1. Introducción
Desde el retorno a la democracia en 1990, el sistema político chileno se caracterizó por su relativa estabilidad, fundamentada en un esquema de coaliciones bipolares que dominaron la escena política. Sin embargo, en la última década, este orden se ha visto profundamente alterado. Un proceso de acelerada transformación ha derivado en una
marcada fragmentación partidaria y una creciente volatilidad del voto, reflejando cambios estructurales en la relación entre la ciudadanía y la política.
Para comprender y cuantificar estas dinámicas, este análisis se basa en dos indicadores clave: el Índice de Laakso-Taagepera, que mide la cantidad efectiva de partidos políticos, y el Índice de Pedersen, que evalúa la variación en la distribución del voto entre elecciones consecutivas. Estos cálculos, elaborados por investigadores del Proyecto Democracia Aplicada de la UMC con datos del Servicio Electoral (Servel), permiten traducir la complejidad de estos fenómenos en métricas comparables a lo largo del tiempo. Más allá de los datos numéricos, estos indicadores revelan transformaciones profundas en el sistema político: la descomposición de las alianzas tradicionales, la emergencia de nuevos actores y una creciente desafección ciudadana.
2. Fragmentación del sistema de partidos: el salto del 2021
El análisis de la evolución del sistema de partidos en Chile, a través del Índice de Laakso-Taagepera (N), revela una clara y acelerada tendencia hacia una mayor atomización.
2.1. 2013 (N = 6,32): un preludio al quiebre
Aunque el sistema binominal todavía imponía una moderación estructural, el índice ya mostraba un ascenso gradual. Esto reflejaba un sistema con seis a siete partidos relevantes. A pesar de las grandes coaliciones, las tensiones internas eran evidentes. La candidatura "outsider" de Marco Enríquez-Ominami en 2009 fue una señal temprana de la fragilidad de los acuerdos de élite, facilitando el triunfo de Sebastián Piñera en 2010 e iniciando el resquebrajamiento del modelo de la Concertación.
2.2. 2017 (N = 7,67): la reforma como catalizador
La reforma electoral de 2015, que reemplazó el binominal por un modelo proporcional inclusivo, actuó como un potente catalizador para la fragmentación latente. Al eliminarse las barreras de entrada, nuevos partidos, como el Frente Amplio, ingresaron con fuerza al espectro legislativo, alterando el equilibrio histórico. Las coaliciones tradicionales, Concertación - Nueva Mayoría y Chile Vamos, mostraron signos de desintegración interna, presentando candidaturas divididas que reflejaban una pérdida de cohesión significativa.
2.3. 2021 (N = 11,65): la explosión de la atomización
El salto dramático en el índice, que casi duplica el valor de 2013, evidencia una atomización y polarización sin precedentes. Este fenómeno se vio impulsado por la elección de un número récord de diputados independientes, que pasaron de 14 en 2017 a 36 en 2021. La desintegración partidaria se produjo en un contexto marcado por:
▪ El estallido social de 2019, que exacerbó la crisis de representación al cuestionar las instituciones políticas tradicionales.
▪ El debilitamiento de las identidades partidarias, llevando a los ciudadanos a desvincularse de los partidos y a buscar alternativas.
▪ La emergencia de liderazgos independientes, que fueron favorecidos por las nuevas reglas electorales y los pactos preelectorales parlamentarios.
▪ Cambios en la comunicación política, con las redes sociales consolidándose como plataformas clave, facilitando las campañas de nuevos actores al margen de las estructuras tradicionales.
3. Volatilidad electoral: el quiebre de 2019
El análisis de la volatilidad electoral a través del Índice de Pedersen complementa el de la fragmentación, revelando la creciente desvinculación entre el electorado y los partidos políticos.
3.1. Primer salto: 2013-2017 (12,21% a 19,96%)
En este período, el electorado comenzó a exhibir un mayor dinamismo en sus preferencias. La reforma electoral de 2015 facilitó la irrupción de nuevas fuerzas como el Frente Amplio, que logró capturar una parte significativa del voto desencantado. Esto se tradujo en un cambio considerable en la composición del Congreso y en la distribución de los votos, reflejando la creciente inestabilidad y la falta de lealtad partidaria del electorado.
3.2. Segundo salto: 2017-2021 (19,96% a 36,88%)
Este incremento sin precedentes en la volatilidad subraya la ruptura total del vínculo entre partidos y ciudadanía. Los factores que impulsaron este cambio radical fueron:
▪ Las movilizaciones sociales que, desde 2011, crearon un clima de crítica y descontento.
▪ Los escándalos de corrupción y financiamiento ilegal de la política (2015-2016), que erosionaron la legitimidad de los partidos.
▪ El estallido social de 2019 y el subsiguiente proceso constituyente, que representaron un quiebre total con el orden político preexistente.
Las consecuencias de esta volatilidad han sido palpables: una proliferación de actores nuevos y la consolidación de liderazgos ajenos a la política tradicional. Por ejemplo, en las elecciones municipales de 2024, fueron elegidos 103 alcaldes independientes, lo que demuestra la preferencia por candidaturas sin afiliación partidista.
Las causas estructurales de esta alta volatilidad son multifactoriales: crisis de representación, desestructuración de coaliciones y la desinstitucionalización del sistema de partidos. La caída del prestigio de los partidos fomenta la desafección ciudadana, las escisiones internas y la búsqueda de alternativas fuera de los canales democráticos tradicionales.
4. Conclusión
Entre 2013 y 2021, el sistema político chileno experimentó una transformación de gran magnitud. El aumento exponencial del número efectivo de partidos y la explosión de la volatilidad electoral configuran un escenario de desestructuración y desinstitucionalización.
Esta dinámica ha erosionado la capacidad del sistema para articular consensos, sostener coaliciones sólidas y responder eficazmente a las demandas ciudadanas. Si bien la fragmentación y la volatilidad pueden interpretarse como síntomas de una mayor apertura democrática, también plantean serios desafíos para la gobernabilidad y la legitimidad del sistema. La tarea de reconfigurar un sistema político que sea al mismo tiempo representativo, estable y capaz de generar acuerdos duraderos dependerá de la capacidad de los actores políticos para fortalecer los partidos y reinventar su relación con la
ciudadanía.