Oh I'm just counting

Respuesta a campaña del terror orquestada por la “Guardia Pretoriana del Neoliberalismo”, ante una propuesta de agenda no neoliberal. Por Oscar Osorio, Sociólogo

La “Guardia Pretoriana del neoliberalismo”
Cada cierto tiempo, una verdadera “guardia pretoriana”, de carácter transversal, en el sentido que pertenece al amplio espectro político del país, ocupa los medios de comunicación para enfrentar y reducir cualquier atisbo que cuestione la concepción ideológica y política, de que lo mejor para que una sociedad prospere es dejar el funcionamiento de los mercados, libres de toda influencia de la política. Esta guardia está conformada, no solo por quienes implementaron en Chile el modelo neoliberal durante la dictadura cívico-militar, sino que además por distinguidos representantes de los diversos gobiernos de la Concertación y Nueva Mayoría.
 
Recordemos, sin ir más lejos, toda la discusión desplegada en el contexto del primer retiro del 10% de las AFP. Se iba a generar prácticamente un derrumbe de la economía y nos azotarían todos los males del infierno. Que el país se enfrentaría a un descalabro económico de insospechadas consecuencias; que era la peor de las políticas públicas, toda vez que afectaría el futuro de las “futuras pensiones”. Lo mismo sucede cada vez que se habla de implementar reformas tributarias, o de terminar con algunas exenciones también tributarias.
 
O, en su defecto, cuando se hable de aumentar los “sueldos mínimos”, o más relacionado con la coyuntura económica, cuando se habla de diseñar (y eventualmente prosperar) un royalty a la minería o un impuesto único al patrimonio. Algo similar ocurre cuando se habla de la modificación del Código de Aguas, ya que de manera inmediata aparecen los gremios empresariales aludiendo a las faltas de certezas jurídicas para los negocios rurales.
 
Nunca se les escuchó hablar, a esta “guardia pretoriana”, acerca de la necesidad, por ejemplo, de implementar una renta universal o de diseñar una política de seguridad social, a la altura de los países de la OCDE. En todas estas conversaciones y retóricas lo que ha predominado es el apocalipsis que se avecina, las plagas que se dejarán caer. Es decir, una campaña del terror de proporciones mayúsculas.


La coyuntura de la agenda neoliberal

Desde la presidencia del Senado, a propósito de la propuesta de “mínimos comunes”, se ha comenzado a hablar acerca de la necesidad de construir una agenda de desarrollo que no se base en los lineamientos del neoliberalismo. ¿Qué quiere decir esto, que ha sido tan discutido por esta “guardia pretoriana”? En efecto, desde distintas tribunas han salido personajes (ex ministros y subsecretarios de hacienda, de economía, profesores de diversas universidades, comentaristas habituales de programas de televisión, presidentes de los más grandes gremios empresariales, etc.) a cuestionar el sentido y rumbo (hacia dónde quiere ir) de la agenda no neoliberal ¿Acaso pretenden cambiarse del sistema capitalista, se preguntan los más osados?

¿Qué se quiere cambiar?
Lo que se pretende cambiar, es la agenda de desarrollo que comenzó a finales de la década de los 70 y principios de los 80, durante la dictadura cívico-militar. Las llamadas siete modernizaciones con que se instauró en Chile la agenda (ultra) neoliberal. Nos referimos a la reforma laboral, que hasta el día de hoy no solo impide la negociación por rama productiva, sino que mantiene las tasas más bajas de sindicalización en toda la historia del país; a la reforma previsional que terminó con el sentido de solidaridad intergeneracional y nos impuso, hasta el día de hoy, a las AFP; las reformas de salud y educación que instalan la arquitectura para la privatización de ambos servicios; la modernización de la justicia y la administrativa, que creó la división del país en regiones relacionadas con las divisiones del ejército, ajenos a una identidad y construcción social. Por eso los números para referirse a ellas.
 
A través de esta agenda neoliberal, se orienta al mercado para que avance hacia todas las esferas de la vida social, y, simultáneamente, a la reducción del Estado y la atomización de la sociedad civil. Lo más importante para esta agenda neoliberal, se relaciona con mercados que se extienden, sin mesura, a toda la sociedad, política y naturaleza.


De esta manera, estas medidas significaron el desmantelamiento de las empresas públicas, además de la derogación en 1979 de la ley de desarrollo urbano, que implicó, hasta el día de hoy, dejar el mercado del suelo sin regulación, conformando de esta manera un paraíso inmobiliario para la industria y empresas de la construcción. Desde la venta de parcelas de agrado a la instalación de condominios en los terrenos más aptos para la agricultura.

En la misma lógica, y como si no bastará con estas medidas, en el año 1980, se deroga el decreto que obligaba a las empresas constructoras a invertir en colectores de aguas lluvias producto de la construcción de nuevos conjuntos habitacionales. Y para hacer más explícito la influencia del mercado en la desigualdad territorial y segregación urbana, se crea, por la misma fecha, el Fondo Común Municipal, que ha permitido, hasta la fecha, la existencia de comunas de primera, segunda, y terceras categorías.
 

Por la misma fecha, 1980-81, se promulga el Código de aguas, que en lo fundamental separa la tierra del agua, incorporando de esta manera, el mercado a las tierras relacionadas con la reforma agraria. Aunque existían derechos privados sobre el agua antes del 81’, los códigos previos restringían la creación y/o funcionamiento de un mercado de aguas, otorgando un significativo papel rector al Estado. A partir de ese año, el papel rector se trasladó al mercado, transformándose en otro instrumento más de desigualdad social.

¿Qué sucede entonces con los Campesinos sin derecho a agua? Se quedan sin respuesta. Lo mismo ocurre con aquellos pobladores trasladados, más bien erradicados, desde las comunas del barrio oriente a otras comunas recién creadas como la Pintana, (1984). En efecto, en virtud de conceptos como homogenización urbana y concentración de enemigos internos, relacionados más con la seguridad interna que con planificación urbana, miles de personas son trasladados a viviendas y conjuntos habitacionales de no más de 50 metros cuadrados, sin infraestructura social, educacional, de comercio y finanzas.

Estos pobladores, que “afeaban” las comunas del sector oriente, se ven obligados a vivir en barrios altamente segregados, en terrenos anegados en los inviernos porque no se construyeron colectores de aguas lluvia, también se han quedado sin respuesta durante todos estos años. No califican para esta agenda de desarrollo neoliberal. El mercado los expulsó de sus territorios de origen.

Al respecto, una columna de un diario electrónico, se refería a este tema: “Cuando vuelven a aparecer los necesarios debates sobre segregación urbana, cuando volvemos a discutir sobre pobreza y seguridad pública y nos preguntamos de donde viene nuestra actual configuración territorial tan desigual y por qué razón no hemos podido cambiarlas, cabe preguntarse si lo que vemos son marcas en el espacio o en realidad son profundas cicatrices territoriales producto de un sistema neoliberal que está lejos de ser desmontado. “

La pregunta por el rumbo o dirección de esta agenda: ¿hacia dónde se quiere ir?
Algunos de los miembros de esta “guardia pretoriana” preguntan a través de los medios (oficiales y oficiosos), de manera irónica, por el rumbo de la agenda no neoliberal, como queriendo decir, “quieren cambar el sistema capitalista y están mirando hacia Corea del Norte, Venezuela, Cuba, como otra forma de dejar instalada una campaña del terror.

Tenemos que decirles a estos representantes del neoliberalismo, que no deseamos cambiar de sistema. Sí de modelo. ¿Por qué no nos preguntan si queremos parecernos a Corea del Sur, Singapur, Portugal, Australia, Nueva Zelanda, Canadá, España, Suecia, Finlandia? Todos países que funcionan en un sistema capitalista, pero con un rol del Estado fuerte, con derechos sociales asegurados y una economía social de mercado.

Ese es el rumbo una agenda no neoliberal. Una agenda donde el costo de la permanencia del modelo y fundamentalmente de la actual crisis, no la paguen los pobres y la clase media, con sus recursos, provengas estos de sus fondos de cesantía o de su ahorro obligatorio de las AFP. Donde las ideas de competitividad, individualismo y libre mercado, defensa de la propiedad privada, no estén por el sobre el bienestar común, y por cualquier otra consideración económica que se relaciones con la colaboración y cooperación.
Una agenda que no considere como “normal” que el mercado asigne o dictamine que 600 mil personas vivan en campamentos sin ningún tipo de infraestructura de servicios (electricidad, agua potable, alcantarillas). Una agenda de desarrollo donde tampoco sea normal que en medio de la peor pandemia sanitaria que afecta al mundo, los grupos económicos más poderosos del país, crezcan de manera desproporcionada, incluida la fortuna del Presidente de la República. Estos grupos ganadores, a través del poder de los medios de comunicación y redes sociales, muestran sus estilos, beneficios y formas de vida sin pudor ni desparpajo alguno.

Por otra parte, nos preguntamos, ¿qué agenda se preocupa de los perdedores, de aquellos que carecen de capacidad de consumo? Aquellos endeudados, degradados y humillados en su autoestima que ven como el país, y el gobierno, en un contexto social y económico de la mayor vulnerabilidad, les da la espalda, haciéndolos competir para recibir un par de migajas.
Nada dice esta guardia pretoriana, acerca de la institucionalidad económica (ultra neoliberal), opaca, ocultándose detrás del lobby, para que los grandes grupos económicos mantengan sus ventajas (colusiones) y ganancias. Donde detrás de una aparente competencia, se esconde una feroz concentración de negocios, finanzas, banca, resultando perjudicados los consumidores de todas estas industrias. Como lo expresa una connotada economista, los “Mercados concentrados y poco sostenibles no son compatibles con democracias pluralistas y estables”

De esta manera, se ha venido configurando en el país, a propósito de las vulnerabilidades, de la crisis sanitaria y económica una suerte de Sociedad del descenso. Es decir, un modelo donde prácticamente sea imposible acceder a dinámicas de movilidad social. Sin ir más lejos, conforme a un reciente informe del Banco Mundial, a lo menos 2.500.000 personas pertenecientes a la clase media, han descendido de su estrato social, para pasar a ser pobres.

Esto significa que, como en los inicios del siglo XX en el país, vuelve la cuestión social ya que los derechos sociales y económicos del ciudadano se ven una y otra vez pisoteados. Y esta es otra consecuencia más de la implementación en Chile del modelo y agenda neoliberal. A estos temas debería abocarse esta guardia pretoriana. A tener respuestas y soluciones respecto a que cómo es posible, que en las primeras décadas del siglo XXI, la desigualdad y vulnerabilidad social en el país, tenga prácticamente a cerca de un 80% de la población sumida en las incertidumbres económicas y sanitarias, producto de la pandemia del Covid-19.

Esta es la agenda de desarrollo neoliberal, que descansa en salarios apenas por sobre el umbral de la pobreza, con la población endeudada, con pensiones miserables, que se pretende cambiar.

Entonces, ¿ qué tipo de Estado esperamos con una agenda de desarrollo NO neoliberal
Lo decimos de una manera clara y contundente. No queremos más un Estado de carácter subsidiario, funcional a esta agenda y modelo neoliberal. Aspiramos a un Estado social, ya que, entre otras cosas, protege ante el azote de la pobreza y la vulnerabilidad social: “Es, ni más ni menos, una fuente de solidaridad, gracias a la defensa que proporciona contra los horrores de la miseria y la indignidad…es decir, ante el terror de ser excluido, de ser arrojado por la borda del cada vez más acelerado vehículo del progreso, de ser condenado a la “redundancia social”, despojado del respeto debido a un ser humano y ser considerado un “desecho humano”.

Ya que, en una sociedad como la nuestra, cuando el principal mecanismo de integración es el consumo, debe existir una instancia que defienda a los ciudadanos del “daño colateral” que genera la desigualdad, el infortunio, tal como lo estamos viviendo en este tiempo.

Y esto significa, que para que un Estado sea social (y no subsidiario) debe promover el principio “comunitariamente” respaldado de prevención colectiva como protección contra los infortunios individuales y sus consecuencias. Ese principio -declarado- convierte la idea abstracta de sociedad en una experiencia vivida y sentida de comunidad, ya que reemplaza el orden del egoísmo, por el orden de la igualdad.