Oh I'm just counting

Cuentos ciudadanos. Conozca el primer lugar del concurso del Regional Atacama del Colegio de Periodistas: "Nunca te toques los ojos"

Por Mario López

Christian Palma, obtuvo un primer lugar compartido en el Concurso de relatos ciudadanos de derechos humanos organizado por la Comisión DDHH Colegio de Periodistas Atacama y que contó con el auspicio de la Comisión Nacional de DDHH del colegio de la orden.

Con gran participación y entusiasmo, se hicieron llegar los aportes con interesantes cuentos ciudadanos, cuyo énfasis se centró en los DDHH.

Los premiados en esta ocasión, fueron:
- E pequeño Luis Sebastián Ramírez de Vallenar
- Hilda Olivares con una mención Honrosa
- Eduardo Aramburú que obtuvo el tercer lugar
- Carlos Blanco Sánchez con su texto "En Mi memoria" con un segundo lugar

- Primer lugar compartido por el texto de Juan Manuel Cáceres, titulado "1984" y
el colega Christian Palma con su texto "No te toques nunca los ojos".

En esta oportunidad, reproducimos uno de los cuentos ganadores.

“Nunca te toques los ojos”

No tenía por qué hacerlo, pero ese instinto que mueve a los buenos periodistas la hizo quedarse en el parque cuando la mayoría de las personas que se habían acercado a protestar se retiraban en una desordenada estampida. Solo quedaban los encapuchados que alimentaban las barricadas con todo lo que pudiera arder y frenar el paso a los pacos que esperaban, parapetados en la esquina, la orden de actuar. En cosa de segundos, el escenario se transformó en una batalla campal entre la policía y los manifestantes que, a punta de peñascazos, impedían que el carro lanza aguas avanzara.
En medio de los proyectiles y las lacrimógenas, estaba Rita Fil, la conocida reportera de Radio Dial, grabando a duras penas con su celular y escondiendo su rostro tras una trompa minera. Su turno laboral había terminado hacía horas, pero la protesta era un hecho que no podía dejar de cubrir, tomando en cuenta la alta convocatoria que había logrado el llamado de diversas fuerzas vivas de la ciudad.

¿Qué hago acá?, se preguntó cuando estaba apunto de desmayarse por los gases disuasivos, atrapada entre piedras que caían del cielo. La protesta se salió de control y entendió que era la hora de arrancar. Arrinconada, intoxicada y llorando, sintió un fuerte tirón en el brazo. Una mano anónima la sacó, arrastrándola del lugar, y la puso a salvo unas cuadras más allá, esquivando con mucha angustia, nuevos focos de fuego y proyectiles que volaban por el aire. Un limón y un sorbo de agua, que otras personas le dieron a beber, logró reincorporarla.

A pesar de sus años como reportera, nunca había estado en el medio de una manifestación tan agresiva entre dos fuerzas que, en ese momento, se odiaban a muerte: la calle y Carabineros.
Rita Fil, francesa de nacimiento, había llegado a Chile hace unos años por motivos lejanos al periodismo. Se enamoró del país y decidió quedarse a probar suerte. Encontró trabajo y un lugar en el mundo con mucho potencial, pero también con demasiadas carencias.

Gracias a su pega, pudo conocer la realidad oculta que el país no muestra al extranjero. Déficits hospitalarios, problemas para acceder a la educación, pobreza y desamparo. Sin embargo, lo que más la indignaba, eran las pensiones de los jubilados. No podía entender como una persona que trabajó 40 años, recibiera al final de sus días, menos de 100 lucas para vivir. Su labor periodística, entonces, apuntó -dentro de lo que pudo- a lo social. Esto tomando en cuenta las órdenes editoriales que frenaban cualquier denuncia que pudiera pisar callos o herir sensibilidades de las autoridades de turno o del établissement. Aun así, la francesa achilenada logró meter varios temas donde denunciaba los abusos, muchos de ellos a los Derechos

Humanos, de un sistema obsoleto.
Apoyaba a los manifestantes solo hasta el punto en que las protestas se transformaban en delincuencia. Sin embargo, en el fondo trataba de ponerse en los pantalones de una sociedad postergada y cansada. “El chancho está mal pelado”, aprendió a decir con un acento cada vez más shhhhileno.
Como pudo llegó a la Radio. Solo quedaban el controlador y un ayudante, el resto del equipo se había ido a casa.
-Hagamos un despacho rapidito y nos vamos, -dijo.

Estaban en eso, cuando en la calle se empezaron a escuchar gritos y ruidos. Antes de siquiera asomarse a la ventana, dos bombas molotov reventaron de lleno en la puerta principal. El fuego encendió las cortinas, los profesionales intentaron salir, pero una turba fuera de sí, se los impidió a punta de piedras y escombros.
“La radio miente, fascistas, mentirosos, vendidos”, se escuchaba mientras las llamas se acercaban peligrosamente al techo. En una acción impensada, el controlador agarró un extintor y gritando: “somos trabajadores igual que ustedes”, logró salir y apagar el incendio. Tras ello, la masa humana siguió su camino, oportunidad en que los tres comunicadores aprovecharon para huir a toda prisa.

Rita no pudo dormir esa noche. Apenas cerraba los ojos se aparecían imágenes de las pedradas y del fuego que pudo perfectamente quemarlos vivos.
Sin pensarlo mucho se levantó al otro día. Había un punto de prensa de uno de los grupos que habían organizado la marcha del día anterior. Cuando la periodista va llegando a la improvisada conferencia, uno de los líderes, la reconoce y la encara.
-Oye, tú y tu medio no pueden estar acá. Ustedes son sapos del gobierno, así que váyanse.
-No me puedes prohibir estar acá, estoy trabajando y no estoy de parte de nadie, yo solo quiero informar. Tras algunos forcejeos, la actividad se canceló. Algunos colegas la apoyaron. Otros, no obstante, hicieron la vista gorda porque en realidad no les importaba o por miedo a la agresividad de los dirigentes.

Al impasse le siguió una seguidilla de amenazas e insultos en las Redes Sociales. Rita, por segunda vez, tuvo miedo. Se prometió cuidarse y no meterse más “donde las papas queman”.
Por la tarde despachó su material y se fue a descansar. Estaba exhausta, solo quería comer algo y meterse a la cama.
A dos cuadras de su casa sonó su teléfono. Sin pensarlo contestó.
-Oye, hay hueveo en el parque otra vez, ¿vas? -le advirtió un colega.
-Voy -respondió en el acto.

Corriendo llegó a la zona álgida. En una especie de trance y cegada por el humo tóxico de las lacrimógenas, cruzó la calle. Un par de bombas disuasivas estallaron cerca de sus oídos. La sordera momentánea la hizo recordar una escena de Mulholland Drive, su película favorita. Con el poco aliento que le quedaba, sacó su celular para hacer algunas tomas, justo cuando un efectivo de las fuerzas especiales, disparaba su escopeta a la bandada que corría. En un pestañeo, ve como detrás de un quiosco aparece la cabeza de un niño, no tenía porque estar ahí, pero estaba. El proyectil le dio de lleno y cayó al suelo automáticamente mientras un hilo de sangre comenzaba a cubrirle la cara. Rita dejó de grabar y se arrodilló para ayudarlo. De su bolso sacó un poco de agua de una vieja botella ya sin gas e intentó lavarle la cara, mientras un piquete los rodeaba amenazantes.
“No te toques nunca los ojos cuando caen las lacrimógenas”, le habían dicho alguna vez.
-Déjeme, soy periodista y lo estoy ayudando, gritó Rita con los ojos bañados en lágrimas. Había olvidado el consejo como tantos otros; sin embargo, por primera vez, su celular pasó a segundo plano, mientras cubría al pequeño con su gastado abrigo gris.

Christian Palma.
Primer lugar
Concurso de relatos ciudadanos de derechos humanos
Organizado por Comisión DDHH Colegio de Periodistas Atacama