Oh I'm just counting

Chacao. Por Jorge Orellana, escritor y maratonista

Nota del Editor: Esta columna fue publicada el 14 de noviembre de 2018. Por destacar la vigencia de esta columna de Jorge Orellana y lo que está aconteciendo en la construcción del puente Chacao es que la volvemos a publicar por la contingencia de sus ideas.
 
Cautelosa, la luz penetra hasta la habitación del hotel en que duermo. Al despertar compruebo que aunque son las 6, he descansado bien. Afuera con el deleitoso aporte de una apacible luz, advierto que se está gestando la magia de un nuevo amanecer, y… una fuerza misteriosa me impulsa a integrarme al natural proceso. Sacudo los últimos vestigios de modorra de la noche que se escabulle vencida, y salgo a las amadas calles. “Edificio en demolición” -Leo en el letrero mientras mi vista avanza hacia la plácida majestuosidad de la bahía– y melancólica, recupero en la memoria la imagen de la imponente silueta de la estructura, que hoy, menoscabada, opone estéril resistencia al embate del taladro que inevitablemente derrotará al hormigón armado.

Bajo hacia la plaza, atendiendo al inefable susurro de los árboles, un par de bandurrias se desplazan atisbándome inquietas y un par de perros intenta ladrarme, pero se arrepienten al percibir que no creo en su beligerancia y vuelven al reposo interrumpido. Vacías, las calles me trasmiten un sentido de pertenencia. ¡Esto es mío! ¡Me pertenece pues nací aquí! ¡Reconozco aquel árbol! Guiado por mi madre acudí muchas veces a esa Iglesia. De la mano de mi padre, entré, por el aperitivo del domingo, al Bar del Plaza, y aunque ya no existe, su recuerdo persiste y el mar que observo ahora, es el mismo de entonces ¡No ha cambiado! Permanece igual, subsiste aquí mi verdadera patria ¡Solo porque aquí nací y crecí! Y… Me cuesta entender que alguien desde lejos, se arrogue el derecho a decidir los destinos de mi tierra, o mejor dicho, de esta: mi patria…    

Hace algunos años, las autoridades decidieron adjudicar el contrato por el diseño y la ejecución del Puente sobre el Chacao. Sería la estructura colgante más larga de América Latina. Una ostentosa obra que otorgaría prestigio a nuestra ingeniería y a su gobierno, cualquiera fuese su signo. Después de encomendar los análisis que justificaran tan amplia inversión, los especialistas determinaron contratar un consorcio de empresas por un valor apenas inferior al límite, en monto y plazo, de los parámetros establecidos. Confiados, los técnicos anunciaron que la obra costaría 360.134 millones de pesos, se ejecutaría en 79 meses, y el costo de la inversión quedaba resguardado pues el contrato se celebraría por el sistema de suma alzada, acotando el gasto que la obra demandaría al fisco, pues en aquel sistema, la incertidumbre y los imprevistos que se presentan durante el desarrollo del proyecto, son asumidos por el oferente.

El Puente, destinado a cubrir el estrecho, se apoyaría en tres columnas, dos descansarían sobre tierra firme - una en el continente y la otra en la isla grande - y la tercera sobre la roca remolino que es una montaña submarina situada en medio del canal y cuando el viento arrecia inmisericorde con fuertes corrientes de marea, crea objetos de efecto remolino, a lo que debe el nombre con que la prudencia del marino la ha bautizado.  

Siguiendo el antiguo y ¡nunca más! recorrido del tren, corro por el rumbo costero hacia Pelluco, un balneario al que junto a mi familia concurrí muchas veces durante mi niñez. Al girar, en el último recodo, se abre la vista hacia la playa, e irrumpe, con soberbia fuerza la presencia del sol, justo en medio de las casas que habitaron mis abuelos. Acogedor, el mar, con el rumor de sus olas, musita a mi lado viejas notas musicales y se evade, internándose entre las islas hacia el Canal de Chacao…

Cuesta entender la incapacidad para adivinar el comportamiento que la obra tendría, cuando para la intuición sureña todo anunciaba que el proyecto se encarecería. ¡No era posible fijar su precio! La simple indagación en el desarrollo de obras similares en otras partes, y las propias incertezas de las condiciones adversas de la zona, hubieran bastado para concluir que no se podía garantizar el término de la obra en el valor contratado. Asumir aquello implicaba una inexcusable ingenuidad, porque era evidente que el monto de la obra crecería.

En general, aumentos en los costos del proyecto llevan a las empresas a reformular sus análisis financieros, lo que se traduce en la solicitud de ampliaciones del monto contratado o la paralización de la faena. En ambas situaciones, vuelve el problema al mandante, que en cualquier caso, deberá asumir un mayor gasto para alcanzar el término del proyecto. En el pasado reciente, el fisco ha debido hacerse cargo del término de numerosas obras que no han llegado a su fin, porque inescrupulosas empresas extranjeras - al descubrir que no obtendrían la rentabilidad esperada - las han abandonado, lo que ha demandado un sobrecosto para el país.

La responsabilidad de la autoridad contratante en el caso del Puente sobre el Chacao, es mayor, pues el costo final de algunas obras – con carácter especial que impide clasificarlas en un determinado prototipo - supera con largueza a los presupuestos iniciales, por la incertidumbre de su condición y por los imprevistos asociados a la naturaleza en que se ejecutan.

Es lícito exigir a la autoridad sabiduría para determinar que la contratación por Suma Alzada resulta en ocasiones inapropiada. En frío análisis, la empresa avaluará el saldo por gastar, en el que incluirá la pérdida de imagen y garantías asociadas, comparando ese valor con el saldo por cobrar, y si el resultado le es adverso, exigirá la asignación de recursos adicionales para dar continuidad al proyecto. Es así, que en tales casos, la certeza de acotar el gasto no pasa de ser un placentero sueño que tendrá un amargo despertar, al advertir más adelante, que el crecimiento en la inversión de la obra, modificará los estudios de rentabilidad social que precisamente validaron su ejecución, pudiendo llegarse al contrasentido de que el nuevo monto no alcanza la rentabilidad social exigida.  

La deslumbrante mañana me induce a un camino de inviertas conjeturas: ¿Habrá sido esta una decisión tomada por los chilotes? ¿Será importante para ellos los minutos de ahorro que se obtendrán al cruzar el canal? Claro, un citadino calculará el tiempo de ahorro diario que multiplicará por los días de la semana, y por las semanas del año, y por los años de vida, y en tal caso ¡Claro! ¡Hay que construir el puente! Pero… ¿Es esa la lógica que impera en el isleño? Gabriel - hermano de padre de mi padre - fue un hombre que desde joven eligió vivir en la isla y su filosofía de vida distaba tanto de la mía. ¿No debieran ser los chilotes quienes deben decidir el destino de aquellos recursos?
Los rayos del sol se cuelan por el enorme pino en que moran las bandurrias que graznan mientras la ciudad despierta y a mí me asiste la duda ¿No será que las autoridades anhelan inaugurar fastuosas obras? Hay diversos casos en que el espíritu megalómano del hombre intenta trascender a través de una construcción, el Proyecto Costanera Center ha sido ejemplo de este debate, y quién sabe cuáles fueron las motivaciones de su creador, pero en tal caso - distinto al Puente - por tratarse de fondos privados, la responsabilidad y el riesgo de la inversión solo compete a su dueño.

Dejo atrás la tierra de mis abuelos, flota en el aire la presencia de ancestros que me pertenecen, doy una larga vuelta y regreso por un camino distinto. Visionarios, han construido un colegio que en su formación transmite al alumno la inconfundible impronta de la zona, al frente, un proyecto de viviendas que entre dos esteros, privilegia la calidad de vida de sus habitantes, cruzo por debajo de una impresionante estructura de hormigón que conecta la ruta panamericana con la ruta austral. Proyectos recientes que establecen el crecimiento armónico de la región y un país.

Me pregunto - cuando voy llegando al hotel – en relación al Puente ¿No será presuntuoso? Habiendo en el país y en la región tantas necesidades ¿Será prudente lanzarse a una aventura de inversión incierta? ¿Porque…? ¿Se puede ser tan iluso como para suponer que con 200 millones de dólares adicionales - que la empresa está requiriendo - se cubrirá los imprevistos que garanticen el término del proyecto?

Lo invertido no cuenta, lo gastado nunca se recuperará. Desde mi humilde tribuna, no he participado en los estudios para definir el gasto total que la obra demandará, pero puedo asegurar que este nunca será menor al doble de lo contratado originalmente.

La pregunta de hoy es: ¿Cuánto más se debe invertir para terminar el Puente? ¿Está la autoridad en condiciones de contestar a esa pregunta? Y solo si lo logra con cierto grado de precisión y asumiendo los resguardos que lo garanticen a través de un sistema de contratación apropiado, que no debe excluir imprevistos para el mandante, tomar la decisión de si lo que falta por gastar compensa lo que se quiere obtener.