Que la democracia y la libertad no lo engañe, dice la popular artista. Estamos colonizados y cualquier cambio cultural profundo tardará en llegar entre 20 y 30 años. Por Luis Casanova R.
Malucha Pinto dicta sentencia: “La gente no sabe que estamos en una dictadura”
La actriz de teatro y televisión Malucha Pinto (62) lucha por remecer las conciencias hasta cuando recuerda a la tierna Priscilla de la inolvidable sección “Los Eguiguren” de Sábados Gigantes.
En un café del barrio Bellavista dialogó con Cambio21. La obra que recuerda un caso de derechos humanos que la involucra personalmente y su cercanía con el simple chileno de a pie son su principal tanque de oxígeno dentro de un mundo contaminado por el consumo y la desidia.
Vaso medio lleno
- Cuéntanos sobre tu trabajo teatral del que mucha gente no tiene idea.
- Nuestro colectivo “Aracataca Teatro” tiene doce años de existencia. Y en todo este tiempo nos hemos dedicado a intentar recuperar la memoria histórica. Trabajamos en poblaciones emblemáticas, que son fruto de tomas de terrenos desde 1957, fecha de la primera toma exitosa, que fue en La Victoria, para después seguir con Eduardo Frei, la Unidad Popular, etc. Con ese material hicimos dos montajes y un libro. Luego trabajamos con comunidades de personas en situación de discapacidad. Así nace la obra, de la inquietud por poder dialogar en Chile, con la gente y poner al teatro al servicio de las personas, para abrir una conversación ciudadana y volver a reconectarnos, redescubrir y revalorar nuestra identidad luminosa.
- ¿Cómo se gestó la obra “Mi abuelo Horacio”?
- Hace tres años, por una cosa bien personal (soy familiar de detenidos desaparecidos), se cerró el caso de mis primos (Mario Fernando y Nilda Peña Solari), aunque aparecieron culpables. Algo ocurrió ahí. Hicimos un homenaje en el Museo de la Memoria, donde me reencontré con muchas personas. Me impresionó ver a mucha gente que está mayor. Varios con los que trabajé se han muerto o están muy enfermos. Por eso que la sensación es que hay una deuda con un proyecto desde lo social y lo humano, como lo fue la U.P. con todo lo que ahí ocurrió. Nadie quiere hablar de la U.P., porque pasaron demasiadas cosas. A la gente la da pudor desde donde se habla. Se han hecho un montón de análisis que se establecen como verdades absolutas, pero nadie ha escudriñado sobre lo que fue la U.P., de dónde venía y que se venía gestando hace mucho tiempo.
- Todo eso les fue dando vueltas. ¿Por qué?
- Porque la gente se está muriendo y después quién va a dar los testimonios y quién va a hablar de la gente que ya no está. Así nació el proyecto “Memoria de la luz”, que se inicia con talleres de entrevistas en profundidad a familiares de detenidos desaparecidos y expresos políticos. De ahí salió el documental “Rastros de luz”, que se enfocó en la “Caravana de la muerte”. Pero teníamos ganas de trabajar en el espacio educativo. Por eso tomamos el caso de un detenido desaparecido, que fue Horacio Cepeda Marinkovic, e hicimos un cuentacuentos para mostrarlo en un colegio. Y partimos. Nos presentamos al 6% de los fondos de cultura del gobierno regional, trabajamos en escuelas y descubrimos una metodología con los chicos desde primero a cuarto básico, de quinto a octavo y de primero a tercero medio. Hicimos conversatorios. Antes trabajamos con los profes. Se creaban dibujos, murales y poesías y después exponíamos todo esto en lugares emblemáticos de Peñalolén, El Bosque y La Reina para que los ciudadanos de los vieran.
- ¿Cómo fue la reacción?
- Quedamos locos y enamorados y con la sensación de que si finalmente queremos hacer algún cambio en Chile, la verdad, yo no sé si se generan en las calles, pero sí deben partir en las escuelas, trabajando con los chicos para sembrar valores, instalar conversaciones, volver a reflotar la cultura de lo colectivo, la comunidad y el bien común. No es eso del “yo y mi gente, todos para mi lado”. Además, nos encontramos con directores muy interesantes con proyectos educacionales, lo que no se ve en el mundo donde uno vive. Aún queda gente apasionada, comprometida y con mística, chicos con opinión e inquietudes y grandes profesores. Fue tan grande la experiencia que este cuentacuentos lo convertimos en teatro y lo reescribimos para crear la obra “Mi abuelo Horacio”, que lo estrenemos en el Teatro Camino, con el que se han abierto hartas cosas también.
Vaso medio vacío
- En abril de este año apareció el análisis de los investigadores Juan Pablo Luna y Sergio Toro Maureira, quienes señalaron que en las poblaciones la política tradicional no tiene mucho acceso y que son otros los nichos que se han adjudicados ese espacio. Uno es el narcotráfico. ¿Tienen razón?
- Hay un duro contraste. Y nosotros, como hemos trabajado hace doce varios años, hemos visto esa transformación. Cuando comenzamos todavía había juntas de vecinos y dirigentes en las poblaciones “21 de mayo”, “La Victoria” y “La Bandera”. Existía un tejido social que funcionaba y que tenía un lugar. Pero a medida que ha avanzado el tiempo, efectivamente el narcotráfico ha ido ganando espacio y todo ese ímpetu que ganó la gente de organizarse, por ejemplo, contra la dictadura, curiosamente no lo han tenido ahora para defenderse los espacios públicos ante el narcotráfico. Y eso no ha ocurrido, porque los narcos han tenido la habilidad de involucrar a los pobladores, sea por miedo o por el dinero.
- El otro es el avance de los evangélicos.
- Ellos han crecido de una manera impresionante ante este vacío de sentido y de valores. El mundo evangélico propone y ofrece de algún modo una forma de pertenencia y de que vamos para algún lado.
- ¿Y cuál es la respuesta de la comunidad? ¿O no la hay?
- Lo que no sale en los medios es que sí se están gestando organizaciones juveniles, culturales, anarcas, teatro, música. Un mundo subterráneo, alternativo y medio invisible, muy cerrado que está ensayando otra manera de hacer política y de vincularse. Todavía no tiene la presencia y la fuerza que tuvieron en otros tiempos las grandes organizaciones poblaciones que provocaron importantes victorias para el pueblo. Pero es algo que se está moviendo, encontrando y desencontrando.
- ¿Qué hacemos con la política? Está partiendo la campaña electoral y siempre la gente se ilusiona con que alguna vez salga ganador, más que un candidato, alguna idea que haga cambiar los estilos de vida y los paradigmas del dinero. ¿Existe esta ilusión o habrá que esperar que otra generación lo haga en 20 o 30 años más?
- ¡Ay que atroz! Yo creo que esto es un cambio que da para largo. Con un profundo dolor y a lo que me he resistido como gata de espaldas te digo que finalmente ninguno de los conglomerados políticos que conocemos que están yendo a la carrera presidencial y el Congreso, pueden tener buenas ideas e intenciones e incluso lindas emociones, pero ninguno cuestiona el sistema. Y resulta que Chile está sembrando miles de pequeñas organizaciones sociales y gobiernos locales en los que se está gestando una nueva manera de hacer política, donde de verdad se está cuestionando el sistema. Entonces, ninguno se atreve en este momento y de frentón a enfrentarse al gran responsable del deterioro de este país.
- El discurso oficial es que no se puede hablar de deterioro, porque este país salió de la pobreza y ya pasaron 28 años del fin de la dictadura.
- Sí, pero resulta que en estos últimos dos o tres años estamos viendo las consecuencias en el alma de este país, en la educación, en la manera de vincularnos los chilenos, en cómo se distribuye la riqueza, en la matriz productiva y en dónde nos ubicamos en el contexto mundial. El resultado es el sistema neoliberal y de mercado a ultranza. Hoy día vivimos una dictadura mundial. Y eso es así. La gente no se da cuenta bajo esta supuesta libertad y en una súper-dúper democracia. Pero la verdad es que estamos colonizados.
“Todos peleando por un cupo”
- Un reportaje de La Segunda trató en profundidad el tema de los electores que están con Sebastián Piñera. Y según los expertos que comentaron el fenómeno, un sector de la ciudadanía que lo apoya se resiste a ser pobre y que ve en su figura de empresario exitoso un modelo a seguir. ¿Tiene que ver el modelo económico en esta visión?
- Absolutamente. (Tarda en continuar) La gran deuda que dejó la Concertación y luego Nueva Mayoría justamente ha sido… una puede entender, porque soy vieja, que todo es difícil y que las cosas cuestan por culpa de los poderes fácticos, pero dentro de ese marco se pudo haber hecho mucho más desde el punto de vista cultural en la educación, en la conversación, de no amputar el diálogo, por ejemplo, respecto a lo que es ser pobre.
- El asunto es que la gente no quiere ser pobre.
- Sí. Pero hay que preguntarse qué es ser pobre. Esa es una gran conversación. O qué es ser rico, qué es un país desarrollado y hacia dónde queremos desarrollarnos. Ese diálogo se tuvo que haber instalado. Haber encontrado mecanismos para no desarticular toda la organización que había en Chile, que era políticamente organizativo. Yo creo que ese ha sido el peor fracaso y la peor derrota pensando en la posibilidad de un país armonioso, amoroso, solidario e inclusivo. Eso no se va a lograr con pequeñas leyes, que sí ayudan. Pero tiene que haber un cambio cultural profundo, donde se cuestione el modelo de quién es el dueño de las cosas.
- Algunos de sus compañeros actores decidieron ser candidatos para acercarse más a la gente. ¿Por qué nunca quiso postularse?
- Uno nunca puede decir nunca, pero no es mi espacio. Yo hago política desde mi trinchera del teatro, a través de libros, charlas y otros mecanismos y maneras. El modo como se hace hoy la política es una locura. Todos peleando por un cupo (Frente Amplio). Es bestial. Yo te juro que veo cómo mis amigos queridos se transforman. Es muy loco. Tienen así un poco de poder y empiezan a cambiar y a alejarse de la gente y a mirar las cosas desde otra óptica. Todos los diputados, senadores y alcaldes debieran leer el maravilloso libro de Laura Rodríguez (líder humanista fallecida) que se llama “Virus de altura”. Es genial, porque es desde dentro. Ella se hace una mirada así misma de lo que le va pasando.
Los Eguiguren hoy
“Caroca y la Priscilla viajaron a Estados Unidos siguiendo al Conejo Martínez. En Nueva York vendían el ‘Chilean Ass Sandwich’, o sea sánguche de potito. La Priscilla lo ofrecía con una bandeja. Ambos se hicieron ricos y volvieron a Chile. Caroca tiene una flota de camiones y con la Priscilla tienen una universidad con fines de lucro. Los dos representan a este nuevo chileno sin educación y sin ningún sentido de los demás, felices con la plata, gozando, gastando y sintiendo que ya no son más pobres y pungas. Es más, miran a los pungas de forma despectiva. Mucha distorsión, pero siempre encantadores, con alegría de vivir, dándole la mano al pobre y siendo solidarios con el Pompi y la Pía Correa, que están en desgracia”.