Lectura de foto: En la tibieza del hogar lo encontró leyendo el diario
-¡En la tele están hablando de un cuarto retiro m´hijita!- interrumpió la abuela sorbiendo ruidosamente el café. ¿Cuánto me tocará a mí?
-Mamá- contestó la madre con ternura, cuantas veces tengo que repetirle que usted nunca impuso y que no tiene un peso en las AFP.
-Ah, entonces… ¡Que se mueran las AFP! -rio y siguió comiendo.
Incapaz de prescindir del diálogo, Simón, a quien fastidiaban los ordinarios gestos de la vieja, se sensibilizó con esa absurda risa ante la tristeza de su suerte y guardando la carta, intervino en la conversación.
-Abuela, de los tres, ninguno tiene fondos previsionales; en su caso, porque nunca en el trabajo le hicieron imposiciones; en el caso de mamá, porque en el segundo retiro se le acabaron los fondos; y yo, porque empiezo a imponer la próxima semana, cuando inicie mi primer trabajo formal en el estudio de abogados al que he sido convocado –consignó altivo.
Ninguna de las mujeres comentó las palabras de Simón; mientras la madre reaccionó con pudoroso orgullo, la abuela siguió engullendo, como cuando en su juventud, se preparaba para el ayuno de Semana Santa.
-Usté no se preocupe mamá- se dirigió la madre a la abuela. El gobierno extendió el ingreso familiar de emergencia hasta diciembre y eso trae un desahogo. Coma con apetito y quédese tranquila.
-Eso es ¡Estése tranquilita! el gobierno vela por usté- ironizó Simón. El Presidente se ha sometido otra vez y ha extendido el beneficio para frenar el cuarto retiro y favorecer así, los intereses de las AFP.
-Por lo que oí- replicó la madre, tu candidato no era partidario de un cuarto retiro pero en su intento de agradar a la ciudadanía, cambió de opinión y ahora está dispuesto a estudiarlo.
-Un líder- replicó Simón recordando a Marcial, evalúa la situación según las circunstancias. A su candidata, le ha costado definirse en el tema del aborto, algo sensible para usted -la hostigó.
-Mi candidata es mujer- replicó ella cariñosa, pero no es la que crees.
-Que mueran los comunistas y las AFP- gritaba la abuela ausente, desde el mundo personal al que irremediablemente se internaba. ¡No le temo a nadie! -reía desafiante.
-¡Yo sí! Contestó la madre susurrando al aire, atemorizada y poniéndose en guardia para la respuesta del hijo.
-Usted mamá, piensa igual que don Marcial- fue su escueto comentario.
-¿Ah, sí? Le preguntaré el viernes entonces- contestó indulgente y agregó, era una sorpresa, pero no me aguanté.
-¡Cuesta guardar secretos!- gritó la abuela entre risotadas.
-Para celebrar tu primer trabajo- continuó la madre, invité para el viernes, a algunos del pasaje.
-¿Y se puede saber a quién?- curioseó Simón intrigado.
-¡Claro! Vendrá don Marcial, tu amigo Lautaro y su hermana. Conservando las restricciones, seremos solo seis.
-¿Vendrá Sayen?- reaccionó, controlando su ilusión. ¿No está enamorada?
-Eso se acabó- deslizó la madre simulando desinterés.
-¡Juana la Celestina!- gritó la vieja luciendo sus desdentadas encías.
-Gracias mamá, será entretenido- respondió Simón, desestimando a la abuela. Estaré en mi pieza, aquí no puedo leer y no tengo apetito.
En su cuarto, al avanzar en la lectura, surgió en su semblante una sonrisa de indescifrable carácter. Maliciosas huellas de codicia alteraron la inocencia de su rostro y la juntura de sus labios se extendió hasta acariciar las hendiduras que asomaron en su cara. Caminó entre los muebles de la estrecha pieza para controlar la agitación que vino a incomodarlo y que, insoportable, lo aventuró a la casa de Marcial, al que encontró sumido en la solitaria tibieza del hogar, leyendo el diario.
-Hola don Marcial- vine porque… Y sin que alcanzara a explicar la razón de su visita, ávido de hablar, el viejo lo interrumpió.
-¡Pensaba en ti! Algo que leí sobre un intelectual y que me hizo recordar una historia que ejemplifica lo que hablamos ayer.
-Adelante- lo estimuló Simón.
-En un pueblo, un hombre anciano gozaba de un total prestigio. Cada cierto tiempo acudía a la ciudad para dictar clases magistrales y la comunidad le estaba muy agradecida, y acogía su palabra como proveniente de un sabio. El ilustrado, que luego de años de arduo trabajo intelectual, disfrutaba de su alto rango, no impidió que el envilecimiento de la presunción penetrara en su corazón y delicadas fibras de complacencia exacerbaron su vanidad, hasta volverlo, sin que nadie lo notara, un arrogante.
En un lugar cercano del mismo pueblo, otro hombre que se había esforzado tanto como el sabio -al que veneraba y admiraba- había sin aspavientos, hecho también un generoso aporte a la comunidad y en el ocaso de su vida, cumpliendo un sueño, quiso construir un edificio en el pueblo. Obtuvo los permisos, pero al saberlo el sabio, contrariado, manifestó su oposición; y su voz, oída por todos, porque tenía bien ganado ese derecho, dio curso a una cruzada, que liderada por él, incluyó a los vecinos que acogieron la idea y estuvieron por evitar la formalización del edificio. Oficiado el Tribunal, dirimió en favor del proyecto, argumentando que nunca infringió la ley; sin embargo, la ciudadanía, quedó con la impresión de que la autoridad había favorecido intereses partidistas, por lo que amargado, el hombre desistió de su proyecto, sembrando en el sabio la incisiva duda de que su arrogancia había antepuesto -a la ley y el reglamento- el arbitrio de su juicio.
-¿Qué me quiere decir don Marcial?- preguntó Simón convulsionado.
-¡Simple! Un intelectual que cuenta con el reconocimiento de la ciudadanía debe frenar el vuelo de sus emociones y respetar las normas; y propiciar su cambio antes de padecer la incomodidad de cumplirla. El intelectual que omite eso, pone su sabiduría en entredicho.
-¡Estoy de acuerdo!- sin respeto al derecho… ¿Qué sería de la democracia? -dijo Simón y siguió: sin discriminar ¿En qué circunstancia, el irreversible deterioro de una persona, hace conveniente separarlo de sus funciones?
-Cuando su voz se hace insustancial.
-Algo sucede con mi abuela… su voz, que admiré, ahora me altera...
-Es pavoroso Simón, el momento llega cuando de un rostro conocido, surge alguien desconocido, un fantasma. Mi padre hace muchos años me aseguró: Hay tantas cosas en tu cabeza que acabarás volviéndote loco. Temeroso, me desespero en mi soledad, porque no sé si ese proceso esté en curso, y… la lucidez que me resta, si es que ya no la he perdido.
-No se aflija don Marcial, le queda mucha cuerda y tiene conocimientos que estoy ávido por adquirir, aunque claro, si no muere de otra causa, en algún momento perderá su lucidez.
-Si eso ocurre… ¡Prométemelo Simón! Controlarás que no ande hablando estupideces en la calle ¿Puedes prometerlo?- lo increpó ansioso.
-Lo prometo- dijo Simón sonriendo pálido, con solemnidad de jurista.
-El universo de infinitos cristales que amalgaman nuestra mente, fallan de pronto; primero, unos pocos generan inofensivos olvidos y descuidos, pero luego, colapsan por montones, y con secuelas ruinosas. ¡Deterioro de todo organismo longevo! -guardó silencio, y ante un conmovido Simón, agregó- ¡Preparé porotos con riendas! Acompáñame a almorzar ¡No te vayas!