Milei es un personaje de nefasta notoriedad. No pintoresco. Las referencias en torno a él son el insulto y el irrespeto que desborda los límites de lo racional. No produce curiosidad, sino más bien aversión.
Eso provoca sus insultos al Papa, a Argentina y su honra, la idea de la venta de órganos, el desprecio y odio hacia todos quienes tienen signos ideológicos y políticos- culturales distintos. Estas actitudes conducen a la cancelación y ello, a no olvidarlo, precede la fundamentación posterior para la eliminación y destrucción del otro. Nuestras dolorosas experiencias, como pueblos, así lo enseñan.
En tal actitud, reafirmada por su compañera de fórmula, se inscribe el negacionismo, señalar como construcciones falsas los 30 mil desaparecidos en Argentina, el horror de las violaciones de los derechos humanos y las ofensas a signos tan nobles y respetables como las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo.
Su tono histérico, el rostro desencajado, la violencia que irradia su gestualidad y sus ejemplos y analogías retorcidas proyectan la imagen de una víctima de mal trato y abuso infantil o de alguna experiencia traumática muy severa. Todo esto podría alojarse en el campo de la psiquiatría, si no se tratase de la política, que, en esencia, es el espacio en
que tratamos públicamente nuestros problemas comunes como sociedad.
Y que en el caso argentino son muy serios.
Con una manifiesta deshonestidad intelectual presenta como novedosa unas propuestas irresponsables para la política exterior, al estado mínimo, a la dolarización, a la ubicación de la educación y la salud como posibilidad de captura para el negocio privado y el lucro, la exacerbación de un individualismo atomizante y antisocial. Todo ello expuesto en el marco de una concepción, explicitada, que niega racionalidad y valor al concepto de justicia social.
Sin embargo, en esto no hay innovación ni originalidad. Al respecto, resulta ilustrativo citar a F. von Hayek, (1978) uno de los padres del neoliberalismo, en un texto que lleva el sugerente título de “El Atavismo de la justicia Social”, en que señala:
“El total vacío de la frase “justicia social” se demuestra en el hecho de que no existe ningún acuerdo sobre lo que requiere la justicia social en cada instancia particular; también en que no existe ningún test conocido a través del cual decidir quién está en lo correcto si las personas difieren, y que ningún esquema preconcebido de distribución puede ser efectivamente diseñado en una sociedad cuyos hombres son libres”.
Según Hayek, -y por eso la voz “atavismo”- el momento distributivo ocurría en grupos humanos de cazadores nómades. No rige en la sociedad actual.
Eso lo definiría el mercado que sería impersonal y carente de toda subjetividad. Lo novedoso puede ser la histeria con que se manifiesta esta idea en los “libertarios”, pero en ningún caso su contenido.
Lo mismo ocurre con la apelación al individualismo y competitividad alienantes planteada con similar estridencia. Hace ya muchos años Margaret Thatcher señalaba que “No existe eso de la Sociedad. Hay hombres y mujeres
individuales, y hay familias”.
Son los conceptos del neodarwinismo social que proyecta el neoliberalismo, con un estado que garantiza la exclusión social, que declara absolutos los mecanismos de mercado, y al mismo tiempo, desconoce la solidaridad social
y toda intervención pública para corregir las desigualdades, los fallos del mercado y las inequidades estructurales.
En lo político cultural eso requiere destruir toda red organizacional de las sociedades, desprestigiar y deslegitimar la intermediación política (que también ha contribuido), y reemplazar la acción integradora del estado y la nación por el fetichismo del mercado y el narcisismo de los individuos vistos como entidades atomizadas.
Si la nación no es la racionalidad ordenadora, no sería extraño, entonces, para este pensamiento, la eliminación del Banco Central.
Es el populismo mediático que promueve y explota las justas reivindicaciones para transformarlas en rebeldías no procesadas y negativismos estériles, que admite todo, como válido, para encubrir los reales propósitos y avanzar tras
ellos sin mediar consideraciones de ningún tipo.
Es la escala valórica que desconoce toda relación ética entre medios y fines y en que todo es meramente instrumental. Por eso, no es casualidad, aunque sea ridículo, que el “libertario” ahora se exhiba, en algunos mensajes, con la
imagen de un ente reprogramado.
La lógica del cuadro la completa la presencia de Macri en la campaña. Quien hipoteco a generaciones argentinas aparece ahora, junto a Milei por cuanto les une y convoca el modelo neoliberal que se pretende como el orden natural de las cosas. La nefasta notoriedad de Milei es instrumento de ese modelo.
En este cuadro, que pretende confusión e irritabilidad, las voces democráticas de muchos argentinos y argentinas se han hecho sentir.
Contribuyen a ello los centenarios e históricos radicales, los peronistas, y muchos opositores al actual gobierno desde demócratas liberales hasta militantes de la izquierda.
Massa se ha mantenido en un discurso de mucha templanza, ilustrado y paciente, relevando la necesidad de un gobierno de unidad nacional. Ha sido una buena práctica del momento didáctico de la política.
La tolerancia es la antítesis de la agresividad y violencia gestual. Ojalá, sean estas las tendencias que hegemonicen el clima político cultural en el país hermano.
El diálogo, la confianza y las negociaciones que correspondan, así como el respeto mutuo, incluso para identificar los factores y responsabilidades de las dificultades, son herramientas de la democracia.
En un contexto como este, resulta pertinente parafrasear a François Mitterrand y confiar en “la fuerza
serena de la razón”.