Por Jackie Mercado
La sociedad puede parecer más infiel en general, pero entre todos los grupos sociales, hay uno que destaca de entre el resto, y no son ni los mayores ni los más jóvenes
La infidelidad es tan vieja como el ser humano. O, mejor dicho, como el instante en el que surgió la monogamia como un pacto por el cual las relaciones sexuales debían quedar limitadas a la pareja. Si no hay límites que traspasar, no hay adulterio. El papel que ello ha jugado en la sociedad, no obstante, evoluciona con el tiempo los “millennials”, por ejemplo, parecen ser menos infieles que sus padres, a pesar de que tienen muchas más posibilidades para ello. O, quizá precisamente por eso: parece algo menos emocionante.
Desde principios de la pasada década, la cantidad de sexo extramarital se ha disparado, pero tan solo en un grupo de la población muy determinado, la mediana edad. En concreto, aquellos que tenían entre 50 y 70 años, y que habían estados casado entre dos y tres décadas.
¿Qué está pasando para que se esté produciendo este aumento, aunque sus circunstancias quizás sean fácilmente exportables? Por una parte, cabe valorar factores habituales como el desencanto, la desilusión, el aburrimiento, la monotonía o los conflictos de pareja. También, la crisis de mediana edad que empuja a repentinos cambios de vida. Conviene no descartar el auge de la infidelidad entre las mujeres para explicarlo, una consecuencia de su independencia económica.
Otra posibilidad es que haya que entre comillas “infidelidad”, como hemos hecho previamente. El hecho de que se hable de “sexo fuera del matrimonio” y no de “infidelidad” implica que es posible que muchas de estas nuevas relaciones sean conocidas, aceptadas e incluso fomentadas. Ahí se encuentra quizá la diferencia: en la actitud de esta generación respecto a las relaciones sexuales y la fidelidad.
Los 'baby boomers' se hacen mayores
Los nuevos infieles nacieron entre principios de los años 50 y los 70 (o, entre los 40 y 60. Es decir, en los años en los que se produjo la revolución sexual y las nuevas maneras de entender el amor comenzaron a extenderse. Ello ha provocado que su forma de enfrentarse a las relaciones extramatrimoniales al hacerse mayores sea muy diferente a la que mantuvieron sus padres, cuyas reacciones eran mucho más conservadoras, tanto en lo que respecta a sus relaciones como a la hora de confesarlas.
“Hay muchas más cosas que entran en juego aparte de la duración del matrimonio y de las crisis de la mediana edad”. Las personas de mayor edad también crecieron al mismo tiempo que se produjo la revolución y sexual y, a lo largo de su vida, han tenido muchas más parejas sexuales”. Parece razonable. Si te has criado en un entorno en el que se da por hecho que vas a tener muchas relaciones, es mucho más difícil renunciar a ellas por completo que si desde pequeño has sido criado para pasar toda tu vida con una única persona.
“El impacto de estas experiencias culturales y sociales probablemente ayudaron a suavizar el tabú sobre las relaciones sexuales fuera del matrimonio para mucha gente, y esa actitud se ha extendido a su edad adulta”, y está contribuyendo a cambiar otros estereotipos de la madurez. Por ejemplo, cada vez se producen más matrimonios en la Tercera Edad, ya que la presión para mantenerse juntos toda la vida es menor. Pero también los divorcios, y el número de separaciones se incrementó.
Esta apertura de miras ha provocado que las motivaciones y razones por las que se tienen aventuras sean muy diferentes. No se trata únicamente de obtener una satisfacción sexual que no podía hallarse en otro contexto, sino que en algunas ocasiones puede llegar a ser saludable para la propia coexistencia en el matrimonio. El sexo fuera del lecho conyugal puede servir como herramienta de autodescubrimiento o para relajar la dependencia emocional respecto a una única persona.
Nuevos tiempos, nuevas fórmulas
Otra razón por la que éstas costumbres pueden estar cambiando, y es la influencia de generaciones más jóvenes, que han encontrado nuevos modelos de convivencia que pueden haber empezado a ser adoptados por sus padres. Entre ellas se encuentra, por ejemplo, el poliamor (varias parejas al mismo tiempo), pero también la cohabitación sin estar casados legalmente, así como la aparición de nuevos modelos de familia.
Entre todas ellas hay una que llama poderosamente la atención, y son las relaciones no monógamas consensuadas, una fórmula que suele confundirse con el poliamor. Es un modelo que estarían dispuestos a aceptar el 40% de los hombres y el 25% de las mujeres, pero, independientemente de los datos exactos, muestra una predisposición a aceptar que nuestra pareja, por muy enamorados que podamos estar de ella, puede desear estar con otras personas a lo largo de su vida. “Todos estos cambios siguen penetrando en la cultura y probablemente contribuyen a una mayor predisposición entre las personas de mediana edad por probar con nuevas formas de conexión”.
Antecedentes muestran más bien que el futuro es monógamo, aunque “las semillas plantadas por la revolución sexual vayan a seguir dando sus frutos entre las personas de mayor edad”. Poliamor o monogamia, aún está por ver. Lo que parece más o menos claro es que cada época tiene sus usos y sus costumbres, y a menudo son mucho más complejas de lo que pueda parecer a simple vista.