No haber sido reelecto diputado por el nuevo distrito 25 (Osorno y Puerto Varas) le dolió más de lo pensado al democratacristiano Sergio Ojeda.
En total, fueron 28 años, 7 períodos, una asistencia que rondó el 100% en las sesiones legislativas y la presidencia ininterrumpida de la comisión de Derechos Humanos de la Cámara Baja.
Desde la bancada falangista dicen que lo van a echar de menos. Nunca se peleó con nadie y detestó meterse en polémicas. Por lo mismo, en silencio planifica su estreno de su nueva vida “normal”, aunque no por eso deja de responsabilizar a su propio partido de la debacle electoral de 2017.
Cambio 21 estuvo con uno de los pocos sobrevivientes del primer Parlamento democrático. Estas fueron sus palabras.
“Los desaparecidos son un ítem siempre pendiente”
Comencemos…
Me gustaría que me deje decir algunas cosas mías y después me pregunta.
Ok.
Bueno, me siento feliz y orgulloso de haber permanecido 28 años al servicio del país como diputado e integrante de la comisión de Derechos Humanos, que es uno de tantos récords que tengo. Actualmente soy su presidente. Creo que ninguno de mis colegas ha estado tanto tiempo en una comisión y seis veces como presidente. Nunca llegué más allá de las 9.00 de la mañana. ¡Nunca! No recuerdo haber entrado después de esa hora, por mi sentido de la responsabilidad y un hábito que adquirí mientras estudiaba en el liceo y en los establecimientos de educación superior universitaria. Tengo el 100% de asistencia.
¿Cómo es el balance a la hora del retiro?
Me voy conforme, porque aprendí mucho. Me llevo una riqueza de espíritu y una experiencia enorme. Este cargo me enseñó hartas cosas, por ejemplo, en la comisión de DD.HH, que es una instancia testimonial más que política. Ahí está la conciencia del Congreso. Se ven los dramas, los dolores y las necesidades humanas más apremiantes. Estuve cuando se hallaron las osamentas en Iquique y en el funeral de las veinte víctimas de Pisagua. Concurrí a la cárcel de esa ciudad cuando se quemó y murieron 17 jóvenes atrapados en sus celdas. Conocí las fosas en Alto Hospicio, donde hubo niñas que fueron asesinadas y lanzadas allí. Me reuní con sus familiares. Visité la cárcel de Valparaíso, la antigua, donde había mucha estrechez, hacinamiento y promiscuidad. Supe lo que era Colonia Dignidad y palpé su realidad, por lo cual pedimos, como comisión, que se cancelara su personalidad jurídica. Patricio Aylwin, Presidente de la República de la época, tomó en consideración nuestro informe. Estuve en la Cárcel de Alta Seguridad, en su inauguración y con los primeros detenidos y escuché sus quejas. Fui a Temucuicui dos o tres veces antes que se desatara el conflicto mapuche más crudo, lo mismo que en el caso de los niños que se suicidaron en Aysén. Es decir, todo un testimonio de vida.
¿Por qué cree que lo recordarán sus pares?
A ver, fui vicepresidente de la Cámara y aprobamos el proyecto que creó la Universidad de Los Lagos que yo gestioné legislativamente. Sacamos la ley con la que se creó la comuna de Rahue (décima región) y voté a favor de la creación de los ministerios de la Mujer y Equidad y de Asuntos Indígenas, los proyectos de identidad de género y de gratuidad en la educación y la formación del Consejo de Protección de la Niñez. Fui parte de la discusión y creación de la Conadi, el Fosis, las reformas constitucionales, la reforma procesal penal y las reformas tributarias.
¿Qué quedó pendiente?
El tema carcelario, que es tremendamente grave. La infraestructura no está a la par con las necesidades del momento. La cárcel tiene por objeto el cumplir una pena que la sociedad le impone, como también la rehabilitación y la reinserción social, que es lo que no se está cumpliendo para nada. Hay cincuenta mil personas que están enclaustradas. Entonces, echamos gente a la cárcel que no sale redimida ni rehabilitada y la sociedad, además, le cierra las puertas. Y claro, los detenidos desaparecidos son un ítem siempre pendiente, dado que aún no se sabe el total paradero de ellos. Si hablamos de justicia, verdad y reconciliación, esto no existirá mientras no haya verdad. Y sin verdad no habrá justicia. Los adultos mayores igual. Chile es uno de los países más discriminatorios de Latinoamérica. Cuántas veces han cerrado el Estadio Nacional por los gritos homofóbicos y raciales de la gente. Como si nosotros fuéramos perfectos. Está el conflicto mapuche y el medio ambiente también.
“Me estoy reprogramando”
Me imagino que su familia es la más “contenta” tras el resultado de noviembre. ¿Cómo cree que será ese cambio ahora que tendrá una vida más “normal”?
Voy a volver a ser un ciudadano como todos, miraré para el lado y estaré más cercano a la gente, pero sin el poder y sin la influencia que tuve como diputado. Mi trabajo ahora será mucho más simple. Ya no tendré viajes, ni la obligación de leer proyectos, ni redactar pautas para intervenciones. Es decir, todo será más relajado. Sin embargo, debo decir que yo no nací como servidor público en el Congreso Nacional. Yo nací en la calle y peleando en la dictadura por la recuperación de la democracia. No vengo de las alturas de allá arriba, soy de las reuniones con los más de diez mil trabajadores agrícolas que defendí por más de diez años como abogado de la Confederación Triunfo Campesino. Incluso estoy de mucho antes, desde en la Unidad Popular, cuando hubo una crisis política institucional muy grande. Tengo un currículum de lucha.
Como diría José Luis Perales, ¿a qué dedicará su tiempo libre?
¿Qué voy a hacer ahora? Yo me estoy reprogramando. Igual pienso que voy a seguir en lo que hice siempre, que es estar preocupado y cercano a la gente, pero no sé qué ámbito sería el más apropiado. Recuperaré los espacios y el tiempo para mi familia eso sí. Ser parlamentario, sobre todo de provincia, obliga a renunciar a muchas cosas. Primero, a la familia, que uno no la ve mucho, casi nunca. Yo me iba los domingos y volvía los jueves por la noche. Ni los viernes ni los sábados estaba en la casa, por lo que nunca hice vida familiar. No vi crecer a mis hijos, porque cuando me fui al Congreso en 1990 ellos eran chiquititos. Tenía dos en ese momento (suma cuatro en total). Recuerdo que la primera semana de diputado sentí pena y una nostalgia muy grande por no estar con ellos enseñándoles cosas del colegio.
Su esposa (María Mercedes Schmidt) es una santa entonces.
Sí. Tengo una señora y una mujer muy buena y entregada a la familia y a la casa y que me suplió en todo e hizo todo. Ella fue la que se encargó y tuvo la responsabilidad del hogar y de las obligaciones más domésticas y de educar y acompañar a nuestros hijos en el colegio. Por eso que ahora será una etapa distinta, aunque voy a echar de menos lo otro. Me voy con mucha pena, admito, pero con mucha alegría y satisfacción también.
“Los que vamos a morir te saludan”
Cuando partió en 1990 la bancada DC era la más grande del país. Y ahora, en el momento de la salida, apenas llega a 14 escaños. ¿De qué forma evalúa este complejo momento?
A ver, éramos 39 diputados y después se agregó Milenko Mihovilovic, que llegó como independiente, con los que subimos a 40 en el período 90-94. En fin, creo que la Democracia Cristiana ha sufrido lo mismo que todos los partidos, que es el desgaste y una especie de merma, porque la gente ha reconocido un alejamiento de esos partidos respecto a sus problemas reales. Además, yo fui testigo de diputados de la Nueva Mayoría que votaron en contra de proyectos de ley que beneficiaban a las personas, como la gratuidad en la educación, la reforma laboral y los temas valóricos. Por eso que aquí la gente nos ha pasado la cuenta. No estuvimos cerca de ellos. Otra cosa: los problemas los hemos ido solucionando muy lentamente. Cuánto tiempo tuvimos el binominal, lo mismo que las trabas del pasado. Y esos problemas nos fueron envolviendo. La ciudadanía vio cómo se agravaban sus dificultades, como ocurre con las pensiones, que es gravísimo y que no hemos sido capaces de resolver.
Veo que sigue con la autocrítica.
Es que son tremendos errores, como haber abandonado la Nueva Mayoría tan luego, sobre todo después de habernos comprometido en la campaña (de 2013) y de apoyar un programa de gobierno. Y peor aún, no fuimos a primarias presidenciales y competimos en listas separadas, lo que mató a la DC. Nosotros hicimos cálculos que decían que si íbamos con la NM podíamos sacar entre 25 y 28 diputados. En cambio, con listas separadas, solo obteníamos 13 o 14, que fue lo que finalmente se dio. Por eso que con cierta ironía nosotros los DC saludábamos así a nuestros colegas en el Congreso: “los que vamos a morir te saludan”. Ya presentíamos lo que iba a ocurrir. Eso me pasó en Osorno. Cuatro candidatos en una sola lista DC frente a dos potencias, uno de la NM y el otro de la derecha. En total 31 candidatos. Entonces, fuimos al suicidio político. Pero yo igual tengo la conciencia tranquila respecto a haber estado con quién debí haber estado.
La débil democracia
Usted estuvo en uno de los momentos más tensos que vivió la democracia chilena: el juramento de Augusto Pinochet como senador vitalicio. ¿Qué recuerda de ese episodio? Hasta estuvo en comisiones legislativas.
Fue un instante de mucha rabia y pena ver que ese caballero quería ser senador en democracia después de ser un dictador durante 17 años. La situación estaba muy sensible en Chile en ese momento. Hacía poco se había producido el asesinato de Jaime Guzmán y la gente estaba aún muy temerosa. Creo que pasaron dos períodos (8 años) antes de perder la inseguridad y el miedo. Antes la democracia estaba muy débil y las instituciones no estaban funcionando plenamente. De hecho, no había municipalidades entre 1990 y 1992, dado que los alcaldes eran designados, y en la Cámara de Diputados las funciones y las atribuciones estaban muy limitadas. Había mucha mesura, porque sabíamos que cualquier cosa podía pasar. Solo estaba la convicción de defender lo que habíamos conseguido. Por eso que pasó mucho tiempo antes de poder legislar para que se terminaran los senadores designados, que no eran representaciones democráticas. Tal como ahora y siempre, la derecha se oponía a los cambios.