Por Antonia Paz
Desde el 9 de octubre, los recursos de reposición en la causa por colusión en la industria de los casinos de juego permanecen en una larga y devota espera ante el Tribunal de Defensa de la Libre Competencia (TDLC). Una espera que ya no se mide en días ni semanas, sino en temporadas. Con un poco de suerte, quizás llegue antes que se vaya el año. O del próximo Gobierno. O de la siguiente Navidad...
Porque en el TDLC, al parecer, las resoluciones bajan por la chimenea: sin fecha cierta, envueltas en papel de regalo institucional y con una nota que dice “paciencia, el mercado se porta bien”. Mientras tanto, los casinos investigados siguen operando sin contratiempos, acumulando utilidades como quien deja galletas y leche al pie del árbol: siempre desaparecen.
La ironía es festiva. La colusión —esa falta que en los discursos oficiales se presenta como el Grinch de la economía— se enfrenta con calma navideña. Nada de prisas. Nada de sobresaltos. El trineo va lento, no sea cosa que se derrame el ponche. Y así, los recursos duermen, los plazos se estiran y el mensaje al mercado se decora con luces: esperar es rentable.
Entre tanto, la Fiscalía Nacional Económica ya hizo su parte: investigó, acusó, puso los antecedentes sobre la mesa. Hace más de un ¡año!.
Pero el acto final parece reservado para una Nochebuena procesal que no llega. Tal vez el TDLC esté aguardando la lista de buenos y malos del Viejito Pascuero para decidir. Los malos siguen recibiendo regalos.
Y así, bajo el árbol de la libre competencia, se amontonan los paquetes sin abrir: recursos, alegatos, expectativas. Afuera, el mercado sigue girando; adentro, el reloj marca diciembre perpetuo. Porque aquí, la justicia económica cree en la magia: si no se mueve, igual pasa.
Moraleja navideña: en Chile, la colusión no se castiga, se espera con villancicos. Y si todo sale bien, quizás —solo quizás— el Viejito Pascuero deje una resolución antes de que se derrita la nieve… o antes de que el casino vuelva a llenar la mesa.
