Pedro Goic (foto) escribió junto a Enrique Sanhueza el libro “Eduardo Frei: un camino en la dignificación del campesino”. Catorce años después este mismo titulo refleja lo que fue su vida, segada por un lamentable accidente el 17 de septiembre del año 2000.
Quienes conocen el mundo campesino saben quién fue este duro croata de genio difícil y eterno pelo canoso en la frente.
Quienes conocen la democracia cristiana saben de su generosidad y franqueza, de su profunda creencia en vivir a diario la fe católica, de su vida junto a su esposa Mary Boroevic, expresión de su firme compromiso y amor hacia su núcleo familiar.
Para quienes no saben de este gran hombre, sus palabras al abandonar la subsecretaria del Ministerio de Planificación y Cooperación en diciembre de 1996 les dará una pista de su pensamiento:
“En estos tiempos estamos asistiendo a procesos de cambio muy profundos, de crisis casi generalizada, de término de un modo de vida y comienzo de un nuevo milenio. Quizás, hoy día, ya hay suficiente conciencia de lo que dejamos atrás y de lo que nos tocará asumir en el futuro.
Estoy convencido de que no muy lejos, en nuestro horizonte, hay una luz encendida que anuncia la llegada de un nuevo tiempo de solidaridad: solidaridad que es el bien universalizado que otorga la auténtica felicidad, aquella que trajo el cristianismo al postular la igualdad de todos los hombres bajo el imperio de la ética y la moral. Estos son los pilares para construir el edificio humano de la justicia y la paz.
Debemos volver a reflexionar sobre ¿cómo construiremos una cultura cívica democrática, basada en la tolerancia, el diálogo, la observancia de los derechos humanos, la sociabilidad, la solidaridad y la amistad cívica? Y sobre ¿cómo hacemos para que las reglas de convivencia estén fundadas realmente en el respeto al otro?
Las respuestas que encontremos a preguntas de este tipo, son las que deben genuinamente animar una cultura cívica democrática. ¿Cómo podemos realmente incorporar una conducta solidaria y cooperativa como forma de vida, cuando existen todavía tan importantes núcleos y conductas autoritarias en nuestra cultura? ¿Cómo hacemos para que esta solidaridad asuma el valor de la vida como un valor predominante y prioritario –algo tan elemental y básico– cuando hemos vivido tanto tiempo inmersos en estas formas individualistas, materialistas y excluyentes, que se practican en nuestro medio hasta el día de hoy?”
Las palabras de Pedro, a la vez amables y enérgicas, no podían pasar desapercibidas ya que denotaban la cercanía espiritual de quienes compartían con él la historia de la Democracia Cristiana, expresión viva de sus miembros y de las instituciones que representaban.
Su partida ha dejado un espacio que costará llenar.
La muerte es tiempo de reflexión y lo es más en tiempos confusos y difíciles, donde los líderes no parecen ver el lento pero inexorable autoexilio de determinados militantes, a quienes -como Pedro- se les reconoció una autenticidad que no mostraba fisuras en su coherencia moral, pero que no soportaban el profundo cainismo que descompone la nobleza de los ideales de la política, expresión de una distante frialdad doctrinal y pragmatismo político.
Al recordar a Pedro echaremos de menos su crítica al país real, al simplismo y cinismo a la hora del actuar invisible de los poderes fácticos, al club de militantes que se saluda, premia y celebra mutuamente, la mayor de las veces más en privado que en público, hecho que se contrapone con las palabras que este año nos dedicó el Santo Padre: la “querida Patria chilena cuenta con abundantes recursos históricos y espirituales para afrontar el futuro con fundadas esperanzas de alcanzar nuevas metas de humanidad”.
En el próximo Congreso Ideológico, su partido resentirá la ausencia de quien pudo aportar en un sentido fuerte al proceso de revisión, complejo y esperablemente polémico, de los supuestos básicos, problemas centrales y desafíos que enfrenta la Democracia Cristiana de cara a este tercer milenio.
La política chilena ha perdido a un hombre que destinó tiempo y energía a un oficio que no ha gozado de especial afecto por parte de la ciudadanía. El descrédito de los políticos se explica básicamente por el desajuste entre sus prácticas políticas y los ideales que dicen defender. El alejamiento de los principios y las utopías aísla a la política, la que genera códigos propios, lenguaje y negociaciones particulares, ajenos al sentido común de las personas.
Pedro soñaba con rescatar a la política para rescatar también a su partido, ya que sabía que cuando los pueblos se cansan, se entroniza “lo posible”' y con ello, la eficacia retórica de la política se consolida en estos tiempos de confusión ideológica. Por ello, este hombre bueno asumió tempranamente la responsabilidad de transmitir a las jóvenes generaciones, el rico patrimonio de ideas y de obras que el humanismo cristiano ha desarrollado en los últimos cincuenta años.