Oh I'm just counting

Perdidos en el espacio: Una reflexión necesaria. Por Jaime Hales, abogado y escritor

Ya han pasado algunos días desde la elección presidencial – balotaje – en el que Kast, candidato de la ultra derecha ganó por una mayoría aplastante. Hemos escuchado, un poco antes del 14 de diciembre y también después, muchos comentarios y lamentos de las fuerzas que apoyaron a la candidata señora Jara. Había quienes, entre los que votaban por ella, que anticipaban la derrota – yo mismo – y pujamos por intentar atenuar la diferencia. Hubo otros que se lamentaron después e incluso – los menos – que quedaron estupefactos, pues cultivaban una esperanza sin base. 

Me ha parecido necesario reflexionar sobre esta elección y los elementos que conforman el panorama futuro. Vamos viendo.

Cuando digo que Kast es de ultraderecha no lo estoy motejando indebidamente. Cuando Kast se retiró de la UDI, lo hacía porque percibió que el Partido en el cual militó y le sirvió para hacer su carrera política, estaba abandonando las posiciones de derecha (y a su mentor principal que fue Jaime Guzmán, ya fallecido y a su lealtad con la finalidad para la cual nació el partido, que fue el apoyo a Pinochet y su legado) al pactar en distintas ocasiones con los partidos y gobiernos de la “izquierda”. 

Otros dicen que se fue porque sintió que en su partido no le daban cabida a su carrera política ni a otros de su generación. No logró ser candidato a senador y no logró ganar la presidencia del partido, pues fue derrotado por los “viejos coroneles”. Partió con la intención de llegar a la Presidencia de la República y organizar un nuevo partido que rescatara las ideas de Guzmán y la figura de Pinochet, teniendo como propuestas centrales la eficacia, el orden, la autoridad, la seguridad y el sistema económico que impulsaron la derecha empresarial y financiera, a la sombra de Pinochet. sus equipos neoliberales. 

En la reciente elección, Kast derrotó a esa derecha que quería ser llamada “centro derecha”; la destrozó electoralmente apropiándose (si es posible usar el término) de la mayoría de sus votantes, de sus consignas de siempre, de sus figuras emblemáticas, de sus estilos y del poder. Hoy, UDI y Renovación Nacional trotan detrás de él, le ruegan espacios en el gobierno para no perder toda su relevancia, mientras Evópoli, con su discurso amplio y renovador que intentaba abrir estilos nuevos, ve cómo carece de espacios en el ámbito de quienes defienden a ultranza un sistema económico y social del cual Kast y Pinochet son las figuras señeras. 

No es que Kast vaya a hacer lo mismo que Pinochet, en el sentido de que le sería muy difícil – si es que lo quisiera – aplicar medidas como las que llevaron adelante la DINA, CNI y los demás organismos. No será así, el país ha cambiado. Ahora trata de acercarse a esos “principios” fundamentales que señalé, usando como discurso la necesidad de reconstruir una patria dañada, un país que se cae a pedazos, una “realidad” en la que la corrupción se anida en el Estado y en la ineficiencia e ineficacia de quienes lo administran. Se parece a los fundamentos invocados por los militares cuando se apoderaron del gobierno en 1973, con la diferencia que ahora él ha ganado una elección con casi el 60% de los votos. 

Lo que estoy señalando es que no es estrictamente correcto decir que la “izquierda” perdió; es la derecha quien ganó en todas las regiones y en todos los estratos socio económicos. 

Lo primero que hizo Kast fue recalcar el discurso de la polaridad, donde no es posible buscar – menos aún hallar – caminos diferentes que se salgan de esa visión unilineal de la política, donde o se está en un extremo o en el otro y donde hay un centro que  – como en el chiste – “no es ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”. 

Ese discurso ganó, porque la llamada izquierda no encontró nada mejor que llevar un candidato del Partido Comunista que, pese a los esfuerzos de su candidata y otras figuras, no ha logrado sacarse de encima el manto del “comunismo soviético” o castrista que sigue sirviendo para asustar a muchos. En la campaña se habló hasta de Stalin, personaje del cual los comunistas se distanciaron ya hace casi 70 años. 

“Necesitamos orden” fue la consigna y para eso qué mejor que un hombre como Kast que, desde su ropa, su sonrisa, su peinado, sus esquemas repetitivos, su discurso elemental y pobre de ideas más allá de la mera critica, revela la disciplina de tipo militar que algunos creen que puede ser una solución para las necesidades del país (y del mundo). 

Los derrotados (Frente Amplio, comunistas, socialistas, PPD, radicales, DC y otros grupos) siguen buscando explicaciones del resultado y su mirada es cortoplacista. Miran hacia abajo, se sienten derrotados y culpan al empedrado, a la candidata, al comando, a los dirigentes de los partidos, al gobierno, a los voceros de la candidata. 

El artista español Joaquín Sabina diría: “¿Cómo explicarles que el mundo es más ancho que sus caderas?”. 

Cuando Joaquín Lavín estuvo a un paso de ganarle a Ricardo Lagos, dijeron que iban a revisar sus errores, a hacer una autocrítica, a buscar respuestas. Nada de eso hicieron. 

Cuando Frei Ruiz Tagle perdió con Piñera anunciaron una profunda reflexión. 

Igual de sorprendidos y extrañados estaban cuando Guillier perdió con Piñera. 

Nada hicieron, salvo seguir gozando de sus posiciones alcanzadas gracias al carisma de Bachelet y por los malos candidatos de los otros, consiguiendo mantenerse cómodos en sus sillones. 

Ellos, los que prometen revisiones profundas y sesudos análisis, siguen creyendo que el mundo nace con cada mañana, sin entender que los acontecimientos de hoy tienen una explicación en relación con los sucesos acaecidos antes. Nada es casual o espontáneo: todo tiene una causa y es parte de una secuencia. Leo y escucho a dirigentes y parlamentarios, algunos de los cuales no entienden por qué no fueron elegidos nuevamente, sin hacerse cargo de que sus conductas en los años precedentes los han llevado a situarse en el punto en el cual han quedado. Un ejemplo, para no ir muy lejos: no es posible creer, que una vez que quedó al descubierto el conjunto de maniobras manipuladoras del gobierno de la época (sus ministros, especialmente) para salvar a Pinochet de la extradición a España y traerlo de regreso a Chile, el electorado izquierdista haya podido votar por quienes fueron parte de esos manejos. El Presidente de la época, que ha guardado silencio sobre eso, ha hecho los suficientes gestos para que quede en claro que sus preferencias políticas dan sentido a esas decisiones del verano del año 2000. 

Escuchamos a muchos dirigentes hoy, en medio de los lamentos, referirse a los votantes en términos despectivos y sosteniendo que el pueblo se ha derechizado. Están cosechando lo que sembraron: olvidan que han sido partícipes y beneficiarios de un sistema político, económico y social abierta y manifiestamente injusto. Este sistema, del cual fueron partidarios entusiastas en los hechos, fue creado por la dictadura con la clara intención de hacerlo perseverar. Guzmán y los constructores del sistema decían: “No importa que ellos ganen las elecciones si tenemos la mayoría necesaria para evitar los cambios. Ellos pueden gobernar pero aplicando nuestras reglas de juego”. Y así ha sido. 

He aquí la raíz del problema.

Luego de años de concentrarnos en la lucha por los derechos humanos, el país comenzó a pedir respuestas más claras. Los problemas para las mayorías nacionales se iban agravando y los dirigentes políticos fueron perdiendo un poco del miedo y recuperando su capacidad de articulación. Cuando Pinochet y su equipo impusieron en un plebiscito ilegítimo la Constitución de 1980, parte de los opositores – en la Democracia cristiana eran fácilmente identificables – se inclinaban por aceptar el diseño del régimen que, por lo menos en unos años, culminaría en un Congreso elegido parcialmente. Es decir, les inquietaba su futuro y la posibilidad de abrir lentamente su acceso al poder, más que los padecimientos del pueblo.

Gracias al alzamiento social y político mediante la movilización social, la organización de las demandas y la agitación callejera mediante protestas, se logró conquistas ciertos avances, pero insuficientes. Fue entonces cuando se produjo la inclinación de la balanza. En el momento en que había que incrementar, mediante la no violencia activa, la presión sobre la dictadura, pues hasta Estados Unidos estaba entendiendo que ése era el camino según decía su embajador en Chile, la tesis comunista de “todas las formas de lucha” desordenó las cosas. El hallazgo de los arsenales y el fallido atentado a Pinochet asustaron a los dirigentes que no estuvieron a la altura de las circunstancias. No arriesgarían sus propias vidas ni su libertad, sino que prefirieron la opción que ya en 1980 algunos estaban sugiriendo: aceptar el diseño pinochetista y esperar el plebiscito y luego las elecciones de 1989.

Los opositores a la dictadura, cuyas conductas se orientaron sensiblemente hacia una aceptación del esquema, el orden y el sistema diseñados por Guzmán desde la derecha y aplicados por Pinochet y sus partidarios, fueron claramente apoyados por la Iglesia Católica y el gobierno de los Estados Unidos, para lograr “una transición ordenada”. 

Había tres caminos: el de la vía armada, que claramente estaba derrotado. Quedaban dos: la resistencia civil o la aceptación del modelo pinochetista. Quienes preferían este último camino se contentaban con ir a un plebiscito en el que podían ganar o perder. Si se ganaba, habría elecciones de Presidente de la República y Congreso (con senadores designados también) un año después, pero con Pinochet por 8 años más a la cabeza del Ejército. Si se perdía, habría Congreso y se legitimaba el mandato de Pinochet por ocho años.

La discusión, entonces, estaba dada: unos querían seguir la trayectoria marcada por la constitución de Pinochet. Otros queríamos terminar con la dictadura. Belisario Velasco decía: “a las dictaduras no se las derrota, se las derroca”. Ése era nuestro empeño y para eso nos lanzamos en numerosas tareas, que nos llevaron a importantes logros, como fue por ejemplo la Asamblea de la Civilidad.

Pero se prefirió el otro camino. Hubo señales de “rendición”, como fue aceptar por ejemplo, la ley de partidos políticos y otras normas destinadas a aplicar sin frenos los textos constitucionales. Se fue al plebiscito, se logró ciertas correcciones a la Constitución, hubo muchas concesiones a la dictadura, entre ellas la reducción del mandato presidencial del primer presidente elegido y la continuidad del régimen social, político y económico diseñado y puesto en marcha por el gobierno de Pinochet.

Eso fue lo que se comenzó a aplicar: el llamado régimen neo liberal. Con ciertas modificaciones, la Constitución administró el orden anterior, siguiendo los diseños que venían desde la capital imperial y los barrios altos de la ciudad. 

Lo que se instaló fue una cierta ética, en que lo importante estaría en los temas económicos. Validados los traspasos de empresas públicas a grupos privados (ENTEL es el mayor de los escándalos), incorporación de los lenguajes economicistas y mantención de un sistema político cerrado, fue lo que terminó creando una “clase política” plena de relativismo moral. Mantenerse por muchos años en los cargos (otros rotaban de unos a otros) se acomodaban  y enriquecían, olvidando las doctrinas que estaban escritas en las declaraciones de principios de los partidos. Serrat decía, para referirse a los que pactaron la transición española, que lo que hicieron fue “capar al cochino para que engorde”, es decir renunciar a sus proyectos para ir sacando las mejores tajadas para las conveniencias de quienes se iban de un asiento al otro. 

Es lo que se llama corrupción moral: da lo mismo cualquier cosa, nos vamos acomodando, pactamos y renunciamos, pero no se toca el diseño neoliberal. No se amplía la democracia, no se crean espacios de participación, se olvidan muchos temas importantes y lo que interesa es ver cómo seguimos manejando los aparatos públicos no siempre penando en el servicio y muchas veces en el provecho.

¿Se avanzó en los años posteriores a la dictadura?

En muchos aspectos la sociedad se modernizó y hubo ciertos progresos sociales. Eso es así, pero siempre dentro del mismo esquema que sigue haciendo más ricos a los ricos y empobreciendo a los sectores medios, haciéndolos más dependientes. Se diseña una metodología de adaptación y acomodo y no de un cambio hacia un mundo más humanizado. Tener, apropiarse, enriquecerse, mientras otros sólo sobreviven luchando por sus necesidades más básicas. Todo apunta a lo mismo y los sueldos de los asesores de los ministros y de muchos funcionarios públicos llegan a ser 10 veces el salario promedio de los chilenos. El desarrollo cultural se mantiene en segundos planos, el deporte se deteriora pues se convierte en un negocio, los adultos mayores tienden a ser marginados.

¿Por qué el pueblo votó por Kast? Pues simplemente porque siente que da lo mismo. Algunos creerán que es mejor ir alternando, para que ninguno de los políticos se sienta tan seguro y deba ir entregando prebendas para conseguir votos. Otros porque saben que siempre son otros los que manejan las cosas y sólo esperan que las promesas de eficacia se cumplan.

El deterioro ético, el “desdén” como dice un amigo, la desidia, son la señal de estos resultados. Pero algunos seguirán creyendo que hay que mejorar el marketing (yo diría mercadotecnia) electoral, vender mejor el producto, asegurando que los cambios sean sin mover los pilares del sistema.

Los políticos están perdidos en el espacio. Pareciera que no se dan cuenta de lo que está sucediendo.

El pueblo no quiere más de lo mismo. ¿Son tantas las diferencias de Jara a Kast? No. Es siempre la misma tensión entre extremos en el discurso pero no en las decisiones. Construir una democracia es buscar participación real, fortalecer la formación de personas conscientes, escuchar las urgencias y las cosas importantes, asegurar la solidez ética. Participación, solidaridad, libertad, justicia. 

No más de lo mismo.

Si los dirigentes actuales (que en realidad más que dirigir, lo que hacen es responder a las encuestas) quisieran el cambio, podrían hacerlo, partiendo por sus actitudes, muchos de ellos recuperando su ética y la esencia de su pensamiento. Es necesario terminar con el neoliberalismo, pero no olvidar, pues el riesgo es seguir en lo mismo.

¿Es posible cambiar las cosas? 

El filósofo Daniel Ramírez nos habla de distinguir entre lo utópico y lo utopista. Lo utópico no existe. Lo utopista, es lo que hoy no existe pero puede existir. Y eso es lo que debe ocuparnos hoy, contestando una pregunta clave: ¿Queremos seguir en lo mismo o construir un mundo nuevo?

¿El pueblo chileno debe seguir interdicto mientras una clase que se siente superior, cualquiera que sea su discurso o el nombre de su partido, quiere seguir preservando sus granjerías y dándole al pueblo la posibilidad de votar cada cierto tiempo?

Es urgente hacer reflexiones profundas, renovar discursos y personas.

El cambio es urgente.