Oh I'm just counting

Arauco. Por Jorge Orellana Lavanderos, escritor y maratonista

¡Esplende la mañana! Troto en un abrumador silencio, entre senderos oscuros que bordean el cerro y estremecido con el dolor de Arauco que agoniza en su pena…   
Arauco tiene una pena que no la puedo callar…
Las llamas de un fuego atávico despertaron el amanecer y una columna de humo negro y espeso; que se advierte desde muchas leguas; se elevó hasta alcanzar el blanco manto de nubes que, acongojadas con la fantasmagórica visión, envolvieron las fumarolas, oscureciéndose. 
-¿Quién son ustedes? ¿De quién huyen? – preguntó al viento una blanca nube estilizada, con rasgos de diosa.  
- ¡Del hombre! – respondieron desde el hollín oscuro, atolondradas voces no identificables. 
- Represento el alma de una viga de roble que sostenía la cubierta de la casa que se quema – contestó una de las formas humeantes. Hui al arder la pieza de madera en que, por varias generaciones, mi alma se guareció. Viví entre el comedor y el living y aunque las piezas de raulí del cielo no me permitían ver los rostros de los residentes guardo con celo en mi memoria las charlas que en esas dependencias oí durante casi un siglo.
- Mi cuerpo – rememora, aún expelía olor a barniz durante la inauguración, y mi aroma se confundió con sabores del festejo. Por años, atendí diálogos tristes con escenas de desgarrador dolor y otras veces, con la alegría de un supremo regocijo.
- Me conmovió en ocasiones – se emociona, la llegada de pasos inseguros acompañados de guturales voces que, agravadas con los años, ganaron confianza hasta hacerse quejumbrosas, atenuarse y desaparecer al final.
- Yo también soy un alma en pena – surgió otra voz desde el humo - formé parte del marco de la entrada y aunque cambiaron la puerta varias veces, siempre estuve ahí – confidenció a su compañero que venía de la viga, a quien, viviendo tan cerca; en la imposibilidad del movimiento; nunca había conocido, y la nube, atendió conmovida.
- ¡Yo veía a diario a los que tú solo podías oír! Distinguí a cada personaje que escuchaste. Los vi vestir desprolijos para ir al trabajo; con distinguida elegancia acudir a un bautizo, a una graduación o a un matrimonio; y en distinguida sobriedad asistir a una dolorosa ceremonia fúnebre.
- ¡Juntos! - caviló el otro, vimos aparecer y desaparecer a las mujeres y los hombres de una larga familia durante varias generaciones.
- ¿Estamos condenados a vagar? - se dirigió su camarada a la hermosa nube y henchido de pena, clamó – ¡Acógenos contigo!   
- Sí – admitió aterrado su compañero ¡No nos condenes a errar!  Déjanos ir contigo. Vivimos siempre cautivos, soñamos con conocer el mundo.
Sin decir palabra, la nube se abrió y rodeó a ambos humos, y su tono albo, al fusionarse con ellos, adquirió una tonalidad grisácea leve.  
Arauco tiene una pena que no la puedo callar…
Aún brotaban de la casa humos postreros que el viento disgregaba cuando, en un aullido de dolor, se doblegaba el indomable Arauco.
¡Ya no lo busquen! Apareció Tomasito. El pequeño de tres años, perdido diez días antes, fue encontrado sin vida y no ha sido un accidente
¡Revive el horror! Algo diabólico ha despertado en alguien…
Se apodera de mí, el lóbrego pensamiento de que, en ciertas ocasiones, la vida humana no es más que un fracasado intento de la Naturaleza.     
El trote activa mi sangre sosegada, el sol irrumpe y sus rayos descienden con magnánima languidez por las laderas del cerro ¿Iluminarán el oscuro pozo que ahonda en mi pecho?
Cruzan mi trote “los ojos del hermano eterno”. ¡Virata! El personaje de Zweig que se anuncia con triste y penetrante mirada… y recuerdo…       
¿Cómo haber escudriñado al interior de su mirada cándida? ¿Cómo pude saber del sentimiento que lo dominaba? ¿Qué misterio inexplicable y de carácter desconocido, despertó de pronto al lobo que subyacía agazapado, instándolo a superar la frontera entre el bien y el mal?
Cristián - corredor oriundo de Osorno–, con un tiempo bajo las 2:15 horas, había sido el legítimo ganador del maratón y guardé una grata impresión del personaje de rasgos güilliches, de mirada huidiza y vivaz, que nacía en un par de ojos rasgados dispuestos con simetría en la esfera de su rostro, del que sobresalía la achatada nariz propia a su casta.
La simpatía de su cara humilde, su amable actitud y su ejemplo de sacrificio y perseverancia, motivaron todo mi afecto y admiración, por lo que al ver la imagen del mismo individuo en los noticieros de la televisión con las manos esposadas, me costó convencerme que eran las mismas manos que unos meses antes, junto al alcalde de la ciudad, levantamos para proclamar al ganador del maratón.
¿Qué había hecho de Cristián un brutal asesino?
Mientras corro apremiado por los ojos del hermano eterno, pienso en la historia de una anciana artista japonesa, que narraba cómo, siendo niña, su madre la hacía ir tras su padre, cuando éste iba a reunirse con sus amantes geishas, y luego, la obligaba a describirle las escenas de sexo presenciadas, descargando su ira sobre ella.
Para alejarse de la idea de suicidio, que albergó desde pequeña, la anciana buscó refugio en el arte, y sus obras le permitieron sobrevivir al dolor y al constante deseo de muerte que terminará – confiesa ella – solo cuando le sobrevenga la muerte.
¿Habrá tenido Cristián una reacción ante un acoso despiadado? El caso fue que, en uno de sus trotes por los senderos boscosos del sur, se cruzó con una chica a la que conocía, pues también corría, y se instaló en su mente confundida la intención de abordarla en un lugar solitario, para seducirla. Ante su rechazo, envilecido por las despreciables fuerzas que lo asediaron hasta devolverle su condición animal, la violó y luego la mató, y se condenó a convivir con los ojos de la hermana eterna.
¿Es Cristian un enfermo o un delincuente? ¿Debe ir a un centro hospitalario   o a un centro penitenciario?
Condenado por los tribunales, en el penal de la ciudad de Osorno, Cristian, despreciado por todos, vive un miserable destino, se consume lentamente y envejecerá en la cárcel hasta morir, perseguido por los ojos eternos.
Como un rayo, un haz de luz nacido en el bosque, se extiende ante mí con certeza abrumadora y me transporta al texto de Zweig.
Es la historia de Virata qué, en batalla nocturna ha matado a su hermano, y solo en la mañana, cuando celebraba su triunfo, reconoció a aquel con que había compartido el vientre materno y supo que el destino le había llevado a matar a su hermano para entender que quien mata a un hombre, mata a su hermano, y los ojos del hermano eterno lo perseguirán por siempre. No volverá a dirigir a su tropa. Determinará concluyente: la espada es violencia y la violencia, enemiga de la justicia.
¡No hay bueno ni malo! A veces, hacemos cosas buenas y otras veces, cosas malas, pero nunca, al interior de un hombre, deja de brillar un resplandor inextinguible, capaz de aflorar en cualquier instante para redimir a un individuo y con él, a todo el género humano.
La serenidad en el rostro de Virata, que iluminó su vida al descubrir el secreto, ilumina también mi trote: “La libertad es un derecho supremo del hombre y nadie puede encerrar a nadie, ya que quien domina esclaviza al otro, pero sobre todo a su propia alma”.

El hombre, es un hijo de Dios, destinad