Por Guillermo Arellano
La intensidad de las críticas y las defensas, como también los análisis respecto a la visita a Chile del Papa Francisco crecen con el correr de los días.
Sin embargo, mientras esto ocurre también aumentan las facilidades para que los voluntarios y feligreses puedan concurrir a todas las actividades oficiales que protagonizará el Sumo Pontífice en Santiago, Iquique y Temuco entre el 15 y el 18 de enero próximo.
Por lo mismo, todas las quejas referidas al alto costo que tendrá para el Estado la visita de Jorge Bergoglio (más de 10 mil millones de pesos), sumado a la concesión de días feriados regionales a través de leyes tramitadas en el Congreso con patrocinio del gobierno, con pérdidas cuantiosas para la economía local, y el anticipado horario de funcionamiento del Metro capitalino (2.00 AM), quedarán solo en eso, quejas y lamentaciones.
Los motivos son de sentido común y de aritmética de quinto básico: “es un error leer al Papa en clave política cuando es el guía de 1.300 millones de católicos”, señala el biógrafo de Francisco, Hernán Reyes Alcaide.
Por otro lado, en Chile, el 60% de los ciudadanos se declara católico, según la Encuesta Nacional Bicentenario 2017 que realizaron el Centro de Políticas Públicas de la Universidad Católica y Adimark, datos que coinciden con lo estipulado en el informe de la consultora internacional Latinobarómetro, que señaló que la masa de creyentes llegó al 57% (aunque en 1993 era del 74%)
Además, solo en las misas del Parque O’Higgins y del Templo Votivo de Maipú se espera a más de un millón de personas y tanto en el norte como en el sur del territorio nacional la presencia de turistas promete dejar millonarias ganancias en cuanto a turismo, alojamiento y comercio.
Raya para la suma: existen motivos suficientes como para tomar algunas medidas en cuanto a seguridad, transporte público y demases. No serán días normales, gústele o no.
Si usted es ateo o agnóstico o le desagrada este Papa jesuita con sus posturas progresistas -o de frentón de izquierda- y que para peor tiene los papeles quemados por apoyar decididamente la demanda marítima de Bolivia, sonó no más.
La tradición de una Iglesia -que hoy está cuestionada por casos de abusos sexuales de algunos de sus religiosos y con pérdida de fe y de ovejas por montones- pesa mucho más que los gritos de una minoría que solo es capaz de llamar la atención con asados en Semana Santa, tuiteos desde la comodidad del I-Phone 8 y llamados a “heregizar” cualquier tipo de acción pública.
Nótese que el periodista y exdirector de La Tercera y de Canal 13 Cristian Bofill afirmó que La Moneda se oponía a la visita del cura argentino al país, hecho que de ser verdad demuestra la miopía que tuvo el Ejecutivo ante la conducta de una franja de potenciales electores que pudieron haber desnivelado la balanza a favor del candidato del continuismo de Michelle Bachelet, Alejandro Guillier.
Tanto se habla del giro conservador que tomó Chile tras la victoria de Sebastián Piñera y de la relevancia del voto cristiano y católico que pudo influir a la hora de concurrir a las urnas. ¿Qué hubiera pasado si el gobierno y la propia Mandataria hubieran tomado como propias las banderas de la agenda papal? A lo mejor otro gallo pudo haber cantado.
A esta altura da lo mismo en realidad. Lo que no da lo mismo es la falta de tolerancia, comprensión y seso que muestran unos pocos ante la movilización de una mayoría organizada hace ¡miles de años! No por casualidad las caminatas a los santuarios de Sor Teresa de Los Andes y Padre Hurtado y las marchas por la familia superan con largueza a los desfiles del “Orgullo Gay” y las causas de las minorías sexuales y la igualdad de género que se organizan en la Alameda, que también son numerosas claro está.
Acá no se discuten ni preferencias ni gustos, porque cada quien puede, profesar y opinar lo que quiera. El tema es que así como el círculo se abre para los que piensan distinto, también ese marco de respeto tiene que mantenerse inalterable para los fervientes seguidores de la tradición y los cultos religiosos.
Eso es progresismo. Lo demás es autoritarismo. Y eso es precisamente lo que no queremos que nunca más pase en Chile.