante el ingreso de la ayuda humanitaria y del propio Guaidós al territorio venezolano. Las FFAA Bolivarianas, que solo entre el Ejército y la Guardia Nacional reúnen alrededor de 200 mil efectivos y son comandadas por más de 2 mil generales, son parte orgánica y estructural del régimen, están comprometidas en las violaciones a los derechos humanos, en las muertes y arrestos de miles de civiles, pero, además, mantienen el control de empresas del Estado obteniendo enormes prebendas económicas, realizando obscuros negocios, manejando, incluso con personeros de la familia de Maduro y de Cabello, el narcotráfico y son parte activa de la corrupción existente en Venezuela. Hay que agregar a ello el factor ideológico: son FFAA profundamente nacionalistas donde el discurso populista del chavismo ha penetrado y se ha transformado en la doctrina oficial de los cuerpos militares.
¿Esto significa que en una situación de crisis extrema, con un país en franco levantamiento social, estas FFAA Bolivarias son incólumes y no podrían quebrarse, al menos en un sector de la alta y media oficialidad y en la tropa, para asumir una postura que salvara a Venezuela de una guerra civil de imponderables consecuencias y de la ruina total del país? No, ningún cuerpo armado permanecerá fiel a su mando si el mando está extremamente debilitado y es incapaz de gobernar.
La siguiente pregunta es, por tanto, si esta era ya la situación de Maduro y su régimen el fin de semana de Cúcuta y los hechos han mostrado que no, que el régimen mantiene el apoyo de la FFAA y una activa capacidad de movilización de una parte de la sociedad profundamente ideologizada por el chavismo en estos veinte años de poder absoluto.
Sin embargo, pese al traspié de Cúcuta, Maduro es hoy más débil porque su elección fraudulenta está cuestionada nacional y mundialmente y la oposición reaparece con iniciativa política, con liderazgo y un apoyo internacional que hasta ahora no había tenido. No es menor que algunos de los líderes de PODEMOS que asesoraron a Chávez hoy le resten apoyo a Maduro y que este aparezca pública y personalmente cuestionado por el ideólogo del chavismo, el creador de la teoría del socialismo del siglo XXI Hans Dieterich, que ha señalado que Maduro ha conducido al país a una verdadera catástrofe política y social.
La oposición venezolana, que nunca ha gozado de unidad interna, y Guaidó en particular, debieran comprender que se inicia un nuevo proceso, que no hay soluciones mágicas contra un régimen totalitario como el de Maduro, que hay que reconstruir los liderazgos políticos y sociales porque solo con Guaidó no se gana esta batalla y , sobre todo, que hay que hacer política para construir una salida democrática a la crisis y donde el objetivo es lograr elecciones libres supervisadas por la ONU para que los propios venezolanos diriman el futuro del país. Este es el mayor consenso en la comunidad internacional y es el terreno que crea mayores dificultades a Maduro y a su régimen que no logra controlar la situación económica.
Por eso. los anuncios destemplados de Trump y su equipo sobre una eventual intervención militar en Venezuela solo favorecen a Maduro que utiliza justamente esta amenaza para nuclear a civiles y militares en torno a su régimen.
Es hoy la crisis humanitaria, el hambre, la inflación incontenible, la inseguridad, el principal talón de Aquiles de la dictadura venezolana y es allí, junto al anhelo de libertad, respeto a los derechos humanos y restablecimiento de un Estado de derecho democrático, donde Guaidó y la oposición debieran centrar sus esfuerzos de convocatoria a la ciudadanía.
Es frente al resultado previsible de la iniciativa de Cúcuta que se plantea en el debate si fue acertado la presencia del Presidente Piñera en la frontera o si se actuó precipitadamente, probablemente dando crédito a la convicción de Guaidó de que se día podía producirse un alzamiento contra Maduro, y se dejó al gobierno chileno, en una iniciativa donde este no conocía y menos controlaba ninguno de los factores del ajedrez, sin capacidad de retroceso para jugar un rol de liderazgo continental moviéndose en todo el escenario y en los tiempos que la compleja situación de Venezuela requiere.
Es evidente de que el Presidente actuó pensando no solo en Venezuela sino también en la política y en sus apoyos internos. Sin embargo, no solo La Moneda saca ese tipo de cuentas. También, en la izquierda - más allá de aquella que históricamente subordina la universalidad de los principios de defensa de los derechos humanos y las libertades a razones de “hermandad” ideológica -, entre quienes debieran tener una actitud más decidida, sin ambages, de oposición al régimen de Maduro, se escuchan argumentos que hacen pensar que , en algunos líderes, influyen cálculos electorales internos que buscan no indisponerse con la izquierda que apoya a Maduro por futuras alianzas y eventuales apoyos a candidaturas presidenciales.
Para todos debiera ser claro que lo que se juega en Venezuela es si se mantiene una dictadura que, revestida de un leguaje populista y seudo izquierdista, continúa reprimiendo y subyugando en la miseria a un pueblo que masivamente escapa de esa realidad o si se hacen todos los esfuerzos para que la comunidad internacional despliegue toda la injerencia pacífica posible para terminar con esta dictadura corrupta que trae tanto sufrimientos al pueblo venezolano. Me parece que no caben cálculos mezquinos o ambigüedades retóricas, Chile debe estar por el fin de esa dictadura que ya dura demasiado tiempo.