Unos días después del encuentro con sus personajes, observando el mar del sur, el autor recordaba las palabras que les había dirigido:
La naturaleza -como la música- es insustituible en la vida de un hombre, y la poesía, el vehículo que los une; sin ese vínculo nuestro andar se hace voluble y su rumbo inseguro.
La montaña inexpugnable, alberga en sus entrañas el mismo secreto que se oculta inalcanzable y misterioso en el alma del hombre, de ahí la complicidad entre ambos. El rumor del mar cautiva al marino que, en su contemplación, satisface su sed de aventura y, en el murmullo del río que corre inescrutable, halla el viajero, en su silencio disonante, motivos para continuar su camino de interminable búsqueda… Y en cada árbol que, como los sabios se expresa en el silencio, encuentra el hombre respuesta a sus enigmas...
Hace muchos años, cogido a un ciruelo, presencié como mi casa, cual modesta chalupa, se cimbraba como si luchara con un mar encrespado, hasta que, con un ruido aterrador, se desplomó, y sus maderas se apilaron en el suelo.
La naturaleza irrumpió devastadora; el día se oscureció con negras nubes y la lluvia se desató torrencial, y junto a mi familia, permanecí asido al árbol al que había subido tantas veces para mirar a mi madre en sus labores…
La veía tender la ropa en los cordeles del patio, aprovechar el viento que la secaba, y luego, recogerla apresurada cuando la proximidad de la lluvia se anunciaba con las primeras gotas.
Ni siquiera se movió, como en medio de un pacto entre la tierra y el diablo, el árbol, apiadado de nuestra fragilidad, nos instó a alzarnos para superarnos, y aferrado a él supe del inagotable poder de la naturaleza y del infructuoso acto de intentar desafiarla.
El árbol se ha ido, todo ha cambiado en 60 años; como muda constancia de ese instante solo está la chimenea, en el lugar del que la naturaleza con una terrible lección me separó ese día de mi primer hogar. Venerable árbol de la vida, donde estés, acoge mi gratitud…
En ocasiones, mi padre nos anunciaba para el siguiente domingo, una visita al cementerio, no era una invitación, se trataba de la imposición inobjetable de acudir cada cierto tiempo a rendir tributo a los muertos. Ante la tumba, un árbol soberbio se extendía como si quisiera, con sus ramas, abarcar todo el camposanto para cuidar la fría morada de mis muertos.
Viniendo del mar, el viento traía hasta la cima indescifrables murmullos y, ante el sepulcro, compartía veleidosos secretos. Sus susurros, me guiaban por senderos al paraíso de los muertos y en los caracteres inscritos en sus lápidas, leía nombres de seres que habían sido parte de mi infancia, y que, en inmortal silencio, perpetuaban mi nostalgia.
Antojadizos recuerdos alojados en mi memoria, de los que yo no podía distinguir la realidad de mi imaginación… Venerado árbol de la muerte, protege la colina de los muertos y continúa musitando al viajero tu mensaje de brevedad de lo humano.
Había querido comentar con mis personajes, mi certeza -superior a toda otra convicción- de la imposibilidad del hombre de ser feliz sin el nexo con la naturaleza, y ahora, en el sur, me aquejó un intenso goce, que obedecía al eterno retorno del afán humano por superarse, y que, en comunión con la naturaleza, percibí impulsado por un arremolinado viento que agitaba el mar y guiaba el vuelo de un ave, y el rumbo de los hombres.
Deslumbrado con la revelación supe que en complicidad con la naturaleza el ser humano le encuentra el sentido a la vida y… la mirada complaciente de la tierra y… la mirada sumisa del cielo, me invadieron con el placer del triunfo…
Incrédulos ante mis comentarios y en sopor por el exceso de bebida, mi mensaje les fue indiferente, y enfervorizados con ojos brillantes, siguieron su discusión de invencibles, como si sus argumentos gozaran de talento y los del otro, estuvieran siempre errados.
-¿Presidente o gobernante? –Rompió el silencio Simón, mirando desafiante al autor.
-Pinochet fue gobernante porque dirigió el país, no fue presidente porque no fue elegido por voluntad ciudadana, fue un dictador que llegó al poder por la fuerza y… si se está o no de acuerdo con su gobierno, es otra cosa.
-La violación de derechos humanos es ¡Inaceptable!
-En eso tienes razón –Acató Marcial, no se justifica el abuso de un hombre hacia otro, es algo siempre abominable, pero… primero debe repudiarse las causas que llevaron a esa contingencia…
-La democracia exige democracia, ni democracia popular ni democracia protegida, ¡democracia a secas!... En una entrevista -Piñera señaló que en la dictadura la violación de derechos humanos fue un área oscura contra el área luminosa de las modernizaciones- y…, sumando y restando –añadió- nada justifica los atropellos, pero yo no le creo ¡Él intenta compensar!
- El presidente –Replicó Marcial- en su cuenta pública, llamó al país a unirse para construir una sociedad justa, fraterna y solidaria. Dijo que los 50 años del golpe de Estado son una ocasión propicia para reafirmar que ninguna diferencia nos hará descuidar o dejar de defender los derechos humanos, pero… -
¡Hay que matarlos! –Irrumpió el autor exaltado, ante la atónita mirada de los otros dos.
-¿Se volvió asesino? –Dijo Simón y explotaron ambos en sendas risotadas
Lo digo en términos ficticios! Hay un momento en que todo discípulo bajo la influencia de un maestro que lo ha hecho superarse, debe desprenderse de ella e iniciar un florecimiento propio.
La escritura impone el ejercicio de mirar al pasado y, al revisar nuestra historia, encontramos raíces de lo que somos. Aunque nos equivoquemos, vale la pena vivir una vida propia, para ello sin embargo, se requiere en un momento del esfuerzo de matar al padre…Como en la relación hijo - padre que nace de una abnegada admiración y cae luego en una controversia que acaba finalmente en la tolerancia indulgente del amor…
En la vida, me cruzo habitualmente con maestros, y… soy aprendiz; y en otras ocasiones intento ser maestro… De los que me han marcado, tuve un profesor de literatura al que agradezco porque fue un maestro íntegro del que aprendí tantas cosas. Un día sin embargo, con nostalgia, decidí que era hora de emprender un rumbo propio, y usar lo que con tanto afecto él me había enseñado.
¡Había sido conquistado por el humano apremio de la superación! Sentí que sus lecciones, antes valiosas, me empalagaban ahora. Había alcanzado el estadio de un ave que, desde el nido, es arrojado a un acantilado por su madre para volar por cuenta propia. ¡Hora de partir! Me dije, y guardando la gratitud a mi maestro, dejé sus clases. En buenos términos, mi instinto de superación me impuso matar a mi maestro, en armonía con un proceso natural, de humana belleza.
Confieso que mi primer libro, Puerto Montt, “Recuerdos de Infancia”, me forzó a matar al padre. Conservo un total reconocimiento y respeto por su figura, sin embargo, al escribirlo, obligado a revisar la historia familiar, descubrí aspectos que por extrañas razones mi memoria no registró, y aun sabiendo que su vida estuvo plagada de innumerables yerros, estos se desvanecían al recordar el infinito legado que me había dejado, y que yo traducía en la obstinada expresión que lo resumía todo: Simplemente, fue mi padre. Pero…, me di cuenta que otros familiares no lo percibieron así, por lo que mi visión era sesgada y nuestras apreciaciones sobre su actitud, distintas. Si no respetábamos eso cada encuentro familiar sería escenario de nuestras eternas peleas.
¿No ocurre lo mismo en el país? A 50 años del quiebre, no hemos aprendido que nuestra convivencia se verá siempre dañada si no nos desprendemos de la imagen histórica que ha marcado nuestro último medio siglo.
El ejercicio es simple: Matar a Pinochet y Allende; erradicarlos de nuestro cotidiano lenguaje, conservando en cada caso, un íntimo respeto por sus genuinos intereses de hacer del nuestro un país mejor; guardando nuestros afectos en la reserva de la intimidad y aceptando que, sus nombres, más que unirnos, nos han dividido
Negación, Cuarta parte y final - “Matar al Padre”. Por Jorge Orellana, ingeniero, escritor y maratonista


