Un inmortal olor a vejez, rancio, flotaba al interior del local, y se acentuaba con la presencia de una vieja que, revisando cuentas, no alzó la vista para saludar a los visitantes, que aunque de apariencia distinta, iban animados por algo común.
Dejando atrás el ruido de la calle que hervía en actividad, y cerrando la puerta con delicadeza, se internaron, temerosos de profanar el silencio que reinaba en el local atestado de libros viejos.
Abstraídos por la seducción del lugar, caminaron separados, por el amplio galpón, fisgoneando ante cada libro, curiosos de su antigüedad, del título, del autor, o de cualquier otro detalle que les permitiera hurgar en el secreto misterio que ahondaba en sus amarillas páginas.
Se acercaban, para compartir un comentario, y continuaban, fascinados por la amplitud del silencio. Uno de ellos, indagó por una traducción de Madame Bovary, y la anciana - sin deprenderse del pucho, que colgaba de sus labios secos, y que dirigía hacia un lado para evitar la mascarilla, que pendía de su oreja lejana - ordenó a un dependiente, también mayor, pero de edad indefinida, que lo buscara.
Con lento y parsimonioso paso, cumpliendo la instrucción, el hombre fue hasta el fondo del galpón, que no era, como parecía, el final del local, abrió una puerta encubierta y se internó en una bodega con estanterías repletas de libros, que dejaban mínimos pasillos para la circulación.
Aunque un letrero lo impedía, al no cerrar la puerta, con timidez, ambos amigos entraron, absorbiendo la magia que brotaba - como las maravillas de un campo en primavera - de los libros apilados por miles.
Con fruición de avaros, recorrieron los textos que surgían desde las hoscas repisas de madera, mientras el viejo, afanado entre los pasillos, perseguía la obra de Flaubert. En una pausa, se inició entre ellos un casual diálogo:
-¿Te interesaría conocer los comentarios de tus lectores? – Preguntó uno.
- ¿Para qué? – Respondió el otro. Para mí, la escritura procede de una fuerza ineludible, a la que mi propio placer me impide resistirme.
- ¿No te acosa la curiosidad por saber sus opiniones?
- ¡Claro que sí! – Pero la controlo, pensando que al satisfacerla, solo aliento sentimientos lúgubres. Me explico. Si los comentarios son halagadores, exaltarán mi ego, adormeciendo mi creatividad. Si por el contrario, son adversos, exacerbada mi inseguridad, me distraeré explicando el texto. ¡No me hacen bien! Perturban el escaso tiempo de mi creación. Tal debe ser la razón por la que los escritores se aíslan hasta enclaustrarse.
- Encontré varias ediciones – interrumpió el dependiente, pero no del traductor que me piden. ¡Persistiré! – Añadió invencible, mientras los amigos, siguieron escrutando por su cuenta. Un rato más tarde, al coincidir en un encuentro de los estantes, continuaron el dialogo.
- ¿Cuáles son tus intereses literarios?
- Dediqué mi vida a otra actividad, de la que pude vivir. La escritura nace en un lugar indefinido y místico, y el vínculo con el lector tiene un carácter sagrado. Tal vínculo, que exige respeto, posee libertad, y no tiene para mí, otro límite de restricción que el de la vulgaridad.
- ¿Tiene sentido un texto si no te comprometes con una postura?
- Como no es bueno que un veedor o árbitro se declare partidario de una de las partes, escribir una crónica tampoco lo será, si el escritor no lo hace con independencia. Al asumir una postura, el escritor queda supeditado al político que habita en él. Aunque es bueno que los ideales permanezcan, las visiones cambian en el tiempo, por lo que un texto literario trasciende solo cuando excede el agobiante ámbito de lo partidista.
- Esto es lo único que encontré – Irrumpió el viejo, con varios textos en la mano, pero ninguno era del traductor que buscaban.
- ¿Por qué insisten tanto con esa traducción? – Preguntó curioso.
- Porque es un libro muy descriptivo y en ciertas traducciones se pierden detalles que enriquecen la narración – Respondió uno.
- Para mí – Agregó el otro, el libro fue una lata. Intenté leerlo dos veces, y en ambas ocasiones, me aburrí, y lo dejé, pero quiero retomarlo, porque estoy seguro que anida en él, algo grandioso.
- Es verdad que al principio se hace latoso, pero gana interés. Mientras él, se refugia en el gozo de su insípida vida matrimonial, ella reclama, desde ese estado, la aventura, que las novelas de amor, le ha inspirado.
- ¡Búscalo en el subterráneo! – Gritó al dependiente, la vieja, que ha estado atenta al desarrollo de la conversación, y el viejo, desganado, sale a cumplir la orden.
En la espera, uno se entretiene con las ilustraciones de un libro de Benito Pérez Galdós, del que no se desprenderá, y que le cede a la mujer para pagar más tarde, mientras el otro vuelve al diálogo entre ellos.
- ¿No piensas que el escritor tiene un compromiso de lenguaje moderno y a medida que envejece, con la generación más joven?
- El gran compromiso del escritor está consigo mismo, y es el de llegar a un lector desconocido. En mi oficio, que gobernó mi vida, he interpretado necesidades y gustos de clientes, al hacerlo, en la escritura, transformaría el libro en un producto comercial, quitándole su carácter sagrado.
- ¡Yo soy Madame Bovary! – Ha dicho el autor - Irrumpió el otro, haciendo saltar a la vieja, que desde lejos, seguía atenta. Cada personaje tiene algo del autor, y cada texto, la huella de sus pasos. La libertad de la escritura permite ver la luz a pensamientos íntimos, que el pudor elude abordar, pero que subyacen en el alma. ¡A propósito! – Interpela a su amigo, ¿Cómo va tu novela? La mía avanza con lentitud.
- Me ocurre – respondió el otro, que mi interés radica en la creación, y que, en la etapa en que me encuentro, la corrección, aburrido, me invade la perturbadora impresión de ser una partícula girando en torno a un desagüe, al que me acerco vertiginoso, en círculos concéntricos cada vez menores, presionado por la urgencia del abismo.
- ¡Qué distintos somos! – Es la réplica que escucha. Tenemos similitudes, pero que grandes diferencias. Es maravilloso que esta librería persista. ¡Vamos! Se hace tarde. Paguemos.
- ¿Cómo ha estado su padre señora?
- ¡En la casa! Fumando como chino – Con tono hosco, grabado del fatalismo que invade su aterrador destino.
- ¿Cuánto es?
- Veinte mil con el descuento – Suavizó el tono, sin que le hubieran pedido rebaja, y añadió, descorazonada - hay que cuidar a los pocos clientes.
- Oiga señora – La abordó el otro, y con extrema mesura le expuso un plan. Estuve pensando - mientras recorría las instalaciones - que usted tiene aquí del orden de cinco mil metros cuadrados. En este espacio, de acuerdo con las normas municipales, se puede construir un edificio de ocho pisos para destinarlo a viviendas. Estimando, en una cuenta ligera, el precio de venta de las unidades, y el costo de construcción, creo que podría ofrecer a usted y su padre, el primer nivel para mantener la librería, un departamento en un piso superior dónde vivirían, y además, un remanente en pesos que les otorgara una pensión digna. ¿Qué le parece?
Ante la sorpresa del amigo, que escuchaba consternado, por única vez en la visita, a la vieja, con el brillo de la ilusión, se le encendieron los ojos.