Los trágicos acontecimientos de Nicaragua vuelven a instalar en el centro del debate de ideas, el carácter y naturaleza del poder político a crear por las fuerzas de izquierda, una vez que logran llegar a gobernar, en especial, si lo hacen después de una larga dictadura, sin libertades ni institucionalidad, ni cultura democrática, como de hecho a ocurrido en diversos países.
Autócratas como Stalin y Mao, levantaron la teoría que después de la toma del poder, la lucha de clases proseguía agudizándose lo que obligaba a mantener férreamente “la dictadura de obreros y campesinos”, y lanzar cada cierto tiempo oleadas represivas que desarticularan a los enemigos del pueblo que iban a ir tomando posiciones para volver a atacar.
Como se sabe, ese esquema rudimentario justificó prácticas anti democráticas y de perpetuación que no fueron enjuiciadas ni reemplazadas como se debía, llevando a la completa bancarrota el sistema estatal de “orden y mando”, según la definición que diera Mijaíl Gorbachov al tipo de Estado que quedó de las deformaciones stalinistas y que se derrumbó, entre 1989 y 1991, en los países europeos en que se había instaurado.
El resultado final de negar la democracia y de las purgas represivas fue deplorable, los países no avanzaron como correspondía, los Estados lisa y llanamente se vinieron abajo, los pueblos sufrieron penurias y los Partidos se vieron defraudados, muchos de ellos simplemente no resistieron la debacle política e ideológica que se produjo, en los 90, en las fuerzas de izquierda.
En consecuencia, hay que volver a subrayar el valor esencial de la democracia, en especial, para congregar las mayorías ciudadanas que permitan ejercer la justicia social en naciones con enormes atrasos y aberrantes desigualdades.
La experiencia es tajante: no habrán avances inspirados en los valores del socialismo sin una robusta gobernabilidad democrática, que garantice pluralismo y alternancia y el respeto irrestricto al principio de legalidad, a fin que la autoridad de los gobernantes no se use para nepotismos, el enriquecimiento indebido y abusos represivos contra la población.
Hay que ser categóricos, no basta que un gobernante se diga de izquierda para ser apoyado en todo lo que haga por las fuerzas socialistas o de impronta popular, ha pasado demasiada agua bajo los puentes y la incondicionalidad por el rótulo no es válida, en particular, cuando se masacra comunidades que el Estado debe defender y no atacar brutalmente.
El argumento dado en Nicaragua, que los opositores se eliminan “entre ellos” me ha recordado amargamente que lo mismo dijo la dictadura chilena para el caso de los profesionales comunistas brutalmente degollados, en 1985.
Ya basta de prácticas nefastas y corruptas, impropias de los avances civilizacionales que el propio movimiento socialista ha ido generando junto a otras fuerzas de avanzada social, con el objetivo humanista de abrir paso a nuevas, más justas y fecundas formas de convivencia entre las personas, pueblos, géneros y naciones en el siglo XXI.