El 23 de agosto de 1944 fue un día dantesco para Dietrich von Choltitz, el gobernador militar alemán impuesto por el Tercer Reich en París. Además de tener que dirigir una defensa desesperada de la capital francesa ante el empuje imparable de los Aliados, el teutón sabía que había recibido una orden tan taxativa como desquiciada del mismísimo Adolf Hitler: «Paris no debe caer en manos del enemigo, salvo siendo un montón de escombros». El «Führer» debió pensar que, si la «ville de l'amour» no estaba bajo su mando, no sería para nadie. La idea era hacer saltar por los aires los principales monumentos de la urbe mediante explosivos y cohetes antes de tocar a retirada. Desde la Torre Eiffel hasta la catedral de Notre Dame.
Si aquella jornada fue espantosa, el día siguiente se transformó en una verdadera pesadilla. Durante la noche del 24, los peores temores de las tropas alemanas afincadas en la capital se hicieron palpables cuando la unidad acorazada del general PhilippeLeclerc(en la que destacaban los republicanos españoles de La Nueve, la 9ª Compañía de la 2ª División Blindada de la Francia Libre), arribaron hasta los suburbios de París. Según narró el mismo Von Choltitz, durante la mañana del 25 recibió una llamada de Hitler para hacerle una pregunta: «¿Arde París?». Por suerte, el gobernador militar tuvo el valor suficiente para mandar al «Führer» a la «merde» (si se me permite la palabra malsonante, aunque no sea en nuestro sonoro castellano) y, con ello, salvó siglos y siglos de historia.
Por desgracia, aquella NotreDamela que sobrevivió a la locura del líder nazi (además de al expolio y a las brutalidades que se vivieron durante la locura revolucionaria del siglo XVIII) no pudo vencer el pasado lunes al fuego. Un injusto fuego que calcinó desde la aguja de la torre de la catedral (la cual comenzó a levantarse durante el siglo XII), hasta su techo. Aunque a lo largo de esta mañana los bomberos han corroborado que las llamas han sido extinguidas de una vez, lo que no podrá apagarse tan fácilmente es el dolor que alberga toda la sociedad (francesa y extranjera) por la destrucción de uno de los monumentos e iconos más representativos de la capital francesa.
En todo caso, aquel día se quedó prendado de los principales monumentos de la ciudad y se estremeció ante la vista de la tumba de Napoleón I en los Inválidos. «Ha sido el momento más bello de mi vida», le dijo a su fotógrafo personal. Tal y como afirma Nacho Otero en su artículo «Hitler en París: la 'visita turística' del líder nazi», aquel 28 de junio el «Führer» ya había disfrutado de los Campos Eliseos, la Madeleine, el Trocadero, la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo y el Monumento al Soldado Desconocido.
-“Pero... ¿Arde París?”
-“¿Cómo?”
-“¿Arde París?”
-“No”.
En efecto, París no ardía. Pero porque Von Choltitz se había negado a destruir la ciudad. Según algunos expertos, por miedo a que sus familiares murieran durante el ataque; según otros, porque sabía que era una idea más que desquiciada de Hiter.