A las 13:30, en la radio del auto, la periodista anunció una noticia urgente, proveniente de Argentina. De inmediato, pensé en Maradona. Sus últimas imágenes en la televisión lo habían presentado tan desmejorado que el comunicado de su muerte no era sorpresa.
Me sorprendió en cambio el rito funerario que se instaló en su ciudad, que el mundo presenció conmocionado. A la hora del ángelus, la irreparable pérdida que convoca la muerte de un hombre, volcó en mi alma imaginarias campanas que repicaron propagando su pacífico lamento e, instándome, a este improvisado saludo.
- Hola querido argentino, estoy conmovido por el impresionante homenaje con que la Argentina despide a Diego.
- Hola chileno querido ¿Cómo estás? Qué gusto de oírte, más bien, leerte. Te mando un audio con mis impresiones. No sé lo que pasaría en Chile con la muerte de un ídolo popular:
Rescato de Maradona la alegría que le dio a la gente con una pelota en los pies. Los ídolos populares tienen el don de llegar al mundo con su destreza. Rescato eso, y sus momentos de alegría. Ídolo inigualable, con aciertos y virtudes. No hay una persona como él, tenía todo el ADN de la Argentina, que ahora, deberá reinventarse, pues no habrá un ídolo semejante a Maradona. Ese es el sentimiento que me atraviesa con su muerte. Sos un amigo al que respeto y quiero mucho. Saludos a la familia, cuídense, porque la pandemia no ha terminado.
- Gracias argentino ¡Qué emotivo saludo! Admiro el devoto sentimiento de tu pueblo y, aunque no admiro el legado deportivo del Pelusa, hoy, sufro en su despedida, y me siento un argentino. Abrazos para ti, y tu familia.
- Que lindo lo que decís chileno ¡Sería un orgullo! Desde que te conozco respeto a Chile.
Desde siempre, la vasta cordillera ha dispuesto un muro infranqueable que, sin embargo, no pudo contener el anhelo de independencia de San Martín, glorioso general cuya expedición sobre Chile lideró nuestra libertad, pero que no tenía representación de caudillo popular, esencia del argentino que habitó en personajes como Facundo Quiroga, la que nos fue traspasada por Sarmiento, en su lastimoso destierro a Chile, donde, según sus palabras, la libertad brillaba aún.
Salpicados los atávicos genes por el riego de la sangre europea, se impone, al interior de cada uno de nuestros pueblos, la diferencia de nuestra índole, y además, entre uno y otro país, el peculiar sello del conquistador.
Nacido en Villa Fiorito, barrio humilde, distante a una hora del centro de Buenos Aires, Maradona declaró tener un recuerdo feliz de su infancia, y definió la villa con una sola palabra: lucha.
Sin perder el vínculo con su entorno, vivió en contradicción permanente. ¡Luces! Por un lado, en su indeclinable espíritu de lucha, representando la indestructible impronta del héroe. Por el otro lado ¡Sombras! ¡Abismante desconcierto! El efímero éxito en un partido de fútbol y, el tedio que empapa la ruta de su vida; conflictos que se entrelazan y que se expanden, desnudando en sus acciones todas sus inseguridades.
Con desafiante simpleza, se declaraba consciente de que lo dominaban fuerzas desbordadas, incontrolables: Si no hubiera sido por la coca – rio en una entrevista, ¡Qué jugador habríamos tenido!
¡Fue como fue, distante del modelo que hubiéramos querido que fuera! De sus errores se arrepentía con ligereza, pero se lo perdonaba con facilidad, porque tenía carisma, y porque el lugar de dónde provino triunfal, en deuda con él, siempre estuvo presto a socorrerlo.
Más allá del ritmo de su vida, su muerte conmueve, porque la acción de un hombre debe medirse en forma íntegra. Al ídolo, héroe moderno, no se le reconocen aciertos sin errores. ¡Ambos conforman un todo!
Según la genialidad del destello, el ídolo alcanza inusitadas alturas, pero, imposibilitado de permanecer suspendido en la cumbre, cae, y al hacerlo, la misma masa que lo condenó, lo levanta las veces que se requiera, pues precisa de su imagen, capaz de perpetuar la ilusión por emularlo. Es la búsqueda incesante de un hombre, por perseguir entre las nubes de un cielo lóbrego, el redentor milagro. Es aquello que estremece la esperanza viva, que ni siquiera sucumbe a la muerte.
Se entrevistó a sí mismo en un programa de televisión, y confesó lo que le gustaría decir el día de su funeral: Gracias por haber jugado al futbol, porque es el deporte que me dio más alegrías, más libertades, como tocar las manos con el cielo. Y agregó, pondría en la lápida: gracias a la pelota. Y yo me quedo pensando, cuan cómodo queda a su vida el epitafio elegido por Nicanor: ¡Un embutido de ángel y bestia!
Su genialidad estallaba al contacto con una pelota, y los expertos, hablan de jugadas inexplicables, a las que se arroga una participación divina. Aquello, utilizado por sus seguidores, explica la mano de Dios, que es el nombre con que se conoce el gol anotado por Maradona en los cuartos de final entre Argentina e Inglaterra, partido disputado en el mundial de México, el 22 de junio de 1986, y que resultó determinante en el triunfo de su equipo, por dos goles contra uno.
Esa jugada, simboliza en forma nítida y elocuente la vida del jugador: Un destello refulgente, iluminó el deporte argentino, y alegró un instante de fantasía en la vida del jugador, pero fue un regalo que vino envuelto por una quebradiza lámina de engaño. Fue un triunfo del resultado de un fraude. No superó la farsa, la pantomima en que se desenvolvió su vida, en la que no pudo replicar los éxitos de la cancha.
Lo que en el ídolo se observa caricaturizado, falseado por la fogosidad del exceso, nos hace meditar sobre la farsa que alienta el rumbo del hombre. La fascinación por la vida del Pelusa, y su improvisado desenlace, hace que muchos lo juzguemos con permisiva indulgencia, ante la perplejidad de los menos, que, indiferentes, lo reprueban inmisericordes.
Su epopeya, marca al pueblo argentino, y se extiende a otros pueblos de la tierra, habitados por hombres que ocupan interminables villas miseria, y que se encantan con el embrujo de Maradona. Al final, es la proyección de cada uno de nosotros que, por un instante, atisba ante ese espejo, el reflejo de sus propios errores y falencias.
La incongruencia y el caos que condujeron su vida por un tobogán de actos deslumbrantes y repudiables, también tocó el día de su muerte. Al funeral, realizado en la Casa Rosada, asistieron miles de devotos hinchas que, en pandemia, se congregaron en la Plaza de Mayo, produciéndose, en el velorio, los estragos de la improvisación, que dieron cuenta del descalabro que gobierna al mundo. Sin el cumplimiento de las normas sanitarias, la familia se vio obligada a aceptar el traslado de su cuerpo al cementerio, en forma anticipada.
Como una comedia, festejamos a Maradona, que encarnó nuestra ilusión, y lloramos como una tragedia, su irreparable pérdida.
El mito rodea la muerte de un ídolo, pues su carácter inmortal se niega a desaparecer. El misterio, con raigambre popular, se encargará de avivar la leyenda, que cada uno impulsará.
En su vida, cedió al apetito de la carne, ostentó de la ambición del dinero y sucumbió sumergido en las tinieblas de su melancolía, pero nunca renunció a ir investido con la imperecedera gloria de la victoria.