Oh I'm just counting

Ha muerto un miserable: verguenza de los abogados. Por Roberto Avila, abogado

Las grandes confrontaciones sociales sacan a la superficie lo mejor y lo peor de los seres humanos. La profesión de abogado no es ajena a esta ley de la sociología.

Hay quienes ennoblecen nuestra profesión como Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde  (Argentina), Joan Garcés y Baltazar Garzón (España)  Hans Litten (Alemania). En Chile: Roberto Garretón, Luis Toro, Nelson Caucoto, José Galiano, Fernando Zegers,Juan Pavín,  María Magdalena Rivera,  Mario González, Hugo Gútierrez, Hiram Villagra  y muchos otros que se me olvidan, perdón por ello.

Pero están los otros, los miserables, que sin ideología doctrina ni principios se prestan a los crímenes de la opresión simplemente por recibir las mieles del poder. Mercenarios.

Entre ellos están Andreí Vyshinski (el fiscal de Stalin), Rolland Freisler (el fiscal de Hitler) y un granuja que acaba de morir en Chile: El general de "Justicia" Torres Silva.

Este último, era un abogado mediocre, de la mitad para abajo, nunca destacó en nada ni en la academia ni en el ejercicio de la profesión. Cuando la dictadura militar necesito un sicario judicial, llegó su hora. Escoltas, dinero, autos fiscales, rompe filas, y la fama mediática en todos los canales de televisión. Recibió el grado de “fiscal ad-hoc”. Todo le llegó junto, como caído del cielo, del infierno más bien.  

Se especializó en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) como Vyshinski en bolcheviques y Freisler en oficiales alemanes democráticos.

Dos recuerdos, personales.

Mi jefe en la Vicaría Luis Toro me mandó a la fiscalía Militar de calle Zenteno con el encargo de pedir una audiencia con el miserable y formularle una petición que hoy día es un derecho, poder hablar con un preso que llevaba casi 20 días incomunicado y con toda seguridad salvajemente torturado.

Llegue a eso de la 5 de la tarde, como Lorca, el secretario de la fiscalía me señaló que la agenda del coronel estaba ocupada pero que me podía recibir al día siguiente a primera hora, 8 de la mañana. Hora militar me advirtió el amanuense.

Legue puntual. Avisé mi ingreso. Espere ahí sentado el llamado. Pasaron dos horas y ´pregunté. Siga esperando, cerca de la una de la tarde, volví a preguntar. Me dijeron espere, no salga pues si lo llamamos y usted no está no hay audiencia. Pasaron lentamente las horas, yo sabía que había un compatriota torturado y vejado en una celda inmunda, yo no podía mandarlos a donde se merecían. Querer al que no conozco escribió Pablo Neruda, aguante Robertico.

A las 8 de la noche en punto, yo había llegado hacía 12 horas en punto, horario militar, salió el amanuense y me espetó, el coronel se ha retirado y no lo recibirá. Me contuve y pregunté, puedo volver mañana?. Se sorprendió y de riposta me tiró una mofa con una amenaza velada. Le llamaremos  cuando se le dé una audiencia. Le respondí, me van a llamar a la oficina o a la casa, para darle el número. Ahora la amenaza desenfundada, tenemos sus teléfonos, el de su casa también.

La otra. Cayó presa una joven del FPMR, tratamiento de la casa, torturas, golpes, electricidad, colgamientos. Una celda inmunda, la sangre de las heridas, sin bañarse, la misma ropa, las mujeres tienen sus ciclos biológicos. La infección alcanzó sus órganos internos, débil y sin comer, defensas bajas. Riesgo de vida, dolores insoportables.

Presentamos escritos ofreciendo un médico de la Vicaría, pues estaba incomunicada y con prohibición que Gendarmería la atendiera. Fui a la Fiscalía. Entre a la sala de actuarios y sentí un olor pestilente, la habían traído para er si la habían quebrado y reconocería todo lo que le imputaban, real o falso. Era evidente la necesidad de un médico, la respuesta del coronel  “No ha lugar por innecesario”.

Pero la vida es más fuerte que sus enemigos. Se juntaron las gendarmes mujeres, abrieron la celda y llevaron a la prisionera, esa chilena valiente, al servicio sanitario y luego a un hospital, punto.

El coronel, se hizo el tonto, no le costó mucho,  y no molestó a Gendarmería.

Ha muerto el miserable en la cárcel, no se alcanzó a producir el traslado a su casa, ha muerto en su lugar, el único que merecía.