Oh I'm just counting

Retorno. Por Jorge Orellana Lavanderos, escritor, ingeniero y maratonista

Lectura de foto: La luna empalidece a la aparición del alba

De súbito, la lluvia restalló sobre el cristal del parabrisas.
Oculto tras impenetrables nubarrones, arrojó Dios al lago, un haz de luz.
Impávidos, dos cisnes continuaron navegando.
Como algodón de azúcar que el domingo solía premiar una semana
Una nube trajo su inacabada candidez…
La lluvia enlodó la tierra y manos curtidas recuperaron su lozanía.
Los dedos untan modelando el barro. El peso del alma humana, se hunde en el barro de la carne.   
La lluvia fertiliza la tierra y nace un alerce que vivirá mil años.
Perfume de bosque y musgo que trepa por el coigüe. Se oye el canto agónico de un pájaro.
Las raíces del olivillo se entreveran con los huesos de amantes cubiertos.
Como un hálito de infancia, la tierra está, y la tristeza hiere el aplomo…
Rumoroso mar de la fertilidad.
Islas, dominio de invasores españoles y despiadados corsarios, se esparcen errantes en perpetua prisión marina.
Dulce hedor de algas expulsadas con delicadeza por una suave marea
Olas que bañan guijarros de colores pardos, relucientes a la nitidez del aire.
Perros ladrando entre el desorden y el caos. 
Pálida luna, tímida ante la anunciación del alba.
Ambición y riesgo; detestable rutina; hastío matador del alma
La lluvia restalla sobre el parabrisas
Bendita tierra amada, girones de corazón manchado, prendidos a la lluvia    
Rostro cubierto de un piadoso llanto.  
¡Solo quien penetre al interior de esa alma!
Conocerá el tamaño de su soledad

Se detuvo en la esquina, frente al antiguo edificio del cine. Aunque desde hacía mucho, éste ya no operaba, la emoción lo envolvió y permaneció de pie, atrapado por las huellas que las películas que había presenciado en el viejo y descascarado recinto, le habían dejado para siempre.

Inexplicable, como todo aquello que al recordar, surge en nuestro espíritu, se presentó en su memoria, Shane, un pistolero reformado que, queriendo llevar una vida tranquila, llega; como desconocido; a un pueblo, y la película lo conecta con vivencias de su propio padre y sonríe a su melancolía.  

Extasiado en sus recuerdos, el azar lo transporta a una lejana tarde en que, efusivo, su padre, antes del término de la clase, fue a sacarlo para llevarlo al cine. “Los Cañones de Navarone”, era la película que no podía perderse. Ambientada en la Segunda Guerra Mundial, un comando debía desmantelar los cañones con los que - en un puerto natural del Egeo - el enemigo custodiaba Leros, la isla real del relato.

Con la referencia al Mar Egeo, su imaginación vuela al puerto del Pireo, en Grecia; y se deleita con la inconfundible silueta de Anthony Quinn, bailando en “Zorba el griego”, película basada en la novela de Kazantzaki, en que, a través del permanente conflicto humano entre razón y emoción, el escritor narra la historia de un hombre apasionado por la vida, cuya peculiar conducta influye sobre un introvertido escritor inglés…  

Suspendido de toda cavilación y libre de aprensiones, disfrutaba su íntima nostalgia, cuando otro hombre vino a saludarlo efusivo. Al reconocerlo, comentaron que no se habían visto por más de 50 años, fecha en que se separaron del colegio en que habían sido camaradas. Luego del protocolar saludo, no pudo evitar hacerle la pregunta que lo corroía:

-¡¿Qué fue de Marcela?! Vinimos juntos un par de veces al cine – le indicó el lugar y sonriendo enigmático, agregó – “La Hija de Ryan” fue la última, y yo, salí enamorado, pero luego me marché y no volví a saber de ella. 

- Siendo tan hermosa – respondió el recién llegado - nunca se casó. Es tan extraña la vida; enfermó hace unos años, y murió hace poco.

Una sombra melancólica se grabó en el rostro del inquisidor, por lo que el infidente, preocupado del giro de la conversación, lo cogió de un brazo y lo guio hasta un bar cercano, del que pareció ser un asiduo cliente. 

- Debo confesarte – le advirtió antes que el otro saliera de la sorpresa – que paso aquí buena parte de mi tiempo, y este lugar ha llegado a ser refugio de mi hastío y del abuso de mi monótona rutina – añadió, mientras el garzón servía una botella de vino tinto junto a dos vasos de dudoso pedigrí.   

- Me sorprende lo que me cuentas, siento pena por Marcela y preocupación por ti. ¿Ha ocurrido algo nuevo desde que me fui?

- ¡Nada! Aquí nunca pasa nada. ¡Sí! Es lo que piensas ¡Soy un alcohólico! ¡Esa es la novedad! Tengo dependencia por el trago y me aferro a eso como única tabla de salvación - reveló con desmesurados ojos, como si él mismo estuviera sorprendido de su franco reconocimiento. Me debato entre la fatiga intolerable y mi insaciable sed. Cuando te fuiste, como un cobarde, yo opté por quedarme. 

- Me negaba a ser un tipo refinado. Necesitaba vivir y sentí el llamado de la calle. Me pareció que el tiempo que dedicaba a los libros era un desperdicio y que en ese mismo instante algo irrecuperable, inconmensurable, estaba ocurriendo en la calle y yo me lo estaba perdiendo. Ahí florecía todo el conocimiento que yo requería, y solo si acudía, develaría el misterio. De ese manantial provenían todas las acciones del hombre que mueven el mundo. ¡Tenía que ver la vida tal cual era! En su real crudeza. Irme, fue una imposición del alma. Vagué por calles salvajes y escudriñé en miles de rostros, para atrapar en un instante, los miles destinos que cargaban. Pero volví, atrapado por algo de lo que nunca podré desprenderme.   

- En el riesgo está lo que nos salva – siguió el dipsómano atribulado - frase, tan usada por intelectuales que no arriesgamos nada y que citamos como verdad. Admiro tu historia y muchas veces me he preguntado ¿Por qué, con igual formación, elegimos caminos tan distintos?

- Habita algo inexplicable en los genes, algo impenetrable - hostil incluso entre dos hermanos - que hace diferente nuestra percepción de un evento y que, al interactuar nuestro temor y deseo en diferente proporción, nos encauza a distintas resoluciones.  

- Al marcharte, asumiste un riesgo que yo no me atreví a enfrentar. Me quedé, deseando partir. ¡Esa misma sensación tuvo Marcela! Un par de veces me contó que no soportaba el pueblo y que, con gusto, se habría ido. Pero se quedó, incapaz de tomar una decisión. Sin detectarlo cuando ella vivía, me pasó lo mismo y me hundí en una botella.      

Sus párpados caídos ocultaban el cansancio de sus ojos ¿Cuándo reposa un hombre cansado? ¿Dónde encuentra paz un hombre atribulado? 

-Hemos vivido momentos de grandeza y felicidad, y solo Dios sabe que ha habido también miseria y sufrimiento y que las turbulentas y blancas aguas del río, alimentadas por la lluvia, se han oscurecido con nuestros pecados y con la abismante carga de nuestros desperdicios, que lo hicieron apestar abundante, interminable y bello, como la vida. 

La llegada del amanecer los sorprendió exultantes. La luna, majestuosa, se reflejaba sobre la reposada bahía, iluminando un barco blanco con líneas rojas. Una insoportable ansiedad se apoderó de los amigos.

- Por favor ¡Cuéntame acerca de la muerte de Marcela! No aguanto más, no saber cómo ocurrió.    

- La encontré en su lecho, días después de muerta. Asfixiada, en estado de ebriedad - dijo el doctor - por los vómitos de la bebida, a la que era adicta.