Oh I'm just counting

Dolor y esperanza de un laico. Iván Navarro profesor de Estado en Filosofía, Diplomado en Educación

Soy un laico, que colaboro en la actividad pastoral de mi Parroquia de la manera más activa y eficiente que he podido, entendiendo que ello me permite servir al Señor y a su Evangelio, proyectando esta misión a mi ámbito familiar y laboral. Ello me ha hecho seguir con especial atención y con enorme tristeza el devenir de hechos injustificables ocurrido en el seno de nuestra Iglesia Católica chilena.
 
Comprendo que la Iglesia es una Institución humana, de origen divino, que tiene como misión ayudarme a conocer más y mejor a Dios y, conociéndole, amarle con toda mi fuerza y toda mi voluntad. Siento que la Iglesia tiene como misión incorporarme al Pueblo de Dios, ayudarme a convivir con mis hermanos y aprender a amarles y servirles con lo mejor de mis talentos. Con la Iglesia es que tengo que aprender a soñar con el Reino de Dios como la solución definitiva de mí ser, pobre y limitado, pero lleno de esperanza y de la dignidad de ser hijo de Dios.
 
Es con mi Iglesia, por ello pertenezco libremente a ella, que tengo que encontrar inspiración y enseñanza para transformar el Evangelio en una opción de vida total, en  los ambientes, realidades y complejidades en que transcurra mi vida temporal. Es en la Iglesia en donde siempre he creído se debe anticipar lo que es el Reino de Dios, porque en ella deben primar los valores y principios del Evangelio que es la palabra misma de Dios, traducidos en hábitos de convivencia, en normas de comportamiento social y en interacciones que definen una vida de hermanos.
 
Es en la Iglesia donde he aprendido que, a pesar de la fuerza de antivalores como el egoísmo social, la intolerancia, el odio, el consumismo, la violencia y la sobrevaloración del tener, es posible construir la sociedad como una confluencia de comunidades en donde prime el bien de todos los seres humanos y la responsabilidad por construir una sociedad con mejor calidad de vida para todos.
 
He creído y sigo tratando de creer que la Iglesia es Madre y Maestra y que hoy es más necesario que realmente lo sea. Hoy vivimos en un mundo en que las convicciones han ido cediendo terreno frente a las ideologías de desecho y frente a los falsos dilemas que se basan en la soberbia, en el poder por el poder y en el tener desenfrenado. Hay una crisis de liderazgo creíble y sustentado en el bien común de la sociedad, en la preservación del medio ambiente y en la dignificación de la vida. Nuestro Papa Francisco parece un solitario gladiador, que con la fuerza de la fe, lucha por recordarnos permanentemente que Cristo es “el camino, la verdad y la vida” y que ello debe traducirse en valores y principios, en derechos y deberes, en formas de ser cristianos en el mundo de hoy.
 
Hoy estoy adolorido y muy angustiado, porque la Iglesia chilena ha perdido su rumbo, su sensatez, el sentido de su misión. Mi generalización obedece a que cuándo falla la cabeza, falla todo, aunque el resto del cuerpo este aparentemente sano. Hay una falla enorme de la jerarquía de la Iglesia, que seguramente está agravada por algún  grado de insensibilidad, de indiferencia o definitivamente de ignorancia de nosotros los laicos, que le está causando un grave daño a una Iglesia de la que nos veníamos sintiendo orgullosos, por su fidelidad a Cristo y por la aplicación de su Mensaje a la vida de todos los chilenos.
 
Mi dolor y mi angustia es, primeramente por lo que ha tenido que decirle el Papa Francisco a nuestra Conferencia Episcopal para que se diera cuenta cabal que las cosas se estaban haciendo mal en la Iglesia Chilena, no solo por el tema de los abusos sexuales de menores  por parte de religiosos, sino por la pérdida de sentido de la labor eclesial y por el olvido  de que el centro de nuestra religión y de la Iglesia es la persona de Cristo y su Evangelio y no el poder de las jerarquías eclesiales, o el manejo arbitrario de privilegios y bienes materiales, que deberían estar al servicio de los más necesitados y no de oligarquías religiosas, del tamaño y relevancia que puedan tener.
 
Mi dolor y angustia es por la falta de sensibilidad, de transparencia, de inteligencia y de valor de buena parte de nuestros pastores para haberse percatado de la gravedad de las situaciones que se han venido desencadenando, como una catarata interminable desde hace ya mucho tiempo y , más grave aún para haber tomado medidas drásticas y definitivas. A ello, ciertamente, se ha sumado la insensibilidad frente a las víctimas de las situaciones dolorosas que todos conocemos y que no se remedian solo con las tardías súplicas de perdón de autoridades de la Iglesia, ni con las tibias medidas administrativas y de derecho que se han adoptado hasta ahora.
 
La Iglesia debe reconciliarse con Dios, consigo misma y con el Pueblo de Dios. Debe seguir la metodología que el Papa Francisco ha aplicado al tratamiento de esta grave crisis, consistente en ver la verdadera gravedad de la situación, etapa que está aún lejos de terminar. La situación de la Diócesis de Rancagua así lo comprueba y el Informe del Obispo de Malta al Papa Francisco, fue tan solo el inicio del dimensionamiento real de las denuncias. El segundo paso del  método tiene que ser el juzgar, que se inició con el Documento del Santo Padre a la Conferencia Episcopal chilena en su cita en Roma, documento que incluye ambas etapas: presentó los hechos de Monseñor Schicluna, acompañados de un juzgamiento claro y preciso de la situación de nuestra Iglesia. Lo más importante será, sin embargo, la tercera etapa del método, esto es el actuar, que deberá proponer medidas concretas y definitivas para iniciar un largo proceso de sanación y de superación de la grave crisis.
 
En esto, hay supuestos que recordar: los tiempos de la Iglesia no son los tiempos comunes y por lo tanto no son los de los medios de comunicación, ni de los impacientes. Su estructura de poder no está basada en las normas del poder temporal, sino que es jerárquica y pausada. Sin embargo, la Iglesia deberá dar garantía de seguridad y certeza en algunas materias muy visibles: esperemos que los Obispos y Arzobispos que se debe nombrar en reemplazo de los que jubilan o deben dejar sus cargos por aceptación de su renuncia sean, como pide el Papa Francisco, ahora sí “con olor a oveja”, esto es, con conocimiento y vivencia de la Iglesia real, de su pluralidad, de sus expectativas y ambientes y especialmente, con vocación de servicio preferente a los más pobres.
 
En el mediano y largo plazo es donde radicará el actuar más difícil, el que tiene que ver con una necesaria reorganización administrativa de la Institución Iglesia, que la haga más cercana a su Feligresía y especialmente a los jóvenes, más realmente participativa, más alegre y auténtica. Es de esperar que, así como hemos sido el laboratorio de lo que no se quiere ser para la Iglesia Universal, lo seamos también para enfrentar problemas pendientes, como la participación de la mujer en la jerarquía de la Iglesia y la gradual apertura al tema del celibato eclesiástico, que permita acompañar al mundo real de hoy, con estilos de más apertura y realismo.
 
De las crisis se puede salir muy fortalecido y se pueden solucionar problemas graves, que de otra manera no se hubiesen siquiera percibido como tales. Con la ayuda del Señor y con la fuerza y sabiduría del Espíritu Santo, ayudaremos a Nuestra Iglesia Católica, para que recupere el verdadero sentido de su Misión. El X Sínodo “Los Jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional” realizado recientemente, con alta participación de jóvenes de la Arquidiócesis de Santiago, como respuesta a una convocatoria del Papa Francisco, que convocó a un Sínodo universal en el presente año, es un ejemplo del buen camino, que la Iglesia chilena puede profundizar y adoptar como una de sus metodologías permanentes de discernimiento y acción.
 
 La Iglesia Católica vive un tiempo de crisis, que no es el primero en su ya larga existencia, ni tampoco el último de un futuro solo determinado por la Voluntad Divina que la creó. Quienes pertenecemos a ella lo hacemos por una convicción explícita, que se ha originado en el ambiente familiar o por la conversión, que es un don que se puede hacer presente en la vida sin anuncios previos pero siempre con creciente intensidad, desarrollada por la fe y la convicción de cada uno en lo más profundo de su conciencia.
 
Ser Católico, por lo tanto, no es fácil, porque al serlo, se es miembro de una Institución, pero de características muy particulares: Su finalidad es conducir al Pueblo de Dios hacia un Reino muy especial, del cual sabemos que nos ofrece una vida infinitamente superior a nuestra vida humana, que esa vida es eterna y que ella se desarrolla eternamente en presencia de Dios; para pertenecer a este pueblo y merecer la vida eterna, los miembros del Pueblo de Dios debemos “amar a Dios sobre todas las cosas y amar a nuestros hermanos como Dios nos ama a nosotros”.