Mi compromiso:
Comprometido con todas las causas por la paz y la “no violencia activa” desde mi temprana adultez, he luchado contra las dictaduras y las injusticias. La paciencia que trato de cultivar, me ha permitido guardar silencio público en tribunas intelectuales y políticas, dejando que otros hablen de lo que pasa en el mundo. Mi compromiso activo y decidido en el tema de Palestina, lo he expresado en diferentes formas, especialmente con mi presencia poética en los actos a los que he sido invitado.
Algo similar, pero con menos estremecimiento emocional, ha sido mi rechazo a la invasión rusa a Ucrania, acto tan repudiable como todas esas invasiones que han jalonado los siglos XIX, XX y XXI, encabezadas siempre por las grandes potencias. La lista es larga. Sólo por cuestiones metodológicas podríamos fijar el punto de partida con la guerra de Crimea en el siglo XIX. Rusia (un tiempo la Unión Soviética), Estados Unidos y Alemania, han estado presentes en los principales conflictos de los últimos 200 años y su papel ha sido la mayoría de las veces el de invasores.
Desciendo de una familia musulmana de palestinos del norte (Zeeb, pueblo arrasado en 1948, cerca de San Juan de Acre) y de otra familia cristiana de Mádaba, Jordania. No puedo ser imparcial en los dolores que afectan a los habitantes de esas tierras, pero tampoco es posible serlo, a riesgo de hacerme insensible, en todas las otras invasiones brutales que intentan apoderarse de las tierras de pueblos con menos capacidad bélica.
Mi sueño es un planeta sin armas. ¿Será posible algún día? No importa la respuesta a esa pregunta: lo importante es trabajar por ello, sin descanso.
Pero, el silencio debe terminar, porque en medio de toda la violencia, se miente mucho, se inventa, se justifican atrocidades con otras bestialidades humanas. No puedo impedir sentir las emociones que circulan en mí, pero sí puedo decir que los contenidos de este artículo no se basan en ellas, sino en hechos reales que solo se pueden negar u ocultar desde la mentira.
Y en datos concretos entregados por distinguidos intelectuales israelíes. Me refiero a Ilán Pappé que en 2006 publicó “La limpieza étnica de Palestina” y a Shlomo Sand, autor del extraordinario libro “La invención del pueblo judío” del año 2011. No son los únicos autores que he leído sobre el tema en los 60 años precedentes, pero son los que sitúan con más precisión los crímenes que la humanidad está conociendo y frente a los que ya parece estar dispuestas a reaccionar. Menciono además el libro publicado en 1977 por el intelectual árabe Hussein Triki denominado “El sionismo al desnudo”.
La mentira
Lo más grave de lo que está sucediendo en el territorio palestino en este tiempo es el cúmulo de mentiras sobre el cual se construye una realidad completamente artificial.
Cuando observamos los acontecimientos, no podemos hablar de una guerra entre países iguales. Hay una invasión que responde a un hecho de violencia, pero que lo que pretende es ocupar enteramente los territorios y producir la eliminación total de los habitantes del lugar.
Todo ello se hace invocando argumentos falsos, creencias erróneas y sosteniéndose en falsedades permanentes.
La peor mentira es siempre la del lenguaje, cuando a las cosas se da un nombre distinto del que corresponde, porque desde allí se desprende una cadena de argumentaciones falsas destinadas a confundir al mundo entero.
Vamos al grano.
¿Antisemitismo?
Se habla de que los que estamos contra la política del gobierno del Estado de Israel somos “antisemitas”. Eso es falso. No es un error, es una mentira. Porque todos los árabes y sus descendencias son semitas y, en cambio, una parte importante de los habitantes del Estado de Israel no son semitas, sino que pertenecen a otras etnias que se agrupan en torno a la mención “asquenazíes”[1]. De hecho, muchos importantes intelectuales israelíes son contrarios a las políticas oficiales del Estado, detractores al sionismo como movimiento y partidarios de políticas de respeto por los palestinos. Algunos – la mayoría – son sefaradíes y otros no. Los sefaradíes saben que la historia de los semitas en el mundo integra a distintas religiones en un marco de respeto y de tolerancia.[2]
Ser judío no es ni una raza ni una nacionalidad: es una religión.
¿Conflicto milenario?
Se dice que el conflicto entre árabes y judíos es milenario. Falso.
Todos los pueblos semitas, han vivido y convivido por milenios, teniendo como únicas diferencias las religiones que cada uno profesa. Por cierto, en épocas en que los fanáticos de unas y otras religiones toman el poder, se producen “guerras religiosas”, como la que se inspiró por parte del dios particular de los judíos para conquistar territorios palestinos hace tres mil años. Luego de eso vinieron muchas otras invasiones a Palestina por parte de asirios, persas, hititas, hicsos, egipcios, romanos, entre otros.
Dos reinos profesaban la misma religión judía y llegaron a odiarse, lo que después se multiplicó a otras comunidades de la misma religión. Los testimonios registrados en los libros cristianos del siglo I de nuestra era común dejan eso en evidencia: “¿Puede venir algo bueno de Galilea?” dice uno y en otras partes se agrega que para un judío no es aceptable ni siquiera hablar a un samaritano.
En aquella época la población palestina hablaba arameo, antecedente directo del árabe y sólo se usaba el hebreo como parte del rito religioso judío. Cuando se produce la expulsión de los “judíos” de Palestina por parte de los romanos a finales del siglo primero, la mayor parte de la población permanece allí mismo, porque si bien eran todos semitas, no tenían la misma religión. Y los judíos fueron acogidos por los demás pueblos de la región que les dieron protección. Lo mismo va a suceder siglos después, al construirse el imperio musulmán. Para la religión del Islam – según fluye de la lectura del Corán – hay un profundo respeto y valoración de cristianos y judíos, todos hijos del mismo padre Abraham.
En Andalucía, amagada por los cristianos intolerantes, convivían musulmanes y judíos, todos tratados igual cómo árabes. De hecho, en la conquista de la ciudad de Córdoba hay una notable anécdota. Cuando los árabes musulmanes toman la ciudad, deciden seguir hacia el norte el proceso de conquista de la península: para cuidar la ciudad recién conquistada, arman a la comunidad judía y les encargan su protección frente a posibles ataques cristianos. Ese sector de la ciudad hasta el día de hoy se lama “la Judería”.
Interesante es observar que la convivencia de los seguidores de distintas religiones en la Andalucía de predominio árabe musulmán fue tan expedita que muchos cristianos se quedaron a vivir allí, siendo respetados en sus creencias y ritos. Cuando los reyes de Castilla y Aragón se apoderaron de Córdoba, en el siglo XV, la población cristiana se opuso a la demolición de la mezquita y las autoridades debieron resignarse a mantenerla con las modificaciones que les permitieran usarla como catedral.
Un dato más: el más importante filósofo árabe de la época en Andalucía fue Maimónides, quien era de religión judía.
Cuando los árabes fueron expulsados de España la medida afectaba a musulmanes y judíos, pues los árabes cristianizados se quedaron, aun cuando fueron maltratados. De hecho, el tratamiento cristiano llegó al extremo de dar a los judíos que se quedaron abjurando de su religión el apelativo de “marranos”. En el norte de África – Marruecos y los demás pueblos de la zona – continuó la convivencia entre musulmanes y judíos, todos los cuales tenían la misma condición de ciudadanos árabes y hablaban el mismo idioma.
Hasta hoy. En un gran restorán marroquí de la ciudad de Fez, me llamó la atención ver una enorme mesa de personas usando Kipá, quienes cantaban en árabe y salían a bailar la música que se interpretaba. Cuando pregunté, pude enterarme que se trataba de familias de religión judía, algunos de cuyos integrantes se habían ido a vivir a Israel, pero no se acostumbraban mucho, así es que venían periódicamente a ver a sus parientes a su natal Marruecos.
El mundo árabe fue el lugar de protección de los judíos, perseguidos en Europa. Durante siglos. Los cristianos – tal vez por eso se sienten tan culpables en muchos países – aceptaban como práctica habitual durante la Edad Media el abuso de los judíos en la llamada “Semana Santa”[3], donde estaba autorizado agredir hasta dar muerte a los judíos en venganza por la muerte de Jesús y apropiarse de sus bienes. El éxodo temporal comenzaba unos días antes. Por eso no tenían propiedades y preferían llevar joyas y oro que eran fáciles de transportar. Fueron muchísimos los que preferían irse para siempre a África o a los países árabes de la media luna fértil.
El conflicto NUNCA ha existido entre “árabes y judíos”, en el entendido que árabe es una nacionalidad y judío una religión.
En Chile – y en muchos otros países y comunidades – tenemos la experiencia de personas descendientes de palestinos en excelentes relaciones con integrantes de la comunidad judía. Socios comerciales, alianzas profesionales, amistad política, afectos nacidos de la vida de los barrios y los colegios, matrimonios. Sin ir más lejos, mi hermana menor está casada con un integrante de la comunidad judía y, aunque él ahora es cercano al catolicismo, siente sobre sí la tradición judía que sus padres siguieron hasta la muerte. Incluso vivió en Israel. Pero él sabe que es chileno, que es persona y que ama a su esposa también chilena, más allá de sus raíces. Y como muchos en todo el mundo,
El origen del problema
En la Europa del siglo XIX, cuando arrecian los primeros aires de libertad, las personas de religión judía se sienten en condiciones de desarrollar sus actividades en los países en que viven. Francia, Alemania, Inglaterra, Bélgica, Holanda, Polonia, Hungría, son sus lugares favoritos. Allí ya no son perseguidos con la saña medioeval, aunque igual siguen prefiriendo los negocios que las propiedades. Muchas personas de religión judía son exitosas en lo económico y logran posiciones de importancia en la sociedad. Pero, estrictamente, no se integran. Hacen vida aparte, en sus barrios, se juntan entre los suyos, mantienen apegos religiosos y rituales. Es lo que algunos estudiosos israelíes han calificado como “La auto marginación”.
Al promediar el siglo XIX aparece el “nacionalismo europeo”. En muchos países comienza a aparecer una conciencia nacionalista que se manifiesta en procesos de unificación, de organización, de aperturas democráticas frente a las monarquías. La unidad alemana – llevada adelante por el propio emperador Guillermo y su canciller Bismark – surge de un fuerte movimiento nacionalista que, entre otras cosas, critica a los judíos por su marginación de los procesos, salvo para hacer negocios. Vives en Alemania, ganas dinero en Alemania, votas en Alemania, pero te sientes un sujeto especial y distinto.
La respuesta judía es equivalente, pero desde su religión. Ellos creen ser un grupo especial, autoproclamado “pueblo” – por lo cual no serían parte del pueblo alemán –, con la “conciencia” de ser elegidos por la divinidad. Si son el pueblo elegido por su dios Yahvé, son superiores a los demás. Y ese dios les prometió una tierra que estaba ocupada por otros.
Entonces surge un movimiento que quiere ir más allá de la religión para transformarse en una pretensión política: somos superiores, estamos llamados por dios para conducir al mundo, a la salvación sólo se llega por un vientre judío, somos un pueblo que fue expulsado de la tierra que dios nos dio. Debemos recuperar esa tierra. Ese movimiento político es el Sionismo. Y su voluntad es acumular el poder suficiente como para presionar a las grandes potencias colonialistas e imperialistas, con la finalidad manifiesta de obtener un territorio para fundar un Estado. Y ese territorio debe ser ni más ni menos que Palestina.
Los ingleses, líderes del colonialismo, ofrecen a los sionistas diversos emplazamientos en África y América. Pero los líderes del movimiento no aceptan e insistirán en que debe ser en Palestina. Secretamente, las autoridades inglesas se comprometen a ello y todo se inicia con la creación de un “hogar judío” en Palestina, una forma subrepticia de penetración.
Palestina, ¿un territorio vacío?
Entre el largo dominio colonialista turco y las invasiones inglesa y francesa, el mundo árabe vivió momentos muy duros. Monarcas mediocres y ávidos de figuración, líderes corruptos cooptados por los europeos, permitieron la entrada de tropas extranjeras y se dejaron lisonjear por esos poderes.
Palestina, a diferencia de otros territorios, no tenía monarcas, sino que sus habitantes vivían bajo dominación extranjera, pero ejercían poderes locales desde una vocación profundamente democrática. Pacifistas pero no esclavos, fueron rebelándose contra el imperio turco y recibieron el apoyo europeo, especialmente de los ingleses que prometían ayudar para la independencia palestina. Pero como lo hacen casi todos los imperialismos y colonialismos, lo que buscaban eran sus propios intereses y sus promesas era falsedades.
Palestina era entonces un país en lucha por recuperar su independencia. Una población “nativa”, como dicen los sociólogos, que tenía organización, actividad económica, vida cultural, identidad, un progreso económico y técnico, pero que carecía de armas. Los ingleses serían su brazo armado.
Palestina no era un territorio vacío. No tenía la estructura estatal que sería necesaria para el momento de la independencia, pero eso estaba en formación. Comités democráticos en las ciudades y en los campos eran la antesala de lo que podría llegar a ser una sociedad muy diferente de los países sometidos a monarquías absolutas sin más respaldo que la fuerza y el poder corruptor del dinero.
Ese sueño de los palestinos se derrumbó por la traición inglesa y por la entrega de las potencias al poder del sionismo.
La invasión silenciosa
Derrotados los turcos, los palestinos se prepararon para el retiro de las tropas inglesas. Pero ellos no tenían esa intención y establecieron un “Protectorado”, es decir una especie de tuición de un hermano mayor. Se suponía que bajo esta modalidad los palestinos se organizarían como un estado en forma y el país lograría su independencia.
Pero los ingleses tenían un pacto con el sionismo, contando además con el apoyo de los Estados Unidos, país también comprometido con el movimiento sionista. Este plan contemplaba una silenciosa invasión de integrantes del movimiento sionista y muchos judíos europeos que no estaban contentos en sus países, producto de las persecuciones nacionalistas. Ellos irían al Hogar Judío instalado por los ingleses. Otros simplemente llegarían a vivir como ciudadanos inmigrantes y comprarían tierras, como cualquier extranjero que se instala en un país diferente del propio.
Lo que no sabían los palestinos todavía era que el movimiento sionista tenía un plan claro y conocían exactamente dónde comprar o arrendar casas y terrenos, de acuerdo con lo que ellos exigirían a las potencias occidentales en el momento de la ocupación.
Instalaron lo que serían “puestos de avanzada” y de a poco comenzaron con armarse, especialmente con material proveniente de la Unión Soviética y de Inglaterra. Los “Protectores” de Palestina comenzaron a proveer de armamento a los grupos que llegaban.
Y terminó el silencio.
La acción armada irregular
A partir de la década de los años 30, poco antes de que las autoridades alemanas comenzaran el hostigamiento y luego represión a los alemanes de religión judía o pertenecientes a familias de la comunidad judía en aquel país, aparecieron las guerrillas judías en Palestina, las que iniciaron el hostigamiento hacia la población, con agresiones armadas. Se trataba de provocar que las personas abandonaran sus viviendas, la que serían ocupadas por los recién llegados. También se hostigó a los pequeños agricultores y las fuerzas sionistas (Haganá e Irgún) fueron tomando posesión armada de sectores del territorio. Su esfuerzo, según lo dicen los documentos emanados de las actas de sus organismos o la correspondencia de los líderes, estaba destinado a “desarabizar Palestina”, de tal modo que todo su territorio les quedara para ellos.
Ataques terroristas con demolición de construcciones; agresiones personales; detención y fusilamiento de hombres adultos; masacres de niños; todo ello en la perspectiva del desalojo de una población que no disponía de armamento para resistir y ante la pasividad cómplice de los ingleses. La estrategia era la misma de Moisés, según da cuenta la Biblia: exterminar a todos los habitantes del lugar para adueñarse del territorio.[4]
El objetivo principal, ahuyentar a la mayor cantidad de población palestina para que terminaran emigrando a los países vecinos o simplemente exterminarlos, en preparación del siguiente paso.
Mientras la persecución arreciaba en Alemania y los países bajo su dominio (Francia, Bélgica, Holanda, Austria, Hungría y sobre todo Polonia), al territorio de Palestina llegaban más judíos, llevados por sionistas. La misión era habitar las tierras que los árabes abandonaban por la fuerza, especialmente en las zonas que el mapa elaborado por el Movimiento Sionista y los jerarcas de las potencias dejaría fuera del territorio, en el que se instalaría un nuevo Estado en cuanto estuvieran las condiciones.
La guerra mundial demoró las cosas, pero mejoró la situación para los intereses del sionismo. El asesinato de cientos de miles de ciudadanos de distintos países vinculados a las comunidades judías, fuesen religiosos o no, tanto en los campos de concentración o en otro tipo de operaciones ejecutadas por las fuerzas armadas alemanas y sus colaboradores locales, sensibilizó a la opinión pública mundial.
La campaña de propaganda sobre las víctimas, denominada Holocausto, provocó una ola de reacciones destinadas a satisfacer las demandas de los judíos sionistas que decían que esto había sucedido porque ellos no tenían una patria. En el hábil manejo del lenguaje del que hacen gala para poner nombre a las cosas según sus intereses, usan una palabra que alude al “sacrificio en homenaje a los dioses o a un dios”, en lugar de simplemente definirlo como una matanza. Es decir, este fue el sacrificio de algunos, para que otros pudieran cumplir con sus objetivos, en una extraña maniobra de este dios aliado suyo.
Los jefes militares y políticos del sionismo creyeron haber aprendido la lección: cuando ellos se apoderaran del país que se les entregaría, deberían hacer una “limpieza étnica”, es decir, eliminar, exterminar, a todos los nativos palestinos, no dejando ningún árabe vivo en el territorio. Es la estrategia mosaica, de no dejar a nadie que el día de mañana pudiera levantar las banderas, menos aún a los niños. Hitler no conocía la Biblia ni a Moisés.
Derrotada Alemania y sus aliados, con una secuela de casi 100 millones de muertos (40 millones de militares y 60 millones de civiles), la muerte horrorosa de 6 millones de judíos ocupó toda la atención mundial, activada por los gobernantes de las potencias, quienes buscaron el modo de cumplir con la promesa de solucionar “el problema judío” como fue llamado eufemísticamente.
Desde 1944, los grupos terroristas, base del futuro ejército israelí, iniciaron una feroz ofensiva sobre las poblaciones árabes, que se acentuó después de la rendición alemana, japonesa e italiana. En ese marco, los ingleses anunciaron que se retirarían en 1948 del Protectorado de Palestina, sabiendo que dejarían una situación gravísima, puesto que la población local quedaría desamparada frente al poderío militar sionista.
En 1947, en Naciones Unidas se votó la proposición de partir Palestina en dos estados soberanos. Uno tendría, con el 10% de la cantidad de habitantes del país, para sí el 56% del territorio, mientras que el resto debería albergar al 90%. El plazo para ejecutar la medida – que estaría marcado por el retiro de las tropas de Inglaterra – sería de un año.
Pues bien, en ese año Haganá e Irgún, fuerzas armadas del sionismo, dieron muerte a miles de árabes, llegando al extremo de exterminar poblaciones enteras, destruyendo las construcciones y asesinando a la totalidad de los habitantes, hombres y mujeres, incluyendo entre ellos a niños y ancianos.
Por cierto, los ingleses avisaron a sus aliados del retiro de las tropas, que no sería en la fecha fijada sino antes, con lo cual en ese año 1948, en octubre, se produjo la tragedia para el pueblo palestino, cuando las fuerzas armadas del nuevo estado llamado Israel invadieron el territorio árabe, arrebatándole la mayor parte.
La violencia como norma
A partir de entonces, el sionismo, apoyado por las más grandes potencias occidentales y con el silencio cómplice de algunas dinastías árabes, inicia una acción de expansión territorial constante, llevando a personas de las comunidades judías de todo el mundo hacia el territorio invadido, sin olvidar su meta de expulsar completamente a los árabes.
8 años después de esta tragedia en el otoño de 1948, una alianza de Francia, Inglaterra e Israel lleva adelante otra guerra, motivada básicamente por la decisión egipcia (Gamal Abdel Nasser gobernaba) de no entregar el canal de Suez a esos países sino nacionalizarlo, junto con aliarse con Siria y declarar su apoyo a los palestinos.
10 años más tarde, otro ataque israelí deja en su poder a la mayor parte del territorio de Palestina, recién nacida la Organización para la Liberación de Palestina.
Desde entonces la violencia se ha hecho la norma, la ocupación ilegal de territorios, los asesinatos, las “represalias” con decenas de muertos por los alzamientos de poblaciones. Se alzó un muro oprobioso y se aísla y hostiga permanentemente a los palestinos.
El objetivo del sionismo es toda Palestina y, luego, reconstruir lo que ellos llaman “El Gran Israel”, es decir lo que fue el reino de David: Palestina, Sinaí, Jordania y Siria. Y en eso, la humanidad presencia impávida las acciones de exterminio, para no dejar piedra sobre piedra ni ningún “nativo” vivo, para que no crezcan niños que el día de mañana podrían vengarse.
Esa es la decisión.
Importantes intelectuales israelíes han escrito libros y dado conferencias por el mundo donde cuentan la verdadera historia. Porque no todos los judíos (religión), ni todos los israelíes (nacionalidad) ni todos los vinculados a las comunidades judías (cultura), cualquiera que sea su raza o nacionalidad, están de acuerdo con estas políticas criminales. Como tampoco los árabes o los palestinos apoyan mayoritariamente las políticas belicistas de Hamas u otros grupos que se expresan sólo con la violencia.
Dos grandes políticos de Israel se han jugado por soluciones pacíficas e integradoras: Isaac Rabin y Simón Peres. Rivales encarnizados, sionistas declarados, integrantes de las fuerzas armadas, protagonistas de atentados contra el pueblo palestino, fueron entendiendo en distintos momentos y en sus circunstancias propias cada uno, que la paz es una meta deseable y posible. Asesinado el primero y marginado de la política el segundo, los gobiernos han estado dominados por personajes que no dudan en declarar sus objetivos de dominación y sus aspiraciones para construir el Gran Israel. David Ben-Gurion, Moshe Dayan, Ariel Sharon, Menajem Beguin, Benjamin Netanyahu, son algunos de los nombres de personajes decisivos en la aplicación de estas políticas, que, sin exagerar, por sus métodos hacen palidecer a los criminales de la Segunda Guerra Mundial, de la guerra de los Balcanes, de la guerra de Vietnam.
Desde poco después de la partición del territorio palestino para instalar dos Estados, Israel se ha opuesto tenazmente y por la fuerza a la creación real del Estado Palestino. Naciones Unidas aprueba cada cierto tiempo resoluciones en que se quiere obligar a Israel a cumplir con la primera resolución, respetar los límites, respetar los derechos inalienables del pueblo palestino, aceptar la existencia de dos Estados.
Algunos sueñan – soñamos – con una Palestina en que puedan convivir en paz, razas, religiones, posiciones políticas, culturas.
Pero igual podríamos contentarnos con que se tolerara de buena manera la existencia de dos Estado, aun en los arbitrarios e injustos límites que fijó Naciones Unidas en 1947. Ese sería el comienzo de la paz y de la justicia, que es lo que Acuario ofrece al mundo en esta Era.
[1] Es uno de los principales grupos ancestrales de personas que se dicen judías o siguen esa religión, cuyos antepasados habitaron en el Cáucaso y de ahí pasaron a Europa Central y Oriental, como Alemania, Polonia, Rusia. El otro grupo es el de los judíos sefaradíes, cuyos antepasados habitaron España, Portugal, norte de África y el mundo árabe. La mayoría de los judíos que residen en los Estados Unidos son de ascendencia asquenazí.
[2] Por cierto, los fanáticos religiosos, intolerantes, que los hay en todas las religiones, no actúan así.
[3] Entre el domingo de ramos y el domingo de resurrección.
[4] Un ejemplo indiscutible está en Números capítulo 31