Oh I'm just counting

Democracia entre paréntesis. Por Enrique Morales Mery–Proyecto Democracia Universidad Miguel de Cervantes

La democracia suele definirse por reglas claras: elecciones, división de poderes, garantías de derechos. Sin embargo, enfrenta momentos en que esas reglas se suspenden o resultan insuficientes. Son situaciones límite, paréntesis donde la fuerza y la violencia desplazan a la legalidad. Allí la democracia no desaparece del todo, pero se reduce a resistencia, memoria o promesa.

Nigeria es un ejemplo de esa fragilidad. Formalmente una república democrática, pero donde el Estado no asegura lo más elemental: la vida. Las matanzas de comunidades cristianas y la persistencia de grupos armados muestran hasta qué punto las instituciones pueden coexistir con un nivel extremo de inseguridad. La democracia escrita se mantiene, pero carece de capacidad efectiva para proteger. En Gaza, la democracia queda atrapada en un círculo vicioso entre lo militar y el terrorismo. La respuesta armada del Estado y los ataques terroristas de Hamás se retroalimentan, anulando cualquier espacio de institucionalidad política. Cada acción militar justifica nuevas acciones terroristas, y cada atentado terrorista legitima la escalada militar.

En ese intercambio perpetuo, los derechos civiles y la deliberación quedan subordinados a una lógica binaria de enemigo total. El resultado es un paréntesis prolongado, donde la democracia no encuentra lugar porque la violencia define el horizonte completo de la vida política. Nepal vivió en 2025 un estallido que forzó la renuncia del primer ministro y la disolución del parlamento. Las protestas masivas, encabezadas por jóvenes, expresaron el rechazo a la corrupción y al autoritarismo latente.

El resultado fue un gobierno interino y un sistema político en transición. El caso ilustra cómo una democracia puede entrar en crisis desde dentro: no por golpe militar, sino por la erosión de legitimidad y el colapso de confianza. El paréntesis aquí no es clausura definitiva, sino un período abierto donde se juega si habrá recomposición democrática o mayor inestabilidad.

En Venezuela, en cambio, el paréntesis se ha vuelto condición permanente. La dictadura anclada anuló las instituciones, clausuró considerablemente la competencia electoral y reprimió sistemáticamente a la oposición. Incluso presentó en 2024 un falso triunfo democrático en la elección presidencial, consolidando aún más el control autoritario. Allí la democracia no existe como régimen, sino apenas como resistencia social y política: en la persistencia de comunidades que se niegan a aceptar el silencio, en las voces que denuncian y en la memoria de lo que fue un sistema plural. Es la demostración de que un régimen puede normalizar la excepción y prolongar el paréntesis indefinidamente.

Estos casos, distintos en contexto, convergen en una misma lección: la democracia no se mide solo en tiempos de normalidad, sino sobre todo en sus umbrales de suspensión. Lo decisivo es si logra atravesar esos paréntesis sin ser devorada por ellos. La primera conclusión es que la democracia escrita —constituciones, elecciones, tratados— es insuficiente sin la democracia vivida, aquella que se sostiene en prácticas sociales capaces de resistir aun en condiciones adversas.

La segunda es que los paréntesis no tienen un único desenlace: pueden abrir una transición (Nepal), desgastar un régimen sin destruirlo (Nigeria), prolongarse en la excepción (Gaza) o consolidar la dictadura (Venezuela). La tercera es que, más allá de la retórica, el verdadero examen de la democracia ocurre en estos límites. Allí se revela si es apenas un formato jurídico o si constituye una práctica social capaz de rehacerse después de la interrupción. La democracia, en suma, no se agota en la normalidad.

Su prueba más aguda está en los paréntesis: en la capacidad de sobrevivir a la violencia, resistir a la suspensión y reconstruirse tras el límite