Si usted, y no importan las razones, llega a tener en sus manos el libro “Los cuentos de Huguito” y su primera tendencia es leerlo, cuando vaya por la página 12 va a sentirse atrapado y si sigue leyendo, cosa casi segura, en la página 55 se va a preguntar: ¿y de qué trata todo esto?
Si usted es uno de esos pocos lectores dedicados, con años de libros, autores y librerías (sobre todo de viejos) entonces seguirá leyendo hasta el final y sólo al final se volverá a hacer la pregunta. Pero las preguntas que se hará serán otras: ¿Por qué me gustó este libro que no me debería haber gustado? ¿Y por qué no fui capaz de dejarlo?
La respuesta es fácil: porque este libro no es lo que parece. Es un libro con título de libro de niño, escrito por un “autor niño” pero que no está escrito para niños, aunque el lenguaje de niño es insuperable. Es un libro para usted, lector dedicado y con años de libros. Es un libro para usted, aunque el lenguaje del niño sea atrapador y uno de los puntos más altos del libro. Se va a reír bastante, pero, seguro, siempre va a sentir una angustia inquietante mientras lo lee.
Una inquietud que no lo va a disuadir de leerlo sino, que, muy por el contario lo va a incentivar a terminarlo. Cuando llegue a la página 63, y si a usted le gusta el vino, traiga su mejor Cabernet Sauvignon, porque está punto de leer el mejor cuento del volumen: “La lotería”. Y si después de leerlo le sobra Cabernet, úselo en “Okimoto y Romariño”, un cuento donde el lenguaje es el personaje principal. El libro tiene 23 cuentos más y en ninguno encontrará desperdicio.
Como es natural, hallará unos mejores que otros, pero de todos rescatará algo valioso: ya sea el lenguaje, la imaginación, el humor, la ironía, las situaciones, los escenarios o principalmente, los personajes. Porque, sí, hay personajes. A pesar de ser cuentos individuales, encontrará personajes que transitan tranquilamente de un cuento a otro. No los deslavados de Disney como lobos, patos, ratones o hadas ni tampoco energúmenos japoneses de video juegos.
Usted se encontrará con un monje loco que vive en un castillo planificando maldades que no resultan, un capitán galáctico sin heroísmos, un científico que inventa cosas que quedan en nada, marcianos que carretean, gladiadores que viven bajo el mar. Personajes que no son adorables, pero sí inolvidables. Y si se siente un poco inquieto, va a ser, seguramente a causa del sesgo de crueldad que los cuentos tienen. Así como lo escuchó: crueldad. Los niños son crueles, la vida es cruel, los cuentos son crueles (¿usted cree que la Caperucita Roja no es cruel? ¿El lobo comiéndose a la abuela?) Pero, es probable que usted apenas lo note. La crueldad es presentada de forma divertida, irónica y tangencial. Es parte del cuento, pero no su objetivo.
Es raro reírse con la crueldad, pero usted lo hará. Eso es debido a una de las características más sobresalientes de estos cuentos, a saber, que usted sienta y piense como Huguito, el niño relator, que sienta como normal lo que él cuenta y la atmosfera en la cual las historias se desarrollan. Sólo hay dos cuentos, para que a usted no lo sorprendan, en los cuales la crueldad está sobreactuada. Son los únicos en que el lenguaje no logra rescatar la amargura: “El país Librería” y “El cojito de la mala suerte”. No significa que no deba leerlos, pero está advertido.
Dos cosas más. Primero, los dibujos. Como es un libro de cuentos, está ilustrado. Pero, no va a encontrar dibujos amables y sonrientes. Los dibujos son caricaturas fuertes, bien hechas y muy ilustrativas. Sin ellas el libro no sería el mismo. Lo segundo, el libro está relatado por Huguito, no por M. Lamordes, seudónimo de Sergio Mardones, el autor. Eso es lo que atrapa. El lenguaje del niño está perfectamente logrado, es un relato, no un escrito. Por lo tanto, no siempre es lineal. Téngalo presente. Tal vez lo único que afea el libro sea el uso excesivo de mayúsculas. Pero se acostumbrará y no le impedirá leerlo.
“Los cuentos de Huguito”, seguramente no ganará ningún premio ni será del gusto de los académicos, pero si le gusta a usted, ya es suficiente. Para eso es que Huguito se puso a inventar cuentos. Para que los leyeran usted y yo.
Cuando termine de leerlo y si le gustó, no lo preste, recomiéndelo. Recuerde: el Monje Loco siempre está observando.