Corría el año 1999, fue en mis años de estudiante de Derecho y desde FASIC llegó una invitación para participar en uno de mis primeros seminarios, instancia en que se discutían temas de fondo jurídico sociales, en este caso la promulgación de la Nueva Ley de Cultos Nro. 19.638, que vendría a garantizar o reforzar la libertad religiosa en Chile, y por cierto un gesto de unión entre los muchos credos y congregaciones evangélico- cristianas. Fueron largos años en que el pueblo evangélico buscó tener una legislación que pudiese instalar mayores pisos de igualdad con el -en ese entonces – intocable y hegemónico mundo católico romano. El hecho religioso en torno a la figura de Cristo eso sí, les unía, también las luchas por los Derechos Humanos de las personas durante la Dictadura Militar, fueron momentos de verdadera cristalización de ideas, de cierta unión, qué duda cabe, de genuino amor al prójimo, a un otro.
Características que también pude constatar en mis incipientes experiencias jurídicas, amor que se veía en las cárceles, en los comedores abiertos, colegios y hospitales, en el acompañamiento a personas desplazadas y migrantes, junto a los que más sufren, en las poblaciones. Las iglesias de aquellos años pos dictadura se negaban a la pasividad política, al contrario, aún con diversos orígenes y doctrinas, se posicionaron con fuerte legitimidad en el espacio público de las personas. Basta citar el tedeum ecuménico que por años significó un momento para reflexionar desde lo religioso y lo político.
Hoy el escenario es bastante complejo, una parte de ese conglomerado religioso llama derechamente a votar el rechazo de una nueva Carta Fundamental para Chile, cuestión que podríamos inicialmente señalar que es legítimo, válido y que representa una fuerte postura en el mundo de lo político – religioso, se contradice eso sí, con aquellos anhelos de justicia social y paz de ese pasado no tan lejano, al menos desde la memoria y los derechos humanos. ¿Será la voluntad de todos y todas representadas por este llamado al rechazo a una nueva constitución política?
El mundo evangélico no es uniforme, por cierto, y eso es una riqueza dentro de la diversidad cultural, esa misma característica se da en los diferentes espacios y lugares en que los fieles pueden, en consonancia con la libertad de conciencia, tomar sus propias decisiones y, por cierto, manifestarlas públicamente por doquier.
Recordemos que antes de la Ley de Cultos, las minorías cristianas pedían mayores niveles de igualdad y por ende robustecer la libertad religiosa, el estado de las cosas incluso llegaba a grados de discriminación contra los que profesaban públicamente o en establecimientos educacionales o de salud, otros credos o denominaciones distintos a los dogmas católico romano.
La normativa buscaba evitar que las congregaciones, independiente que origen tengan, no se convirtiesen en Sectas, en lugares cerrados, presididos por líderes con ciertas características y carismas, que pudiesen influir en el rebaño de tal magnitud limitando los derechos y libertades, realizando verdaderos “lavados de cerebros”, anclando verdades provenientes de la figura del pastor o ministro y de sus familias, impidiendo entrar a unos o no permitiendo la salida de otros, produciendo o favoreciendo la afectación de libertades y derechos básicos, precisamente de los fieles como personas libres.
La reglamentación vino a instalar temas relevantes para el mundo cristiano, a regular por medio de un registro público a las entidades religiosas, verificar temas financieros, de administración de sus bienes, entre otros, y obtener un estatus que hasta ese momento carecían, todo ello bajo la super vigilancia del Ministerio de Justicia. Entonces, el Estado y sus instituciones políticas canalizaron esas demandas del mundo cristiano para la consecución de estas prerrogativas, derechos que perviven hasta nuestros días.
Las iglesias, tanto grupo de personas unidas con un objeto de fe, y como entidades de derecho público regidas por la ley antes mencionada, no son “burbujas” o claustros aislados de lo social, son y están llamadas a formar parte de “la comunidad”, nos guste o no, compartamos sus visiones o misiones, o las desaprobemos, es una realidad palpable y que al menos, deben tener su voz participante en el debate constituyente.
17 años de Dictadura Militar horadaron fuertemente la faz política de las personas, sus anhelos y voluntades, cuestión que traspasó a las instituciones religiosas, que algunos podrán decir que carecen del poder y legitimidad que tenían en la modernidad, y ¿hay alguna institución que se mantenga tal como era en esos estadios sociales? ¿siguen iguales el Estado, la familia, los sindicatos? No. No se mantienen con aquel poder cristalizador y dirigista de esos años, lo que significa que ha habido cambios profundos, y las instituciones religiosas con esas transformaciones de la posmodernidad, siguen aglutinando a un número importante de la población, y querámoslo o no, inciden en la agenda de lo político.
Por tanto, ¿es legítimo llamar a votar que no? Sí, pero no representa a la diversidad de organizaciones y personas ligadas a lo religioso cristiano.
En el seminario traído a colación, una de las aristas y ventajas de la Ley de Cultos, era precisamente la creación de entidades ligadas a diversas iglesias que pudiesen participar de lo público, de la enseñanza, salud, de mejorar la vida de las personas que pudiesen con reglas claras poder ejercer sus propios fines, en igualdad con un otro diverso.
Pero, ¿es sólo jurídico – social el debate en torno a dirigir la votación de los fieles en el proceso constituyente? ¿es necesario dar una interpretación desde el mensaje cristiano que es lo que verdaderamente une a este pueblo tan diverso? Para ello vuelvo a entrevistar a mi padre, Licenciado en Teología Evangélica ISEDET de Buenos Aires, quien siempre orienta desde su saber: “El mensaje de Cristo es inclusivo él con su ejemplo en los evangelios nos llama a ser solidarios con los demás, él puso el acento en que toda la ley se cumple en un solo mandamiento principal Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Mateo 22:37ss) Por esa razón es inherente y esencial para todos los cristianos, sean estos católicos o evangélicos, el sentido de solidaridad y preocupación por el otro, o el prójimo, que se traduce en las personas que sufren y están en desmedro en los procesos sociales. Es lo que ocurría en tiempos de Jesús, la sociedad judía de esa época había producido desigualdad e injusticias, el mensaje del Reino de Dios y su justicia, que proclamo Jesús, vino a identificarse con las personas más desposeídas, los enfermos, los pobres y desamparados de aquel entonces.
De la misma manera, hoy interpretamos el evangelio como la necesidad de hablar en favor de la gente que sufre y que es objeto de injusticias y desigualdades en los procesos sociales . Por esa razón, como pueblo evangélico estamos en deuda ya que por más de 20 años se observa una excesiva preocupación por sí mismo y no por las necesidades de los demás.
Desde la misma preocupación por la ley de culto y posteriormente los aspectos así llamados valóricos, se ha desatendido el clamor popular por mas justicia, igualdad y por lo tanto los evangélicos en este sentido debemos apoyar las iniciativas que permitan mejorar las actuales condiciones de vida y eso es posible a través de una nueva constitución.”[i]
Es ese otro, el que hoy pide mejorar las condiciones de las personas, como las pensiones, salud, educación, temas sensibles y urgentes, y, creamos o no en un ser superior y sus reglas divinas, en lo terrenal hay variedad de credos y denominaciones, parroquias que se han abierto al respeto irrestricto de los DDHH, incidiendo por cambios y mejoras en la sociedad en que vivimos, sumado al impulso por dignidad del 18 de octubre en nuestro país. Por ello, el proceso constituyente representa una hermosa oportunidad de canalizar descontentos, de los cuales las iglesias no pueden abstraerse. Si en la modernidad hubo una despolitización y sectarismo de estas instituciones, hoy se vive un retorno a la politicidad de las organizaciones, que invita a la participación y al debate de ideas, respetándonos unos a otros. Y, sea quien sea ese otro u otra, representa un aprender, un nuevo conocimiento, que tal vez no todas las personas ligadas al hecho cristiano absorban de buena manera. Lo que sí creo firmemente que entrar al debate constituyente permite un quiebre con estructuras conservadoras y limitadoras de la libertad de conciencia, contracultural, y que, facilitará un aprendizaje del otro, distinto con sus características propias, pero de un amor al prójimo al fin.