Oh I'm just counting

Consecuencias de la implementación en Chile del modelo ultraneoliberal. Por Oscar Osorio, sociólogo Universidad de Chile


El modelo ultraneoliberal, del cual todos, en mayor o menor medida (con o sin conciencia, sentido e incluso entusiasmo) hemos sido partícipes en estos últimos 40 años, ha generado consecuencias inesperadas y perversas para la mayoría de la población. Incluso, más allá de las transformaciones que los gobiernos democráticos realizaron, en sus aspectos más bien secundarios, tanto porque no era posible por el peso excesivo de la derecha en virtud de la constitución del 80, como por cierta desidia y falta de voluntad política de los gobiernos de la Concertación y de la Nueva Mayoría, no se modificó el núcleo central del modelo. Estas consecuencias son: económicas-sociales, políticas y culturales.

Económicas-sociales
La ineptitud de este gobierno, expresión máxima de la defensa, adhesión, y entusiasmo por el modelo ultraneoliberal, no ha establecido empatía con los problemas de la gente. Esto aun cuando prácticamente el 50% de la población al año 2019, se encuentra en una situación de alta vulnerabilidad, toda vez que, conforme a datos del INE, la mitad de los trabajadores de Chile, recibe $400.000 o menos al mes.
 
Lo que más cuesta entender, es que, después de tres décadas de recuperación de la democracia, con una elite política y económica del país, que nos insistió que el crecimiento era condición fundamental para llegar a ser un país desarrollado y estable, cómo es que nos encontramos con esta situación de tan alta vulnerabilidad. 
 
Es cierto que hubo un fuerte énfasis, por parte de los gobiernos de la Concertación en reducir los abultados niveles de pobreza que generó la dictadura cívico-militar (45%). Hoy la pobreza es cercana al 9%. Pero tampoco, había mayor cuestionamiento al modelo, toda vez que los números eran imposibles de rebatir: baja inflación, crecimiento económico entre el 6%, y 8%, PIB per cápita subiendo aceleradamente (de 2.500 dólares p/c en el año 1990, a 20 mil dólares en el 2010. Hoy el pp/c es cercano a los 25 mil dólares. Entonces, ¿la pregunta que subyace, es por qué el estallido social?
 
El problema de fondo, es el rasgo central del modelo ultraneoliberal, que es la profunda desigualdad que genera en el país, a propósito de la concentración de ingreso y riqueza en el 1% más rico. Se trata de una dimensión que no mide la encuesta Casen, puesto que las encuestas de hogares subestiman o no logran registrar los ingresos de la población más acomodada. Para su medición se usan los registros tributarios, y para Chile estos datos muestran que el 33% del ingreso que genera la economía chilena lo capta el 1% más rico de la población. A su vez, el 19,5% del ingreso lo capta el 0,1% más rico.
 
En Chile los frutos y las oportunidades del progreso no alcanzan a todos por igual. Y ese es justamente uno de los principales problemas que tenemos como país y que se ha estado expresando en las últimas movilizaciones. Mejor dicho, se trata del núcleo central del estallido social, específicamente la desigualdad social, que ha puesto al país de nuevo, como en las primeras décadas del siglo pasado, a hablar de la cuestión social. Esto es particularmente relevante si nos referimos a la situación de las pensiones, donde la palabra es pauperización, pérdida de status y de niveles de consumo; movilidad social descendente. Es decir, pobreza, vulnerabilidad social y precarización. Queda de manifiesto la incapacidad del sistema de AFP para dar respuesta a los dilemas de la seguridad social. Para eso no sirve, sí para transformarse en la base de sustentación del sistema financiero que sostiene, con recursos de los trabajadores, el modelo ultraneoliberal.
 
 Políticas
La pérdida de confianza en las instituciones políticas, tal como lo muestran las últimas encuestas, en donde el Presidente de la República, apenas cuenta con un 6% de aprobación; el Congreso con un 3% y los partidos políticos, con un 2%, da cuenta de una absoluta desafección de las elites políticas del sentir de la mayoría del país. Cuando las instituciones políticas no son capaces de dar respuestas a las demandas de la ciudadanía; cuando no se les asigna o reconoce la legitimidad para abordar y solucionar la crisis, queda abierta la puerta para cualquier intento populista, sea éste guiado por algún líder carismático o un grupo o partido u organización que se arme para tales fines.
 
El discurso populista apela a lo inmediato, a lo próximo, a lo concreto y a las certezas de una mayoría, de la multitud. En donde cualquier solución, no sólo no puede esperar ni menos ser negociada, sino que deben implementarse de manera inmediata. En este sentido, el principal argumento usado por los populistas, es la demagogia. Sabemos que esta práctica consiste en identificar las preocupaciones de la gente y, para aliviarla, se proponen soluciones fáciles de entender, pero difíciles de aplicar. A pesar de ser tan antigua como la democracia, la demagogia ha recibido un impulso impresionante a través de las comunicaciones de masas, fundamentalmente la televisión y particularmente las llamadas “redes sociales “e internet, ya que la difusión de la información escapa a todo control centralizado y al consenso democrático. Es decir, nadie se hace responsables por las consecuencias, ni menos por los contenidos de los discursos.
 
La demagogia y el populismo se ven fortalecidos ante la caída y desplome que ha experimentado la institución “Presidente de la República”. En efecto, hoy se encuentra absolutamente desfondada, sin respuesta ni empatía con el sentir de la ciudadanía, que exige cambios profundos, pero sus respuestas y sobre todo su elite política, andan por otro lado. Se está en presencia entonces de una suerte de tormenta perfecta:  desconfianza en las elites, en el presidente y en todas las instituciones, la clase política gobernante principalmente oficialista, insistiendo en su plan de políticas públicas sin modificar mayormente el modelo, no respondiendo a la demanda mayoritaria. Entonces, el país sin densidad democrática, sin tejido social, queda sin posibilidad de defenderse de un intento de refundación populista, sea éste de cualquier signo e ideología política.


Culturales

Asociado al tema de la desigualdad social, el país se ha venido conformando en barrios y territorios altamente segregados y segmentados socialmente. Es decir, un país y barrios para nosotros (la elite) y otros varios países y barrios para los otros, los que no son como nosotros, los demás. Donde el mercado se convierte en el único asignador de los privilegios y recursos. Desde esta perspectiva cultural, es país ha vuelto a la década del 50 o 60 del siglo pasado, a la época de pre-reforma agraria. Decimos esto ya que el trato de la elite de privilegiados del país, del 1, 3 o 5% más rico, se asemeja mucho al trato que recibían del “patrón”, los empleados, inquilinos, y familiares de los inquilinos en las haciendas y fundos del país.  Al respecto, dos joyas: “Se me van de mi playa” y “vuélvete a tu población, roto de mierda, tú no perteneces acá”.
 
De esta manera, hemos convivido en un modelo de mercado desregulado e individualizado, obsesionado con el crecimiento, con el consumo, la competencia y la desigualdad. Es decir, el individualismo llevado a su máxima expresión, que, junto con la codicia, la avaricia, el arribismo y la competitividad, constituyen los pilares (valores)en los que se sostiene (¿o sostenía?) ideológicamente el modelo. Y se sigue insistiendo que solo de nuestro tesón, nuestro esfuerzo, nuestro talento, de nuestra libertad de elegir, de nuestros “méritos”, depende cuán exitosos seamos. Estos nuevos valores culturales han reemplazado a la austeridad, a las prácticas de ahorro, a la cultura del trabajo, al respeto por el otro y al optar por el por el camino correcto y no por el fácil o por el atajo.

Síntesis

La reemergencia de la nueva cuestión social, la probabilidad cierta de experiencias populistas y el fenómeno de la segregación y segmentación territorial, como elementos de diferenciación social y cultural, están el centro del reclamo y de la rabia que han caracterizado este estallido social.  De la misma manera, han generado una enorme fractura y divorcio entre la elite política, social y cultural y la gente que se expresa en las calles.
 
Sin embargo, tenemos una gran oportunidad para comenzar a cambiar este estado de cosas. Hemos visto como se ha instalado, desde los profesionales, desde los trabajadores, desde los estudiantes, desde las principales barras bravas, el germen de transformación a un nuevo sentido basado en lo social y no en el mercado…una resignificación del estar y hacer en política
 
Lo primero es votar apruebo una nueva Constitución en el plebiscito del 26 de abril de 2020. Luego, que este proceso se haga a través de una Convención o Asamblea Constituyente. Pero esto no basta para modificar el modelo ultraneoliberal. Lo más importante será modificar la concepción de estado subsidiario por la de estado social y luego de manera paralela al trabajo constituyente, comenzar a fortalecer el tejido social, a objeto de transitar de una concepción individualista y competitiva de la sociedad, a otra en donde el concepto de comunidad y de solidaridad no estén vetados. Donde el mercado será indispensable para generar recursos, pero de una manera regulada, como cualquier sociedad moderna, inclusiva, democrática, al estilo de Suecia, Nueva Zelanda, Australia, Singapur o España. ¿Por qué no? Para esto, al igual que el plebiscito del 88, no debemos caer en el juego de la derecha que ya comenzó con su campaña del terror. El deber de todo demócrata es votar en el plebiscito y votar, “Apruebo”.