Oh I'm just counting

Sismo en la iglesia católica chilena: una cuestión de fe. Por Marcos Borcoski, periodista

Creo que nunca, en mis casi 50 años de periodismo, me había detenido por tan largo tiempo a pensar cómo abordar un tema como el que ahora enfrenta la Iglesia Católica chilena y ello, por dos razones. Primero, porque esta sección la dedico habitualmente al temario internacional, rico en acontecimientos, muchos de los cuales son inquietantes. Me gusta lo internacional porque no veo en los medios chilenos, excepto algunas muy honrosas excepciones, comentaristas, analistas internacionales que se aboquen a lo que periodísticamente se entiende como análisis, examen a fondo de determinados acontecimientos y no solamente una entrega de sucesos. La segunda razón es que quería ver cómo se desarrollaba todo, un escenario similar a una novela por entrega, episodio tras episodio o como esas series de la TV en que tras el título principal se dice “Hoy presentamos…”

Me refiero al terremoto, al sismo con características de tragedia inconmensurable, que sacude a la Iglesia Católica en Chile. Aunque en rigor no es la iglesia la afectada, porque la Iglesia la conforman los fieles y no quienes la administran y bastante mal si observamos el escenario actual observamos.  “Señor, no mires nuestros pecados, sino la fe de tu iglesia”- se dice en misa. Mientras los fieles, desorientados, pasmados, abismados, ven como lo que creían prístinamente transparente y de un blanco absoluto, se va transformando en una fosa cada vez más negra, más siniestra.

Las denuncias de abusos contra menores que tardaron años en conocerse, que tardaron décadas en ser escuchados, que durante décadas gran parte de autoridades de la curia, taparon, cubrieron con un manto sucio y dio la espalda a hechos ciertos, pensando que nunca la verdad afloraría. Pero de pronto todo estalló y esta verdad se conoció. Hubo voces que se levantaron para acusar directamente a los curas pedófilos y a quienes les apoyaban con el solo hecho de tratar, intentar, dejar todo así nomás…que nadie supiera nada.

Pero quien encendió no sólo las polémicas, sino que los hechos en sí, fue nada más y nada menos que Francisco, el Papa.  Primero, puso en duda lo acontecido bajo las alas del catolicismo en Chile; respaldó y se abrazó en público con uno de los obispos acusado de encubrimiento de los actos de pedofilia. Encaró a los periodistas cuando estuvo en Chile y les espetó con furia contenida que lo que se estaba denunciando eran habladurías y recuerdo sus palabras exactas: “El día que me traigan una prueba contra el obispo Juan Barros, ahí voy a hablar. No hay una sola prueba en contra. Todo es calumnia ¿Está claro?", dijo Francisco.

Me pregunto: ¿Cómo podría un abusado de este tipo presentar pruebas? ¿Qué pruebas quería Jorge Mario Bergoglio? Sórdida petición.

Y antes, cuando los fieles de Osorno cuestionaron y acusaron de encubridor al obispo Juan Barros, Francisco les trató lisa y llanamente de “tontos” y comentó que las acusaciones estaban “armadas” por los “zurdos”, refiriéndose a quienes tienen una postura política de izquierda.

Es difícil imaginarse que un Pastor pueda tratar tan duramente a su rebaño. Surgió toda la rabia que un prelado de su altura no debería tener o, al menos, no lucir en público. Y con eso se ganó la distancia, la santa molestia de los feligreses en contra de su pastor. Durante su visita a Chile, todo lo sucedido le pasó la cuenta.

Las explanadas que se habían preparado, los lugares de reunión de los feligreses, los desplazamientos del Papa –que dicho sea de paso costó a los chilenos 10 mil millones de pesos-- estuvieron muy disminuidos en asistencia, en comparación con el recibimiento que tuvo su antecesor, Juan Pablo II. Pero la verdad tiene su hora y los porfiados hechos, las acusaciones con nombres, apellidos y cargos, fueron tan macizos, tan claros y precisos que una vez en el Vaticano, Francisco tuvo que tomar lo que en Chile llamamos” caldo de cabeza”, es decir, repensar su postura y escuchar la voz de la verdad. Dolorosa, pero verdad.

Y por eso envió a un representante vaticano para que recibiera a tres de los denunciantes de abusos y que habían sido ignorados. Porque fueron ignorados durante décadas. Francisco les invitó a su reinado y según dijeron estos, les pidió el perdón por lo dicho antes y se argumentó que había sido “mal informado”. Pero si trató de tontos a los feligreses de Osorno y se molestó con los reporteros cuando pidieron su opinión y además se paseó por Chile junto al cuestionado Obispo Barros ¿Qué quería? ¿Qué le aplaudieran?

La Conferencia Episcopal en grupo tuvo que viajar al Vaticano para reunirse con el Papa y se decía que en esa reunión se tomarían decisiones respecto al prelado chileno. El Obispo Fernando Ramos reconoció que llegaron a su encuentro con Francisco “con dolor y vergüenza”.

Pero, sean cuales sean las medidas, sanciones o castigos que Francisco adopte, el daño está hecho. ¿Cómo restañar las heridas que todo lo sucedido, con el Papa a la cabeza, ha dejado? Y me refiero no solo a quienes fueron víctimas de abusos sexuales por parte de miembros de la curia, sino de los fieles, de los feligreses que han observado como todo aquello que los prelados han predicado durante la historia, se trizó, crujió bajo sus pies y la se quebró la confianza…porque la confianza se pierde sólo una vez.

No digo que todos los sacerdotes estén envueltos en esa situación de pesadilla dantesca y dramática situación. Pero si el jefe el Papa Francisco, apoya con gestos públicos a un prelado acusado de encubridor de tales actos y luego se desdice y pide perdón… ¿Qué se puede pensar? 

No sé qué dirían personajes como el Cardenal José María Caro, monseñor Raúl Silva Henríquez que fue un valiente gladiador opositor el régimen militar en Chile, o que diría Fray Alberto Hurtado que se dedicó a rescatar a niños huérfanos o abandonados desde las riberas del río Mapocho y luego los educó y transformó en hombres de bien. Si los tres nombrados, ya fallecidos, hipotéticamente observaran lo que ha sucedido ¿Cómo reaccionarían? Creo que llorarían. La religión católica se basa y ha postulado la fe. La fe es su gran capital. Y esa fe es la que, como consecuencia de estos actos deleznables, muchos católicos han perdido, y la han perdido quizás, para siempre