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Los 5 mitos más comunes entre los padres: alergia e intolerancia alimentaria

Por Antonia Paz

Polvo, abejas, gatos, polen, alimentos, la lista es extensa, aunque la amenaza es común:  En el mundo son muchas las personas que las desarrollan en algún momento de sus vidas; tanto que se estima que aproximadamente un 20% de la población presenta una reacción alimentaria adversa.

En el caso de los niños, se demuestra que un 25% de los episodios de reacción ocurren por primera vez en la escuela. Aunque en la mayoría de casos, la alergia alimentaria en la infancia es un fenómeno transitorio.
Los niños suelen perder la sensibilidad a los alimentos con mayor potencial alergénico, como lo son el huevo, la leche, el trigo y la soja.
 
Aunque hay otro tipo de alimentos como son los frutos secos, los pescados o los mariscos que suelen perdurar con más éxito como agente alérgeno.
Los 5 falsos mitos sobre las alergias e intolerancias mas comunes entre los padres
 
1. “Las intolerancias alimentarias no son algo grave; lo verdaderamente importante son las alergias alimentarias”
Debemos diferenciar entre las dos afecciones, aunque ambas presenten síntomas similares.
Las intolerancias alimentarias suelen provocar un malestar general en el sistema digestivo de la persona que ingiere un alimento que no tolera. Como por ejemplo náuseas, gases, retortijones abdominales, diarrea…
 
En el caso de las alergias alimentarias, no solo provocan que la persona empeore su estado. Pueden ocasionar reacciones de riesgo fatal a causa de la ingesta mínima de un alimento o la exposición a un alimento. Como por ejemplo presión de garganta, dificultad respiratoria, ronquera, vómitos, dolor de estómago, urticaria, disminución de la tensión arterial…
 
Es importante prestar atención a ambas afecciones, más todavía, cuando un niño sufre por primera vez un cuadro de alergia alimentaria y, cuando ni siquiera el niño ha sido diagnosticado por padecer una intolerancia/alergia a algún alimento.
2. “Solo un poquito no te hará daño…”
Pongamos el ejemplo de un niño que ha sufrido algunas reacciones alérgicas de carácter leve por la ingesta de algún alimento. En primera instancia, pensaríamos que no es algo de lo que preocuparse porque “al niño solo le han salido unos granitos… eso no es nada, tan solo es un picor pasajero en su boca…”.
 
Quitar hierro al asunto es un error bastante grave, ya que siempre existe la posibilidad de que la próxima reacción alérgica del niño sea de riesgo vital.
 
3. “La enfermedad celíaca es consecuencia de una alergia alimentaria al gluten”
Hoy se generaliza mucho y denominamos como celíacos a aquellos que siguen una dieta sin gluten, pero existen diferentes trastornos relacionados con esta proteína.
Clínicamente pueden darse varios casos de reacciones al gluten que se clasifican de esta forma:
 
Enfermedad celíaca: Es una intolerancia permanente al gluten. Esta requiere de una alimentación estricta sin presencia del gluten, ya que es la única terapia existente para sobrellevarlo.
Sensibilidad al gluten, no celíaca: A diferencia de la enfermedad celíaca, esta puede ser transitoria y desaparecer al cabo de un par de años sin la ingesta de gluten.
 Alergia al trigo: Esta sí que se presenta como un caso de alergia al cereal al 100%, con todos los riesgos que ello supone.
4. “La leche sin lactosa es mejor que el resto”
Desde hace años existe una corriente en la sociedad que se debate entre consumir la leche con o sin lactosa, simplemente por el hecho de autodiagnosticarnos como personas intolerantes a esta molécula.
 
Se da por hecho, equivocadamente, que la lactosa es un componente “malo” en la leche, cuando solo resulta ser un azúcar natural presente en la bebida.
Incluso es recomendable que las personas verdaderamente intolerantes consuman cierta dosis de lactosa, ya que contribuye en el mantenimiento de la flora intestinal, o en el aumento de la capacidad de absorción de calcio, entre otros.
 
5. “Mediante la cocción se pueden eliminar los alérgenos de los alimentos”
Eliminar los alérgenos de un alimento es algo totalmente imposible, ya sea por un proceso de cocción o con cualquier otra técnica culinaria como la congelación.
En el caso de las bacterias sí que es posible eliminarlas mediante la cocción.
Está demostrado que, si son expuestas a temperaturas superiores a los 100º C, las bacterias mueren con la consecuente mejora del estado del alimento en cuestión.