*La columnista es Psicóloga Clínica de niños, niñas y adolescentes y autora de varios libros
Los acontecimientos ocurridos en los establecimientos educacionales en nuestro país son sin precedentes. Observamos con perplejidad como jóvenes, menores de edad, portan armas y agreden a sus compañeros y autoridades dentro y fuera de las escuelas.
¿Poner detector de metales? ¿requisar las mochilas? Todo esto me recuerda el período en que trabajé con alumnos del Instituto Nacional en la época de los overoles blancos. en mi experiencia, la diferencia sustancial radica en que, en esos momentos, había una marcada presencia de adultos tras las conductas delictivas de los jóvenes,
La diferencia con la problemática actual es que esta surge desde los alumnos. Son ellos quienes idean y ejecutan los actos. Esto es un claro síntoma que debe ser tratado. El problema es mucho mas complejo y de no serlo así, con un simple detector de metales estaría resuelto. Comprender la adolescencia hoy día es una tarea difícil y si los adultos insistimos en evaluarlos por su rendimiento académico, estamos totalmente desconectados con lo que ellos viven y sienten.
La responsabilidad de las autoridades es hacer un diagnóstico confiable que permita tomar medidas a corto, mediano y largo plazo. De acuerdo con las cifras entregadas por la OCDE a través de la Prueba PISA, 27% de los adolescentes en Chile se sienten solos (aproximadamente 10 puntos sobre la media) y no encuentran el anhelado sentido de pertenencia entre sus compañeros de escuela. Sin embargo, las voces de expertos se alzan para criticar las dificultades en la comprensión lectora o matemáticas, que por lo demás comparados con el resto de América Latina, nos encontramos está del promedio, pero no hablan de la soledad en la que viven los adolescentes hoy.
La complejidad de los resultados obedece a una combinación letal entre interacciones violentas, soledad y el refugio en las redes sociales. Y en bandas delictuales que les entregan el sentido de pertenencia, característica vital en este período evolutivo.
Es urgente que las políticas públicas, los equipos docentes y las familias pongan en el centro la salud mental, la educación socioemocional y el acompañamiento real. Porque no basta con estar conectados: necesitamos aprender, otra vez, a estar juntos.