La captura total de Venezuela por el “Cártel de los Soles” no es un episodio aislado: es la primera ficha en una cadena que amenaza con arrastrar a toda Latinoamérica.
El crimen ya no está afuera: es el poder
El “narco-Estado” venezolano representa una mutación inédita: no hablamos de autoridades corrompidas en la periferia, sino de un aparato estatal que se identifica con el crimen organizado. Esa simbiosis inaugura una forma de autoritarismo criminal que exporta mafias y reprime a la sociedad civil.
El efecto dominó en marcha
La ficha inicial ya cayó, y las consecuencias se sienten en toda la región:
El Tren de Aragua se ha expandido a Chile, Perú, Colombia, Argentina, Estados Unidos y Brasil.
Rutas marítimas controladas desde Venezuela multiplican el tráfico hacia Europa y África.
Capitales ilícitos se infiltran en campañas políticas y compras públicas de democracias frágiles.
La región paga el costo en violencia, corrupción y debilitamiento institucional.
El nuevo rostro de la amenaza a la democracia
En el siglo XXI ya no basta con temer golpes de Estado clásicos o injerencias extranjeras. Ahora, el verdadero riesgo es que los carteles devengan poder soberano y normalicen un modelo donde el crimen es gobierno y la represión política asegura su permanencia.
Qué hacer antes de que caigan más fichas
Latinoamérica necesita blindarse: controles de puertos y contenedores, cooperación real en justicia y finanzas, y protección a periodistas y denunciantes. La defensa democrática se juega en la transparencia de datos, el control del dinero y la trazabilidad del poder.
Porque cuando el crimen se hace Estado, ninguna democracia a su alrededor está segura.