Esta columna es la presentación del libro Chile Concentrado de varios autores entre ellos los abogados Hernán Bosselin y Ramón Briones
Concentración económica e inmovilismo transformador en Chile. Por Andrés Solimano
Chile: Desigualdad de riqueza neta e ingresos
(Coeficiente de Gini)
Riqueza neta Riqueza financiera Ingresos autónomos
2007 0,67 0,90 0,50
2011 6,68 0,92 0,50
2014 0,78 0,87 0,50
Fuente: Solimano, 2017.
Asimismo, el siguiente cuadro indica los grados de concentración de la riqueza en los hogares más afluentes del país. El 1 por ciento más rico controla entre el 16.5 por ciento y 18.5 por ciento de la riqueza neta total y entre el 37.5 por ciento y 44 por ciento de la riqueza financiera. En contraste, la participación del 40 por ciento más pobre de los hogares es inferior al 3.5 ciento de la riqueza neta total y su participación en las tenencias de activos (riqueza) financieros es nula (cero).
Participación en la riqueza del 1 % más rico y del 40 % más pobre
Riqueza Neta Riqueza financiera
1% más rico 40 % más pobre 1% más rico 40 % más pobre
2007 16,7 3,4 37,5 0
2011 14,6 2,0 44,0 0
2014 18,5 -2,8 31,9 0
Elaborado en base a datos de Encuesta Financiera de Hogares, Banco Central de Chile (2008, 2015).
En el capítulo 5 del libro se presentan datos muy reveladores del grado de concentración de la estructura productiva de la economía chilena. Usando información de ventas anuales proporcionadas por el Servicio de Impuestos Internos (SII) por tamaño de empresa para el año 2014, se muestra que las empresas grandes (ver definiciones en nota del cuadro 2) que representan solo el 1,5 por ciento del número total de empresas registradas en el SII explican el 84,6 por ciento de las ventas anuales totales. En contraste, la suma de micro y pequeñas empresas que, combinadas constituyen el 95,3 por ciento de las empresas solo representan el 8,7 por ciento de las ventas totales. Es una distribución muy asimétrica: un muy pequeño grupo de grandes empresas explican el grueso de las ventas (y la producción) total de la economía chilena (cerca del 85 por ciento), mientras que las mayoritarias micro y pequeñas empresas solo contabilizan menos del 10 por ciento de las ventas anuales. En Chile, mientras el ingreso y la riqueza están concentrados en los hogares más ricos, las ventas/producción están muy concentradas en empresas de gran tamaño. Se puede esperar, entonces, que las familias más ricas son también dueñas de las empresas más grandes, cuyas utilidades proveen una fuente importante de sus rentas y activos acumulados.
Una dimensión adicional de la concentración económica que se documenta en el libro es la desigualdad territorial, producto de la tradición centralista de nuestro país con antecedentes históricos de larga data que perduran hasta la actualidad. Así la Región Metropolitana concentra el grueso de la actividad económica (producción, inversiones, empleo) generada en el país, lo que tiene su contrapartida en un gran centralismo en la toma de las decisiones de política pública nacional que se realizan, en su mayoría, en la capital del país, Santiago.
Número de empresas activas y ventas anuales.
(año tributario 2014)
Tamaño* % N° de empresas % Ventas anuales
Micro 74,6% 1,9%
Pequeña 20,7% 6,8%
Mediana 3,1% 6,7%
Grande 1,5% 84,6%
100% 100%
Fuente: Servicio de Impuestos Internos, 2014.
Nota: *, SII define Micro empresas como aquellas con ventas anuales de hasta UF 2,400, Pequeñas empresas: UF 2.401- UF25.000; Medianas: UF 25.001-UF 100.000 y Grandes: más de UF 100.000.
Factores causales de la concentración económica y como romper este círculo vicioso
Históricamente, a nivel global, el capitalismo ha experimentado distintas fases. En el último tercio del siglo XIX las economías centrales (Reino Unido, países del centro de Europa y Estados Unidos) podían ser descritas como un sistema relativamente competitivo (a nivel de estructuras de mercado), no obstante, estas naciones también se beneficiaban de “preferencias imperiales”, colonias, superioridad naval y militar que les permitían un patrón de comercio internacional e inversiones en las naciones de ultramar muy beneficioso.
Por otro lado, hacia fines del siglo XIX e inicios del siglo XX comienza la transición a un capitalismo de oligopolios, monopolios y grandes conglomerados de empresas y bancos. En la nueva fase del capitalismo monopolista se produce una separación entre la propiedad familiar o individual de las grandes empresas y bancos de su gestión productiva, financiera y administrativa. Aparece una nueva casta de gerentes y administradores y se empieza a desarrollar una tecnocracia profesionalizada constituida por ingenieros, expertos financieros y especialistas en publicidad y mercadotecnia. A su vez, se establecen directorios de empresas que buscan representar los intereses de los accionistas y controladores mayoritarios los que se espera supervisen y controlen al estamento gerencial que empieza a adquirir creciente autonomía. Al delegarse la gestión de empresas en administradores profesionales surge la figura, destacada por Thorsten Veblen, del “propietario rentista y ausente”.
Se pueden identificar varios factores detrás de esta tendencia al surgimiento y consolidación de empresas de gran tamaño como son el aprovechamiento de las economías de escala y economías de propósito (economiesofscope) y el surgimiento de la “gestión científica” (scientificmanagement), como el Taylorismo y el Fordismo. Adicionalmente, la complementación entre finanzas (bancos) y producción (empresas) contribuyó a la concentración del capitalismo en las economías centrales del mundo.
En la periferia, varios de estos factores también estaban presentes. En Chile, como el libro describe, fue importante el papel jugado por los merchantbankers de propiedad de las familias Edwards, Ossa y otras en proveer financiamiento a empresas de diverso tamaño. El rol de la propiedad extranjera en la economía chilena, en especial de origen inglés, alemán, francés y norteamericano en los sectores minero, bancario, industrial y agrícola fue un rasgo importante de la estructura económica chilena en el siglo XIX y primera mitad del siglo XX. Se forman nuevas elites económicas y oligarquías nacionales en alianza, muchas veces, con el capital extranjero.
El ciclo de “desarrollo hacia fuera” de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX llega a su fin en la década de 1930 cuando Chile sufre, con fuerza, los efectos de la gran depresión originada en EstadosUnidos y después propagada internacionalmente. En esa coyuntura, el país, al igual que otras economías en desarrollo, hace un giro hacia la sustitución de importaciones otorgando un nuevo rol económico al Estado como productor y agente estratégico de la economía a través de la creación de la Corfo (Corporación de Fomento de la Producción). La nueva estrategia de desarrollo que emerge a fines de la década de 1930 y década de 1940 modera la gran de concentración de poder económico en manos privadas, el que debe coexistir con un nuevo poder económico público (también era protegido por este con aranceles, créditos preferentes y apoyo tecnológico) haciendo más balanceada la estructura económica chilena. Surge una nueva clase empresarial privada al amparo de la sustitución de importaciones y una clase media asociada a las empresas del Estado, la administración y educación pública y el desarrollismo.
Con el golpe de estado de 1973 este modelo se rompe. A mediados de la década de 1970 la sociedad chilena pasa a ser sujeto de un radical experimento libre-mercadista que antecede a los ensayos económicos de líderes conservadores como Thatcher y Reagan, pero en el contexto de un país del tercer mundo cuya democracia --que era un referente en América latina ---había sido sacrificada por el poder militar y las elites económicas que lo apoyaban. Las condiciones de Chile de esa época permitían hacer contra-reformas económicas y sociales que en Estados Unidos y el Reino Unido eran muy difícil de adoptar. Dado que la tradición histórica de los militares chilenos en materia económica era nacional-desarrollista, más que neoliberal, había generales en el régimen de Pinochet, que no veían con buenos ojos la formación de nuevos conglomerados económicos privados y el “financierismo” de fines de la década de 1970 e inicio de la década de 1980.
Sin embargo, las políticas económicas las dominaban los “Chicago boys” respaldados por el general Pinochet. Los economistas del régimen militar nunca mostraron preocupación por la concentración económico y el aumento de la desigualdad social a que conducían las políticas económicas en aplicación. Es curioso constatar que tampoco, en lo grueso, la tecnocracia económica de los gobiernos de la concentración (Ministros de Hacienda y de Economíamás cuadros dirigentes en el sector público) mostró un interés serio y voluntad política en reducir la desigualdad y la concentración económica en las décadas posteriores a 1990. Se dedicaron más bien a consolidar el modelo heredado, deslumbrados con los mayores índices de crecimiento económico y temeroso de despertar resistencias en los grandes gremios patronales, como en parte ocurrió al principio del segundo gobierno de la presidenta Bachelet cuando emprendió varias iniciativas de reformas pro-inclusión.
A nivel retórico el modelo económico impuesto por la fuerza en la década de 1970 y 1980 y mantenido en democracia tenía como fin construir en Chile una “economía (social) de mercado”. Sin embargo, en una economía genuinamente de mercado, ningún productor o consumidor tiene el poder de fijar precios (o coludirse para controlarlos), ni existiría la gran concentración de ventas en un número muy reducido de empresas. El apellido “social” al experimento libre-mercadista de Chicago y Post-chicagos tampoco cuadra con una realidad de grandes desigualdades las que se busca moderar con un asistencialismo público a los más pobres.
Como hemos visto la “economía de mercado” a la chilena --más bien un capitalismo monopolista y concentrado --, es un sistema dominado, casi sin contrapesos, por grandes empresas y conglomerados que dominan un amplio rango de mercados claves como el financiero, las telecomunicaciones, la energía, la gran minería del cobre, la energía y otros. En el libro se describe como la actitud pasiva y “subsidiaria” del Estado chileno en la era neoliberal, es decir hasta el presente, ha contribuido a cimentar la concentración actual de la economía.
El Estado se ha contentado con una regulación débil del sector privado y no aplica políticas antimonopolios --como se hace en otras economías del mundo en países capitalistas desarrollados. Además de la insuficiente regulación y ausencia de control de las múltiples fusiones de empresas y bancos, las privatizaciones realizadas durante distintas fases del periodo de Pinochet y seguidas en democracia (sanitarias, puertos) han contribuido, en forma preponderante, a crecer la concentración económica en un grupo pequeño de conglomerados de gran poder e influencia.
Potencial y límites a la desconcentración económica en Chile
¿Es posible salir de la actual trampa de concentración económica y desigualdad en nuestro país? La respuesta no es fácil ya que las elites dominantes son favorecidas por un control total del excedente económico, se han beneficiado por la fragmentación del movimiento sindical, por una institucionalidad abiertamente pro-gran empresa moldeada en la doctrina del Estado subsidiario y consagrada en la constitución de 1980, vigente después de un cuarto de siglo de restauración democrática. Adicionalmente, la precariedad laboral y el endeudamiento de las familias de clase media y popular debilita a las fuerzas sociales antagónicas a los intereses de las clases dominantes, consolidando su poder. La expansión del mercado de capitales le ha dado acceso a crédito a muchas familias en un rango muy amplio de bienes y servicios con efectos positivos y negativos. Este rango va desde bienes de consumo básico, bienes durables, viajes, vivienda y bienes sociales como la educación, este último que tradicionalmente se consideraba en Chile como un derecho social que debía asegurar el Estado.
Sin embargo, la realidad no es siempre lineal y ofrece algunas sorpresas. En los últimos años, el poder económico se ha visto subjetivamente amenazado por intentos reformistas---contradictorios y parciales—del gobierno de la presidenta Bachelet, que intento dar un primer cambio de timón al modelo de desarrollo en una dirección más equitativa. Sin embargo, este intento progresista fue neutralizado por la tecnocracia económica del mismo gobierno muy sensible a las presiones del poder económico e ideológicamente afín a este.
Así, las elites económicas, acompañada por los medios de comunicación y los economistas del régimen mostraron una capacidad de bloquear reformas pro-igualdad y pro-democracia que no es despreciable. La suerte de la economía depende, hoy, del control privado de la inversión productiva y por ende ellos definen la capacidad de crecimiento económico del país. Como lo muestra el ciclo de lento crecimiento del periodo 2014-2017 se le ha hecho difícil al Estado reactivar y dinamizar la economía ya que cuenta con muy pocos instrumentos directos para dicho propósito al estar la economía fuertemente privatizada.
Sin embargo, el ciclo económico e institucional actual ya lleva casi cuatro décadas y puede estar llegando a su fin. Hay signos que se encuentra, usando la categoría de Jurgen Habermas, en una “crisis de legitimidad”. Factores deslegitimadores del orden actual son la aguda desigualdad de ingresos y riquezas, el centralismo asfixiante, los magros salarios de los trabajadores, la corrupción y la existencia de grandes privilegios de los detentores del poder político, incluyendo los repetidos escándalos financieros en las fuerzas armadas y de orden y el tratamiento excesivamente preferencial al capital extranjero.
No obstante, el viejo orden no desaparece. Lo sostiene el inmovilismo de la clase política, la influencia del dinero en las estructuras institucionales del país y la ausencia de proyectos políticos alternativos al neoliberalismo por parte del centro político y la izquierda tradicional chilena, desgastados tras administrar y consolidar el modelo económico heredado de Pinochet y sus amarres institucionales después del retorno a la democracia.
El ciclo neoliberal ya es excepcionalmente largo en tiempo histórico y alberga contradicciones y eslabones débiles como los ya mencionados. El ciclo de “desarrollo hacia fuera” de fines del siglo 19 duro hasta la década de 1930 y el ciclo de sustitución de importaciones y Estado desarrollista entre tres y cuatro décadas. El camino hacia una sociedad con menor concentración económica y mayor igualdad es posible pero falta un agente social con ideas, convicción y organización que lo lidere.
Es en este sentido que este libro se plantean propuestas concretas que versan en la moderación de la concentración económica y el refuerzo de la competencia. Estas se refieren al ámbito tributario y a la regulación de mercados sugiriendo limites, como existen en otros países, a las participaciones máximas de cuotas de mercados que pueden tener grandes empresas y conglomerados económicos. Es hora de estudiar y discutir sobre políticas genuinamente pro-competencia y que dejen atrás la lógica anacrónica del Estado subsidiario.