Oh I'm just counting

¡Qué vergüenza! Por Jorge Orellana Lavanderos escritor y maratonista

“Qué vergüenza”, es el título de un cuento con el que su autora, Paulina Flores, describe la embarazosa situación de un padre, que en los noventa, busca trabajo acompañado de sus dos pequeñas hijas.

La historia es triste, conmueve y entretiene. Desde la nostalgia, pequeñas protagonistas nos cuentan su dolor ante el fracaso de sus padres; habla de las postergaciones del grupo familiar y de las complicidades entre ellos.

Como en la buena literatura, el relato mezcla realidad y ficción. Su autora solo conoce el alcance autobiográfico de la historia, y curioso por develarlo, el lector se resigna a sus conjeturas.

Su título, “Qué vergüenza”, despertó - a la luz de los acontecimientos - mi interés para escribir esta columna…

Como se ha hecho costumbre, convulso, el país continúa su afiebrado viaje…

Desde el equilibrio inestable en que se suspendía, finalmente, la autoridad de carabineros, cedió. En el ámbito incuestionable de sus facultades, el presidente lo removió de su cargo.

Como reacción al nuevo nombramiento, un diputado de derecha, aspirante a liderar el partido en que milita, se refirió - en conversación con otro diputado – de esta forma al reemplazante: “El nuevo director de Carabineros es más zurdo que la chucha”. Expuso con nítida claridad, por el micrófono abierto, desde la transmisión oficial de la sesión de la Cámara.

Sorprendentemente, junto con ofrecer disculpas a Carabineros, el diputado respaldó al nuevo director, y explicó a la prensa, que los términos en que se había referido, obedecían a una conversación privada. ¿Entenderá que con esa explicación solo agravó su falta? Porque el anhelo de la ciudadanía es que los temas públicos se traten en forma pública. ¡Eso es trasparencia! Lo otro, es un doble discurso, usado en forma conveniente de acuerdo con la circunstancia. ¡Qué vergüenza!

Simultáneamente, en una bancada opuesta, una histriónica diputada de izquierda, reaccionó ante el comentario en redes sociales de un senador, e incapaz de contradecir con argumentos a su oponente, optó por mandarlo a cambiarse pañales. A su burda respuesta, otro senador, de la coalición del zaherido, defendió a éste, calificando de cruel a la diputada que, aspira - como algo latamente trivializado - a presidir el país. ¡Qué vergüenza!

No tengo compromiso con alguna tienda política. Alguna vez, me lo han reclamado, señalando que una crónica debe “comprometerse”.

Mi único compromiso es con la escritura, pues, como señala el padre del Quijote, no se puede contravenir a las órdenes de la naturaleza.

En la crónica, mi compromiso irrenunciable es la fidelidad a mis ideas. Las posturas, varían con las circunstancias, pero las doctrinas, son inalterables. Como ejemplo, la solidaridad debe ser una doctrina, pero si abusa quien la recibe, altera la postura del que ayuda, sin que deje de ser solidario. 

No pasa de una caricatura, el concepto de izquierda y derecha. Se debate sobre el regreso a clases para el próximo uno de marzo. Teniendo claridad sobre la ventaja de su pronto inicio, no tengo una postura clara sobre la conveniencia de hacerlo en la fecha propuesta. Despolitizada, la respuesta debe venir de ese mundo, y tener el único objetivo de favorecer el bien común en la educación y en los estudiantes, con abstracción de los añejos conceptos de derechas e izquierdas.

¿Por qué excluir a alguien por sus ideas?  Este semanario, para el que, aun disintiendo de su forma y línea editorial, escribo desde hace tres años, respeta en forma íntegra mis opiniones, y la libertad de mis ideas. Aquello ciertamente, lo distingue con la consecuencia de su tolerancia.

Un conocido columnista, apoyándose en un economista austríaco, advirtió sobre el peligro de la mentalidad anticapitalista. Que el autor represente a la derecha, no me inhibe de leer su columna, que tiene el mérito de ampliar mis ideas, que luego, con libertad, según la exposición de sus argumentos, rechazaré o aceptaré.    

En su análisis, entrega irrefutables datos sobre la aplicación del sistema económico en Latinoamérica, y compara, en forma objetiva - que no puedo refutar pues no existe información opuesta - los resultados alcanzados en los países.

Se podrá argumentar, con majadera obviedad, que la economía no es todo para el hombre, y… ¡Claro! Suscribo esa aseveración integralmente, pero no es posible sustraerse a la evidencia, de que, solo la obtención de riqueza permite superar la pobreza. La negación de aquello, no representa más que el afán, de ciertos dirigentes, por perpetuar la estructura de poder que les otorgó las codiciadas prebendas, que se niegan a perder.   

La reflexión de la columna me lleva a concluir, una vez más, que la salvaje aplicación del sistema capitalista, es atentatoria contra el humanismo, y que, tal modelo de desarrollo económico, solo puede funcionar cuando su aplicación es regulada por el Estado.

Se le podrá bautizar las veces que convenga y con el nombre que se quiera, pero debe contar con la insustituible presencia del Estado, para regular los abusos de los poderosos, y atender los requerimientos de los vulnerados, los que con el envejecimiento de la población, aumentan cada año su proporción, lo que por cierto, exige mayor eficiencia a la población activa, por lógica, de proporción cada vez menor.    

Mi compromiso con la escritura excede el dogma y supera toda forma de discriminación. Leeré todo aquello en que me intereso, para afianzar mis ideas con argumentos, y si no los tengo, con dignidad, me doblegaré a la razón, a la que me someteré siempre, ¡Tal es mi único compromiso! Temblar ante cada hebra de emoción y aceptar la solidez de la razón.      
Cada sábado, nos hemos acostumbrado a conocer la secuela de desmanes de la noche del viernes. Ocurrió anoche que cientos de encapuchados se concentraron en la Alameda, obligando al cierre y generando saqueos en locales comerciales.

En el barrio Lastarria, el debilitado sector gastronómico, se vio de nuevo afectado. Desalmados, huyendo de la policía, volcaron mesas y dañaron instalaciones. Sin atribuciones, los carabineros se ausentan y optan por no aparecer. Las calles quedan al libre albedrío de un grupo minoritario de violentos vándalos. Llamó mi atención, la declaración de una locataria a la televisión.
– Como los clientes dejan corriendo el local, tenemos que cobrarles antes, si no, se van sin pagar.
-¿Será posible? - Me pregunté, que los clientes se aprovechen del desorden para hacer “perro muerto” ¡Qué vergüenza!

La vergüenza es algo que, trasgredido un umbral, deja de impactarnos, y nos acostumbramos a ella, que se vuelve rutina. 
En ciertas comunidades, en resguardo de la honorabilidad mancillada por la vergüenza, el culpable, se sometía a severas condenas, como la bebida de cicuta, o la aplicación del desgarrador seppuko.

Resplandece el sábado, en mi trote, sobre el imponente cerro Manquehue, otrora reducto de cóndores, el sol tiende una línea que separa la luz de la sombra, y qué, a medida que avanza la mañana, desciende, iluminando el cerro, que deslumbra. La imagen, me hace soñar que, al igual que el cerro, el país se cubrirá de luz.