Oh I'm just counting

Furia, Por Jorge Orellana, Ingeniero de la PUC, escritor y maratonista

Quedó atrás el plebiscito, y la vida continuó…, y los inquilinos, cumpliendo con la inmobiliaria, se fueron instalando en el Edificio “Aguas Claras”; vino el dieciocho, y la inmobiliaria, cumpliendo su acuerdo con los inquilinos, inició las obras de construcción en el cité Azucenas.

-Estamos bien -dijo Fernando a Simón y Marcial, reunidos en un recinto adyacente a la recepción del edificio- me gusta este barrio. -La inmobiliaria ya inició las obras –dijo nostálgico Marcial, cerraron el lugar, y yo evito pasar por ahí porque me niego a ver la demolición de las casas.

 ¡Tanta historia! Matrimonios, nacimientos, funerales… -Su casa persistirá como un testimonio de nuestras vidas -replicó Simón- me preocupa ver decaer la seguridad en el barrio.

Aquí, entre el Club Hípico y el Parque ¡Claro que estamos bien! -Respecto de la seguridad -inquirió Fernando- ¿Cuándo el uso de la fuerza se hace desproporcionado?

 -¡Cuando la autoridad abusa! -contestó Simón. -Si alguien lanza un fierro a un carabinero y deja algo de su masa encefálica en la calle -deliberó Marcial-, puede que no haya querido matarlo, pero lo hizo, y… ¡Me indigna! y además me entristece, porque despierta en mí un detestable impulso vengativo.

-Un carabinero que tal vez con ánimo disuasivo lanzó una lacrimógena ¿Debe pasar preso doce años? -dijo Fernando. -Con esa acción, ese oficial dejó a una persona ciega y su condena fue el corolario de un juicio justo -contestó Simón.

-Asociar un acto violento a una idea, lleva a un revanchismo ascendente que desemboca en odio, en circunstancia que el rechazo a cualquier muerte debería ser transversal. -aseguró Marcial.

-No puedes calificar un acto criminal según tus emociones. Bloquea tu furia y actúa como la justicia, con los ojos vendados -apoyó Fernando. -El defecto de nuestra sociedad -dijo Marcial- es que formamos dos bandos, el nuestro, el de los buenos, y el otro… Padecemos miopía, envueltos en una niebla espesa que opaca los méritos del adversario.

 -¿No debería exigirse a un proyecto constitucional, ampliarse, para aunar y unir más allá de las barreras ideológicas?

-Claro que debería ser así -contestó Simón- pero… ¿Confiaría en alguien que nunca mostró disposición a reformar, o preferiría rebelarse?

-Somos gente pacífica Simón, el espíritu belicoso es ajeno a nuestro ánimo, aunque concuerdo contigo en que la ciudadanía, si se aburre, puede tener una conducta imprevisible.

-Es cierto, aceptó Marcial, la ciudadanía no le creyó a los constituyentes, determinó que no eran confiables y permanece agazapada, expectante, desconfiada y desconcertada, pero… ¡Sigue viva! Adormecida, como la tierra antes del sismo, presta a despertar de su letargo.

 -Hoy –dijo Simón impávido- se cumple el tercer aniversario del estallido ¿Despertará otra vez la gente? -No Simón, hoy no pasará nada. La gente está cansada y tensionada, y es un volcán a punto de estallar, pero hoy, no pasará nada -añadió Fernando.

 ¡Cómo se llora la ausencia de un líder! -comentó Marcial. -De un líder que venga del pueblo, que lo conozca y lo interprete, sin ofertas populistas, alguien capaz de educarlo, encausarlo y guiarlo –remató Simón eufórico.

- Ni la oposición ni el oficialismo saben dirigirse al ciudadano, hoy, piden a las empresas que cierren temprano y manden a la casa a su gente. En vez de garantizarles el derecho al trabajo, los encierran, entregando la calle y la ciudad al delincuente. ¿Quién entiende? -alegó Marcial.

 -Los intelectuales –dijo Fernando- que contribuyeron al desarrollo en los treinta años, simpatizaron con la revuelta; y ahora que se descontroló, sin repudiarlos, los llaman a manifestarse sin violencia. Los mismos que hace tres años llamaban al desacato ¿Será genuino el cambio?

-En lo que coinciden todos, es en repudiar la violencia, algo que yo espero no exista hoy en Plaza Italia –respondió Marcial. -La violencia es inherente al hombre -dijo Simón- y yo espero que hoy se vuelva a expresar, porque aún no conseguimos nada.

-Con su discusión amigos –medió Fernando- me recuerdan un episodio violento en Santiago… en la Plaza Italia, en ese tiempo, Plaza Baquedano: En el zócalo de los edificios que aún existen, estaban los “Establecimientos Oriente”.

Al lado, había un cine, y una tarde fría de aquel invierno del 68, caminé con la arrogancia de la juventud y la extraña sensación de que era dueño del mundo.

La vida se extendía ante mí, amplia y generosa. Entré al cine, reinaba un ambiente vulgar, distante al refinado que había supuesto. Otro Santiago, distinto y novedoso, convergían a la plaza todos los estratos sociales. Ahí ocurrió el incidente: Un hombre fornido, con acento huraño, se arrellanó groseramente en la butaca de adelante. –

¿Me permite? – le rogó una hermosa mujer intentando pasar por delante, pero él no se movió, obligándola a tocarlo al avanzar hacia su asiento. -¡Un caballero se para ante una dama!- lo reconvino enfadado un hombre de finos rasgos y apariencia delicada, vestido en forma modesta y pretenciosa, que a mi lado, estaba acompañado de dos menores.

-¡Que te importa infeliz! -Lo espetó violento el rufián. -Es lo que debe hacerse en este caso, señor -respondió el aludido, desatando un murmullo aprobatorio del resto de los asistentes. Pareció que la presión cedía, y que las aguas se apaciguaban, pero la tensión crecía cada vez que el reprendido giraba la cabeza y su gesto amenazante expresaba su contenida furia.

Temí que la función no llegaría a feliz término y sentí que estábamos en la cima de un volcán a punto de explotar. La escena, superaba en temor y suspenso a las imágenes de la pantalla.

Murmurando algo a la pareja de niños, nervioso, el hombre se levantó y mi corazón se aceleró, consciente de que se avecinaba el desenlace. Incapaz de controlar la tensión, el hombre impulsaba el fin.

El otro, acechante, al notar que su víctima dejaba la sala, desprotegido de la acción del resto, lo siguió, mientras la función continuaba en abismal silencio. Me puse de pie, y los seguí a prudente distancia, para ver cómo, en el foyer, el energúmeno aplicaba su justicia.

No hubo diálQuedó atrás el plebiscito, y la vida continuó…, y los inquilinos, cumpliendo con la inmobiliaria, se fueron instalando en el Edificio “Aguas Claras”; vino el dieciocho, y la inmobiliaria, cumpliendo su acuerdo con los inquilinos, inició las obras de construcción en el cité Azucenas.

-Estamos bien -dijo Fernando a Simón y Marcial, reunidos en un recinto adyacente a la recepción del edificio- me gusta este barrio. -La inmobiliaria ya inició las obras –dijo nostálgico Marcial, cerraron el lugar, y yo evito pasar por ahí porque me niego a ver la demolición de las casas.

 ¡Tanta historia! Matrimonios, nacimientos, funerales… -Su casa persistirá como un testimonio de nuestras vidas -replicó Simón- me preocupa ver decaer la seguridad en el barrio.

Aquí, entre el Club Hípico y el Parque ¡Claro que estamos bien! -Respecto de la seguridad -inquirió Fernando- ¿Cuándo el uso de la fuerza se hace desproporcionado?

 -¡Cuando la autoridad abusa! -contestó Simón. -Si alguien lanza un fierro a un carabinero y deja algo de su masa encefálica en la calle -deliberó Marcial-, puede que no haya querido matarlo, pero lo hizo, y… ¡Me indigna! y además me entristece, porque despierta en mí un detestable impulso vengativo.

-Un carabinero que tal vez con ánimo disuasivo lanzó una lacrimógena ¿Debe pasar preso doce años? -dijo Fernando. -Con esa acción, ese oficial dejó a una persona ciega y su condena fue el corolario de un juicio justo -contestó Simón.

-Asociar un acto violento a una idea, lleva a un revanchismo ascendente que desemboca en odio, en circunstancia que el rechazo a cualquier muerte debería ser transversal. -aseguró Marcial.

-No puedes calificar un acto criminal según tus emociones. Bloquea tu furia y actúa como la justicia, con los ojos vendados -apoyó Fernando. -El defecto de nuestra sociedad -dijo Marcial- es que formamos dos bandos, el nuestro, el de los buenos, y el otro… Padecemos miopía, envueltos en una niebla espesa que opaca los méritos del adversario.

 -¿No debería exigirse a un proyecto constitucional, ampliarse, para aunar y unir más allá de las barreras ideológicas?

-Claro que debería ser así -contestó Simón- pero… ¿Confiaría en alguien que nunca mostró disposición a reformar, o preferiría rebelarse?

-Somos gente pacífica Simón, el espíritu belicoso es ajeno a nuestro ánimo, aunque concuerdo contigo en que la ciudadanía, si se aburre, puede tener una conducta imprevisible.

-Es cierto, aceptó Marcial, la ciudadanía no le creyó a los constituyentes, determinó que no eran confiables y permanece agazapada, expectante, desconfiada y desconcertada, pero… ¡Sigue viva! Adormecida, como la tierra antes del sismo, presta a despertar de su letargo.

 -Hoy –dijo Simón impávido- se cumple el tercer aniversario del estallido ¿Despertará otra vez la gente? -No Simón, hoy no pasará nada. La gente está cansada y tensionada, y es un volcán a punto de estallar, pero hoy, no pasará nada -añadió Fernando.

 ¡Cómo se llora la ausencia de un líder! -comentó Marcial. -De un líder que venga del pueblo, que lo conozca y lo interprete, sin ofertas populistas, alguien capaz de educarlo, encausarlo y guiarlo –remató Simón eufórico.

- Ni la oposición ni el oficialismo saben dirigirse al ciudadano, hoy, piden a las empresas que cierren temprano y manden a la casa a su gente. En vez de garantizarles el derecho al trabajo, los encierran, entregando la calle y la ciudad al delincuente. ¿Quién entiende? -alegó Marcial.

 -Los intelectuales –dijo Fernando- que contribuyeron al desarrollo en los treinta años, simpatizaron con la revuelta; y ahora que se descontroló, sin repudiarlos, los llaman a manifestarse sin violencia. Los mismos que hace tres años llamaban al desacato ¿Será genuino el cambio?

-En lo que coinciden todos, es en repudiar la violencia, algo que yo espero no exista hoy en Plaza Italia –respondió Marcial. -La violencia es inherente al hombre -dijo Simón- y yo espero que hoy se vuelva a expresar, porque aún no conseguimos nada.

-Con su discusión amigos –medió Fernando- me recuerdan un episodio violento en Santiago… en la Plaza Italia, en ese tiempo, Plaza Baquedano: En el zócalo de los edificios que aún existen, estaban los “Establecimientos Oriente”.

Al lado, había un cine, y una tarde fría de aquel invierno del 68, caminé con la arrogancia de la juventud y la extraña sensación de que era dueño del mundo.

La vida se extendía ante mí, amplia y generosa. Entré al cine, reinaba un ambiente vulgar, distante al refinado que había supuesto. Otro Santiago, distinto y novedoso, convergían a la plaza todos los estratos sociales. Ahí ocurrió el incidente: Un hombre fornido, con acento huraño, se arrellanó groseramente en la butaca de adelante. –

¿Me permite? – le rogó una hermosa mujer intentando pasar por delante, pero él no se movió, obligándola a tocarlo al avanzar hacia su asiento. -¡Un caballero se para ante una dama!- lo reconvino enfadado un hombre de finos rasgos y apariencia delicada, vestido en forma modesta y pretenciosa, que a mi lado, estaba acompañado de dos menores.

-¡Que te importa infeliz! -Lo espetó violento el rufián. -Es lo que debe hacerse en este caso, señor -respondió el aludido, desatando un murmullo aprobatorio del resto de los asistentes. Pareció que la presión cedía, y que las aguas se apaciguaban, pero la tensión crecía cada vez que el reprendido giraba la cabeza y su gesto amenazante expresaba su contenida furia.

Temí que la función no llegaría a feliz término y sentí que estábamos en la cima de un volcán a punto de explotar. La escena, superaba en temor y suspenso a las imágenes de la pantalla.

Murmurando algo a la pareja de niños, nervioso, el hombre se levantó y mi corazón se aceleró, consciente de que se avecinaba el desenlace. Incapaz de controlar la tensión, el hombre impulsaba el fin.

El otro, acechante, al notar que su víctima dejaba la sala, desprotegido de la acción del resto, lo siguió, mientras la función continuaba en abismal silencio. Me puse de pie, y los seguí a prudente distancia, para ver cómo, en el foyer, el energúmeno aplicaba su justicia.

No hubo diálogo, el gigante, convertido en un bisonte, contra el débil, convertido en un insecto. Su enorme puño cayó contra el imperturbable rostro del otro.

 Las piernas del agredido cedieron y su cabeza se estrelló contra el suelo con un golpe sordo que alertó a la administración. Corrieron los funcionarios para detener al victimario, pero este se había sosegado, el impacto controló su furia.

Articularon al golpeado que pendía como muñeco, detuvieron la sangre que manaba profusa de su nariz y le aplicaron hielo en el oscuro hematoma que apareció en su ojo derecho.

Alertados, aparecieron los carabineros llevándose al agresor. Atendido por manos piadosas, el hombre, aun dando tumbos, ingresó de nuevo a la sala, para seguir la función. Controlando el cúmulo de emociones que me invadían, y perdido mi interés por la película, me refugié en la oscuridad de la sala y esperé que la función finalizara.

Observé que el agredido, repuesto de su lesión, dejaba la sala de la mano de los niños, e iba tan apuesto como había llegado, indiferente a su ojo en tinta. -¿A dónde llevaron al hombre?

– Pregunté al funcionario antes de salir, y ante su mirada hostil, añadí perdió esta lapicera y quiero devolvérsela. -A dos cuadras de aquí – replicó satisfecho, y agregó –la pasará mal, le darán una pateadura que lo tendrá en cama un par de días.

 ¡Por cabrón! –Rio. Sospechando que el episodio aún tenía algo que revelarme, descubrí en la Comisaría que, en el corazón de una ciudad, igual que en el corazón de un hombre, se acumula mucha violencia…ogo, el gigante, convertido en un bisonte, contra el débil, convertido en un insecto. Su enorme puño cayó contra el imperturbable rostro del otro.

 Las piernas del agredido cedieron y su cabeza se estrelló contra el suelo con un golpe sordo que alertó a la administración. Corrieron los funcionarios para detener al victimario, pero este se había sosegado, el impacto controló su furia.

Articularon al golpeado que pendía como muñeco, detuvieron la sangre que manaba profusa de su nariz y le aplicaron hielo en el oscuro hematoma que apareció en su ojo derecho.

Alertados, aparecieron los carabineros llevándose al agresor. Atendido por manos piadosas, el hombre, aun dando tumbos, ingresó de nuevo a la sala, para seguir la función. Controlando el cúmulo de emociones que me invadían, y perdido mi interés por la película, me refugié en la oscuridad de la sala y esperé que la función finalizara.

Observé que el agredido, repuesto de su lesión, dejaba la sala de la mano de los niños, e iba tan apuesto como había llegado, indiferente a su ojo en tinta. -¿A dónde llevaron al hombre?

– Pregunté al funcionario antes de salir, y ante su mirada hostil, añadí perdió esta lapicera y quiero devolvérsela. -A dos cuadras de aquí – replicó satisfecho, y agregó –la pasará mal, le darán una pateadura que lo tendrá en cama un par de días.

 ¡Por cabrón! –Rio. Sospechando que el episodio aún tenía algo que revelarme, descubrí en la Comisaría que, en el corazón de una ciudad, igual que en el corazón de un hombre, se acumula mucha violencia…