Oh I'm just counting

¿La suerte de todos depende uno? Por Oscar Osorio Valenzuela. Sociólogo

Esta frase que tendría sentido en cualquier país del mundo, cohesionado y con confianza, además con una idea de futuro compartido, donde la palabra de la autoridad sanitaria y de la autoridad política, en medio de una crisis como la que estamos viviendo, no solo es escuchada, sino que respetada, en nuestro país carece absolutamente de peso y densidad . En efecto, la crisis de legitimidad y de confianza por la que atraviesan todas las instituciones, desde ya un largo rato, no se ha repuesto para nada. Entonces, ahora, en medio de esta pandemia, en donde necesitamos de manera urgente la construcción de “un nosotros”, no solo no creemos, sino que desconfiamos y nos negamos a asumir voluntariamente los criterios de la autoridad. Por el contrario, lo único claro, la única certeza que tenemos, ha sido la instalación del miedo y de un sentido de supervivencia, que nos envuelve a todos.
 
Al igual que antes del inicio del estallido social del 18/10, donde el gobierno y sus principales rostros, partiendo por supuesto por el Presidente, insistían que nuestro país era una suerte de oasis, en medio de un mundo y región convulsionada, respecto de la pandemia del COVIS 19 se tuvo el mismo principio, la misma soberbia, la misma arrogancia. Se nos llegó a decir, incluso, que estábamos mejor preparados que Italia, o “que a lo mejor el virus podía mutar a bueno”, transformándose estas y otras tantas en verdaderas frases para el bronce, no hacen más que dar cuenta, no sólo de un gobierno prácticamente desfondado, sino un lugar donde prevalecen la improvisación y la superficialidad.
 
Y ahora, que la realidad nos ha golpeado en la cara de la peor manera; cuando el número de contagiados crece y crece; ahora que han comenzado a colapsar los hospitales y clínicas; que los peores escenarios proyectados por especialistas y técnicos de las sociedades científicas y del Colegio Médico, no sólo fueron desestimados sino que también “ninguneados” por los winners locales, se nos traslada a cada uno de nosotros, la responsabilidad de salvarnos.
 
¡No señor Ministro! no se nos puede culpar a nosotros por el fracaso de vuestra política. Más aún, cuando no hay ninguna acción, ninguna frase humilde para decirle al país que fracasó la puesta en escena planificada; ninguna señal que dé cuenta del error cometido ni menos de los responsables por esos errores No se hacen cargo (las autoridades) por no haber escuchado a nadie más que propusiera otras salidas. No hubo, señor Ministro, ni la más mínima decisión de resolver la ecuación entre salud y economía, por el lado de la salud. Al contrario, el discurso oficialista, el discurso “ganador” que se escuchaba y se imponía era el de la normalidad, y que había que volver a trabajar. Que ya estaba funcionando “la mano invisible” del mercado y que no había preocuparse mayormente. En síntesis, ninguna autocrítica acerca de la ruta diseñada e implementada.
 
Ahora, cuando el virus y la muerte disfrazada de resfríos, de ataques respiratorios y neumonías han comenzado a golpear las puertas de los hogares de las comunas más pobres del país; ahora, que es imprescindible mantener confinada en sus hogares a la población durante la cuarentena, pero también era dotarla de un ingreso de emergencia de dignidad, la respuesta oficialista de nuevo fue lapidaria y cargada de ideología respecto que no se puede afectar el modelo ultraneoliberal. Y aquellos ministros que han copado cuanto matinal y noticiero habido, que se inflan el pecho explicando que toda propuesta ajena a la oficial, es populista y que, de acogerlas, significan pan para hoy y hambre para mañana, han sido elevados a la categoría de “halcones” del modelo por toda aquella corte de dueños de canales de TV, editorialistas, políticos oficialistas y periodistas que, perdiendo todo decoro y autonomía, asienten de manera complaciente.
 
Entonces ante el drama de la población, la respuesta de la autoridad, la de los “halcones y su corte”, es de nuevo la caridad y no la justicia; la dádiva y no la dignidad: Son cajas de mercadería que nadie sabe cuándo ni a quiénes les llegarán. No es el ingreso digno que igualara la línea de la pobreza, sino uno de emergencia, pero decreciente. “No vaya a ser cosa que la gente se acostumbre a depender del estado”, fue otra de las frases que quedarán para el bronce.
 
Ha quedado de manifiesto que esta pandemia, contario a la voz oficial, no es democrática. Que el contagio, cuando se vive el confinamiento en lugares hacinados, es mucho mayor y que viene aparejado con el miedo a la realidad de la muerte, que se instala como huésped preferente en las comunas populares del país. Es muy distinto vivir la cuarentena y el confinamiento, con internet, patio, con compras de alimentos via app y delivery. Esto es la realidad en nuestra sociedad altamente segmentada y desigual hasta lo insoportable.
 
Si a este diagnóstico le sumamos la precariedad de los empleos que aún subsisten, con la mayoría de las grandes empresas sumándose a los subsidios de cesantía, y (como dice la norma e ideología), gastándose primeramente el aporte de los trabajadores de este subsidio, más la enorme cantidad de desempleados producto del cierre de actividades relacionadas con el turismo, la gastronomía y los servicios, el coctel de reclamo y violencia que deviene, es absolutamente predecible y, por supuesto esperable.
 
Es cierto que la tasa de letalidad del virus entre las personas contagiadas aún es relativamente bajo comparado con otros países. Sin embargo, todo el peso y esfuerzo de esta situación, lo cargan los técnicos y profesionales de la salud pública, quienes, sobre la base de un compromiso y estado de ánimo encomiables, más allá de los turnos desgastadores y salarios miserables, mantienen con vida a los que llegan. Ellos están en una verdadera trinchera de guerra. Los profesionales y técnicos del sistema privado también tienen memorias de salud pública que aflora en estos momentos. Es importante reconocerlo.
 
Ahora bien, el sentido de estas notas, no es desenmascarar las políticas de gobierno; no es anteponer derechos básicos v/s políticas de mercado; tampoco es anteponer caridad v/s justicia, eso ya lo sabemos. Esa es la política de los defensores del modelo, que prefieren “donar” ventiladores mecánicos al desmejorado sistema de salud público que subsiste con per cápitas de miserias, en vez de pagar tributos como corresponde, para que de esa manera el país pueda acceder a estos instrumentos cuando se requiera.
 
El sentido es para que desde ahora mismo, en lo más álgido de la crisis, cuando vemos como desde los campamentos la gente hace malabares para poder comer y abrigarse; cuando vemos como en la mayoría de las comunas populares se levantas ollas comunes o solidarias; cuando vemos que entre los humildes la solidaridad es “dar hasta que duela”, decirle a todos los que no creen ni en la racionalidad ni en la autorregulación del mercado; a los que de verdad creen que es posible una sociedad menos segmentada y desigual, que salgan de las trincheras ideológicas y que hagan un esfuerzo sobrehumano y depongan las diferencias, que privilegien los mínimos comunes, que se estructuren en un nosotros, para ofrecerle al país una alternativa de cambio que transforme realmente al país en una patria para todos, una patria no de privilegios, sino de derechos.
 
Sin arrogancia, con disposición al diálogo y a la construcción compartida. Necesitamos de una gran épica para que nunca más la salud, las pensiones y la educación estén mediatizadas por el mercado, atosigados por la economía como una “deidad” un ente extrasomático, un becerro de oro, que debe ser adorado sin importar que solo se ubique en la mesa del festín de los poderosos.
 
La gente más humilde, la más vulnerable, no merece caridad, merece justicia. Y hoy nos damos cuenta que, ante la mayor crisis sanitaria y económica en curso y que se avecina peor, la mano invisible del mercado no funciona.