Imperturbable, como si la presencia de su adversario le fuera indiferente, el gato caminó ufano sobre la barda del esbelto muro, y el poderoso perro, impotente, en un esfuerzo infructuoso, saltó enfurecido con la intención de atraparlo, y aun sabiendo el gato que un desliz lo condenaba a una muerte inminente, continuó inmutable con su repetida rutina de pasearse sobre la pandereta convencido de mantener el control y seguir burlándose del perro que fastidiado con la agilidad del felino, lo soportaba resignado.
Recién nacido, la señora lo descubrió en el patio de la casa, y se apiadó al notar que el guijarro que asemejaba, había tenido un leve movimiento, y el perro, que pensó que el gato tenía sus horas contadas, se compadeció también, olvidándose de él.
Bajo el atento y prolijo cuidado de la señora, que se ocupó de alimentar al animal, éste empezó a crecer, y con los días se transformó en un hermoso ejemplar, que adquirió sin embargo, inducido tal vez por los genes que lo habitaban, la odiosa costumbre de molestar cada mañana al perro, antiguo habitante de la casa que con la llegada del otro al ver amenazados sus derechos alentó en contra del invasor una animadversión que aumentó, hasta llegar a detestarlo.
Con rigurosidad, cada mañana, la delicada mano femenina de la señora, abastecía el recipiente del perro con provisiones que engullía, observando de reojo al gato, que encumbrado en el borde del muro inalcanzable para él, se deleitaba bebiendo leche, que en su taza, la misma mano prodigiosa, había dispuesto para él.
Sufría entonces una nueva humillación el perro, porque la mano que había llenado los pocillos se posaba, acariciando con suma suavidad, la menuda cabeza del gato, que complacido, cerraba los ojos emitiendo acompasados murmullos de placer que enloquecían al perro, que saltaba rebotando sobre el áspero pavimento una y otra vez, hasta que lograba atraer la atención de la señora que lo compensaba con arrumacos, y el gato, en digna actitud de arrogancia, se retiraba entonces con paso marcial.
Ambos cumplían a cabalidad con su deber, su trabajo era bien reconocido, y nadie dudaba, ni menos ellos, de que se tenían bien ganado el merecido sustento: El perro como fiel guardián imponía su musculosa y gallarda estampa ante cualquier usurpador, y los extraños, conocida su naturaleza hostil, preferían eludirlo; Y el gato, a la hora de mayor calor acostumbraba retozar sobre el tibio techo de la casa, para estar atento y salir de caza en la noche, a la hora en que los roedores seducidos por la luz de las estrellas, merodeaban en el patio sin advertir el peligro.
Separado del perro, el gato acudía a un sector del jardín donde siguiendo a las aves se adiestraba en el arte de la caza. Permanecía atento, en sigilosa espera, y era frecuente que un pichón inexperto sucumbiera a la implacable acción de un zarpazo, y entonces, pequeñas plumas volaban, sembrando el drama en el pacífico silencio del jardín, cuando los padres del malogrado, volando en círculo, temblaban conmovidos ante los restos de su criatura, cuya ofrenda permitía al gato conservar su destreza.
Uno a uno - cuando el gato esperaba en la noche - los ratones hechizados por el queso que veían en la luna, bailaban intentando cogerla, y en su éxtasis, erraban la dirección correcta, hasta caer en las fauces del gato, cuyo prestigio remecía el alma de las madres, que temerosas de la suerte de sus tiernos pequeños, estimuló la huida de los ratones y en la casa reinó la concordia, ya que mientras el perro ahuyentaba a los visitantes, la fama del gato ahuyentó también a los ratones.
Y en convivencia hostil, ambos vigías que se detestaban, recibían el cálido cariño de la casa, y la vida transcurría en armonía, pero un día, el señor enfermó y derramó incertidumbre sobre su mujer, que sufrió un cambio, y un tiempo después el señor murió, dejando a la señora aquejada de una intensa soledad, y nunca volvió a ser la misma.
Angustiada de su suerte, la señora una noche encaró a la muerte y le reclamó la ausencia del marido, pero ésta le respondió que no había sido su decisión, pues esa resolución había sido acordada en un concilio general, y que se explicaba solo en el final simple de una vida.- ¿Por qué? Se quejó la muerte fastidiada, ¿Los hombres se empeñan en hacerme mala fama?
En ese caso - respondió indulgente la señora - te pido que también me lleves a mí. -Eso no depende solo de mí – Reclamó la muerte compungida pero me comprometo a verlo en el próximo Directorio. Y cumplió la muerte con su compromiso, y argumentó en favor de la señora, y sus razones fueron atendidas por el resto, y al tratarse de seres sensibles siempre preocupados del bienestar de sus residentes, su solicitud fue acogida, y tuvo en suerte la señora, marchar a reunirse con el señor.
Y fue así, como de repente, ambos animales dejaron de recibir provisiones, y cada uno meditó sobre la desgracia que se les venía. Acudieron a la casa personas que se llevaron algunas pertenencias, y desconcertado, el perro perdió la voz hasta dejar de ladrar; y el gato, pensó en colocar bajo el letrero de arriendo que alguien colgó del muro de la casa, un letrero destinado a captar la atención de los ratones, pero no dio resultado.
El hambre se acentuó con el paso de los días, y en la dolorosa aflicción y soledad del infortunio en que cayeron, el gato, sacudido de su orgullo, le dirigió la palabra al perro, que lo atendió receptivo y cariñoso, sorprendido de su nula aversión y del incontenible deseo de ser amigo del gato.
La tibia relación inicial - con el aumento de los tormentos que parecían no tener fin – creció, y ambos apreciaron las virtudes del otro.
El gato, sin mucho éxito, pasó a ser el proveedor, salía de noche y volvía con algunos rasguños y un bocado menor que compartía generoso con el perro, que hacendoso, se esmeraba en mantener la pulcra limpieza del lugar.
Como consecuencia del prolongado ayuno, adelgazaron y perdieron vigor, y como los males nunca vienen solos, el gato perdió agilidad y destreza, y el perro, padeció dolores en las articulaciones, producto de los saltos que antes había dado pretendiendo alcanzar a quien ahora era el amigo que lo proveía de lo básico para subsistir, y que incluso lo asistió con masajes que mitigaron sus dolores y le trajeron consuelo, pero le exigió discreción al gato, porque no quería que el asunto fomentara las habladurías de la gente, que solía interpretar los hechos a su propia manera.
Ocurrió un día que el hambre los debilitó hasta dejarlos sin fuerza ni movilidad, y se prepararon a morir, pero apareció entonces la muerte y les dijo que aún no era hora, porque sus dependencias estaban atestadas con personajes de su género.
Y pareció que aquel fue un mensaje premonitorio, porque al siguiente día, cuando padeciendo de fatiga y estertores se aprestaban abrazados al peor desenlace, nuevos inquilinos se hicieron cargo de la casa, y de otra mano femenina volvió a los amigos el milagro del sustento.
Recuperada la dicha y la paz, vino un veterinario que les hizo un chequeo y determinó que solo era comida lo que les faltaba, y los seres humanos los atosigaron de alimento, celebrando la extraña y notable amistad que había nacido entre ambos. Pero un día…Hastiado de la buena vida, retomó el gato la soberbia y se mofó otra vez del perro, y éste recuperó su mal humor, y volvió la armonía de su vieja y natural rencilla, y ambos se regocijaron de volver a reñir, acogidos en la cómoda dependencia del hogar.