Especial El País de España
Desde hace unos años, la frontera de la investigación del cáncer no está dentro del tumor, sino en todo lo que le rodea. Los oncólogos lo denominan microambiente: un mundo microscópico del que aún se entiende muy poco. Las células tumorales avanzan tendiendo nuevos vasos sanguíneos con los que alimentar su crecimiento aberrante. En muchos casos, alrededor del tumor se congregan bacterias que pueden estar influyendo en la enfermedad. En ocasiones también hay células del sistema inmune que parecen dormidas.
En el ambiente de los tumores más letales y difíciles de tratar —como los de páncreas o cerebro— apenas hay linfocitos T, el tipo de célula inmunitaria capaz de localizar y aniquilar cualquier amenaza externa. Es como si el cáncer llevase una capa de invisibilidad. Nueve de cada diez muertes por cáncer se deben en parte a este problema: cuando los médicos detectan la enfermedad, esta ya se ha extendido a otros órganos causando metástasis.
Uno de los mayores retos de la oncología es conseguir vacunas que convoquen a muchos efectivos distintos del sistema inmune al campo de batalla del microambiente tumoral sin importar en qué órgano esté. Para ello hay que encontrar un mecanismo molecular común a todos esos tumores. El problema es que el cáncer lleva millones de años evolucionando junto a nosotros y usa mecanismos biológicos muy similares a los de las células sanas. Matarlo puede suponer también matar al paciente.
Esta dificultad ha hecho que la mayoría de vacunas contra el cáncer que se persiguen en la actualidad sean personalizadas para cada paciente y su cáncer. Esto plantea unos retos económicos y técnicos enormes: el cáncer es una de las enfermedades más prevalentes del mundo con unos 18 millones de nuevos casos diagnosticados cada año.
Un estudio ha reavivado el sueño de una vacuna polivalente contra el cáncer. Se trata de una nueva molécula identificada por el médico y experto en inmunoterapia Kai Wucherpfennig, del Instituto Dana-Farber de Cáncer, en Boston, que usa una nueva táctica para despojar a los tumores de su invisibilidad.
El cáncer daña el ADN de las células y en respuesta a ese daño se producen dos proteínas llamadas MICA Y MICB. En condiciones normales servirían para alertar al sistema inmune, pero el cáncer ha desarrollado la capacidad de cortarlas y diluirlas, lo que le hace invisible ante las defensas del organismo.
El equipo de David Mooney, bioingeniero de la Universidad de Harvard, diseñó una vacuna basada en la molécula identificada por su colega del Dana-Farber que genera anticuerpos contra esas dos proteínas. Estas moléculas se unen a ellas e impiden su cortado. Eso retira la capa de invisibilidad del tumor y hace que al lugar acudan dos tipos de células inmunitarias: linfocitos T y células asesinas naturales. Ambas vuelven a ser capaces de identificar las proteínas, se unen a ellas y destruyen las células tumorales donde están presentes.
Los científicos han mostrado que la vacuna es efectiva en varios experimentos con ratones y además han observado que genera una respuesta inmune adecuada en monos. Esta inmunización funciona incluso en casos de tumores avanzados que han causado metástasis en los animales.
“Esta vacuna podría ayudar a muchos enfermos con diferentes tipos de cáncer porque no depende de las mutaciones específicas en el cáncer de cada paciente”, explica el bioingeniero Mooney. Su equipo lleva años desarrollando vacunas basadas en estructuras tridimensionales microscópicas que una vez inyectadas funcionan como un cuartel general al que acuden decenas de miles de células del sistema inmune capaces de generar anticuerpos contra las proteínas del tumor y estimular a otros efectivos, sobre todo los linfocitos T y las asesinas naturales.
Este nuevo prototipo de vacuna contra el cáncer se ha publicado en Nature, referente de la ciencia mundial. Una de las características más destacadas es que inhabilita uno de los mecanismos de invisibilidad ante el sistema inmune más utilizados por muchos tipos de tumores, incluidos los de páncreas y glioblastoma cerebral. “El principal mensaje es que es posible desarrollar vacunas que funcionen en muchos pacientes y en tipos de tumor diferentes”, resume Wucherpfennig. El equipo planea comenzar ensayos clínicos con pacientes el próximo año.
El desarrollo de fármacos efectivos contra el cáncer es una tarea complejísima. Solo tres de cada 100 nuevos medicamentos de este tipo consiguen pasar todas las pruebas en pacientes y llegar al mercado. La tasa de éxito es menor con los tumores más complicados de combatir. Sin embargo, esta y otras aproximaciones persiguen añadir una nueva arma que sumar a los tratamientos ya a aprobados.
“Este estudio forma parte de una nueva aproximación a la inmunoterapia”, explica Ignacio Melero, inmunólogo del Centro de Investigación de Medicina Aplicada de la Universidad de Navarra. “La idea consiste en inmunizar para que se formen autoanticuerpos frente a mecanismos que usa el tumor para evadir la respuesta del sistema inmune, de forma que en pacientes vacunados se potencia la efectividad de los tratamientos de inmunoterapia. Una aproximación similar con otro tipo de vacuna ha conseguido resultados prometedores contra el melanoma”, resalta Melero.
Se refiere a los primeros ensayos clínicos en pacientes con una vacuna experimental basada en una pequeña proteína llamada IO103 que estimula la capacidad de reacción de los linfocitos T y que se administra junto a inhibidores de punto de control, un tipo de inmunoterapia contra el cáncer ya aprobada. “Hay que esperar a ver lo que deparan los ensayos clínicos, pero los resultados hasta ahora invitan a pensar que pueden sostenerse en pie”, añade Melero.
Pedro Romero, codirector del Instituto Ludwig de Investigación del Cáncer, en Suiza, resume la dificultad de conseguir vacunas no personalizadas. “El cáncer no es una entidad patológica uniforme; sino que puede haber más de 700 diferentes que se definen por perfiles moleculares distintivos. Todos los tratamientos anticáncer eficaces lo son contra un número limitado de esos subtipos de cáncer. No se puede esperar algo distinto de las futuras vacunas contra el cáncer. Sí es posible que algunas inmunizaciones como la descubierta por este grupo del Dana-Farber funcionen contra un grupo importante de tumores, lo que sería un logro importante. El biomarcador en este caso sería el nivel en la sangre de las moléculas MICA y MICB”, detalla.
Romero es optimista sobre el potencial de estas vacunas terapéuticas. “Es concebible utilizar una combinación de los dos tipos de vacunas, semi-universales y personalizadas. Habría sinergias potencialmente beneficiosas para el tratamiento de los pacientes. La inmunoterapia del cáncer está en su infancia, llegando a la adolescencia. La promesa es enorme”, concluye.