A veces, hay que apagar el computador para volver a empezar. No porque queramos borrar todo lo vivido, sino porque el sistema se congeló. Y cuando eso pasa, no hay parche que lo salve: hay que reiniciar. Así está Chile hoy. Así está la centroizquierda hoy. Así está el progresismo. Así está el llamado socialismo democrático. Así está el PPD, también hoy.
Han pasado más de tres décadas desde que recuperamos la democracia. Treinta años en los que creímos que bastaba con no ser dictadura para sentirnos avanzando. Pero el país cambió. Ya no se trata solo de libertad de expresión o elecciones limpias. Se trata de desigualdad, de dignidad, de poder real. De participación. Y, sobre todo, de futuro.
Hoy, cuando la extrema derecha se viste de sentido común, cuando la apatía ciudadana crece y los partidos tradicionales se arrastran entre suspiros, resulta evidente que seguimos operando con un sistema político que ya no da más. No lo digo solo por los escándalos de corrupción, las redes clientelares o la falta de ideas frescas. Lo digo porque perdimos el relato. Porque dejamos de emocionar. Porque dejamos de representar.
Y entonces, en medio de esta niebla, aparece una señal. Una declaración política que —aunque podría pasar desapercibida en tiempos de sobreinformación— intenta ser más que un llamado burocrático: es una invitación a repensarnos desde la raíz.
El PPD, ese partido que nació en dictadura como una rareza democrática, que unió liberales con socialistas y progresistas, que trajo al debate palabras como feminismo, ecología o diversidad cuando aún eran marginales, reconoce que ya no basta con recordar la gloria pasada. Que no es suficiente con defender lo que se hizo bien. Que el futuro se nos fue encima.
No es fácil hacer una autocrítica profunda. Y menos aún en política, donde la arrogancia suele disfrazarse de convicción. Pero esta vez hay algo distinto. La idea no es solo enmendar errores. Es dar un paso más radical: superar el instrumento actual para construir algo nuevo. No un refrito. No una simple “refundación”. Sino una nueva fuerza política. Una síntesis diferente. Un espacio que convoque desde lo diverso, lo ciudadano, lo territorial, lo independiente.
¿Suena utópico? Tal vez. Pero es justamente lo que hace falta.
Porque lo que estamos viviendo no es solo una crisis política. Es una crisis civilizatoria. Estamos ante el fin de una era. El cambio climático ya no es teoría, sino catástrofe cotidiana. La tecnología dejó de ser promesa para transformarse en amenaza. Y el Estado, tal como lo conocemos, parece siempre llegar tarde.
Por eso, la nueva política no puede ser solo electoral. Tiene que ser ética. Tiene que ser emocional. Tiene que conectar con esa ciudadanía cansada, desconfiada, pero que aún sueña. Tiene que decirles a los y las jóvenes que hay un proyecto que vale la pena construir. Uno que no solo redistribuya ingresos, sino también poder. Uno que democratice la cultura, la economía, la educación y hasta las relaciones cotidianas.
Y aquí no hay espacio para el mesianismo ni para las hegemonías. La nueva fuerza política que Chile necesita no nacerá desde una sola tienda. Será híbrida, federativa, fluida. Mezcla de militantes con historia y liderazgos emergentes. De causas sociales y demandas locales. De feminismo, ecología, regionalismo y digitalización. Será el partido del futuro si sabe ser más que un partido.
La pregunta, claro, es si hay coraje para hacerlo. Si los liderazgos actuales están dispuestos a dar un paso al lado o al menos compartir el volante. Si los egos ceden ante el bien común. Si de verdad se entiende que no hay tiempo. Que 2026 puede ser demasiado tarde.
Porque mientras discutimos si hay que unirse o no, si se vota en bloque o por separado, la ultraderecha avanza. No con tanques, como en los 70, sino con TikTok, noticias falsas y discursos que simplifican lo complejo. Y si no somos capaces de responder con una épica nueva, con una ética distinta, con ideas frescas y formas más humanas, entonces ya no será el sistema el que haya que reiniciar. Será la esperanza la que se nos haya apagado.
Reiniciar el sistema: Chile exige una nueva fuerza política. Por Víctor Barrueto, ex Presidente PPD


