Umberto Eco fue filósofo, semiólogo, novelista, comunicador, profesor universitario e intelectual de vanguardia y mucho más por su capacidad para superar las fronteras entre las diversas disciplinas y mantener juntos los sistemas filosóficos, los temas etimológicos y ontológicos, con los fenómenos de la cultura popular, lo sofisticado de la cultura con la vida cotidiana y llegar con ello a millones de personas en todo el mundo a través de una intensísima actividad intelectual.
Recordamos, desde la cultura de masas, “Apocalipticos e Integrados” de 1964, un libro determinante para la teoría de los mass media, estudiado aún hoy en todo el mundo, y donde confronta las posiciones y las razones, por un lado, del rechazo radical de la cultura de masas de los “apocalípticos” como Marcuse y el propio Adorno -tendencialmente ligados a una visión elitista de la cultura, desligada del curso de la historia y de los fenómenos sociales- y, del otro, de la aceptación optimista “integrados” como McLuhan que a partir del fenómeno de la TV pronostica la Aldea Global.
También el volumen de 1977 Kant e l’ornitorinco, compilación de ensayos con los cuales revisas sus propias reflexiones de su Tratado de Semiotica General y que abarca también las ciencias cognitivas, y la filosofía desde Aristóteles a Heidegger.
Pero es con su actividad de novelista y en particular con su obra El Nombre de la Rosa de 1980 donde Umberto Eco alcanza un éxito planetario. Ambientado en la época medieval en una gran abadía Benedictina del 1327, del Norte de Italia, donde transcurren controversias entre diversas órdenes religiosas y las discusiones entre espirituales y conventuales. La misma inspiración está en la base de El Péndulo de Foucault, típica novela de ideas, de las cuales Eco se inspira para desarrollar la historia de Léon Foucault, un físico francés del siglo XIX que inventa un mecanismo capaz de demostrar la rotación de la tierra, y donde narra una historia tejida de humor que atraviesa los siglos hasta nuestros días y con la cual obtiene un nuevo éxito literario.
Sin embargo, su última obra que es como su último respiro ya que aparece a una semana de su fallecimiento en Febrero del 2016, es una recopilación de columnas que en los últimos treinta Eco escribió en el semanario italiano L’Espresso, además de conferencias, apuntes plenos de ironía muchas veces registrados en las míticas “Bustine di Minerva”. Su título en italiano es Pape Satan Aleppe, una cita de Dante tomada del Infierno, o en su edición posterior “De la estupidez a la locura” subtitulado como Crónicas para el futuro que nos espera y también Cómo vivir en un mundo sin rumbo y que coloca a Eco en una gran sintonía con la elaboración del filósofo polaco Zygmunt Bauman y la liquidez del mundo en que vivimos.
Umberto Eco registra en estas crónicas su preocupación por lo que considera un mundo a la deriva, marcado por una crisis de las ideologías y de los partidos, por un individualismo desenfrenado y una sociedad líquida donde no es fácil encontrar el norte.
¿Hay un forma de sobrevivir a la liquidez? Se pregunta Eco, y responde que sí, pero a condición que nos demos cuenta justamente de que vivimos en una sociedad líquida que reclama, para ser entendida y quizá superada, nuevos instrumentos teóricos. El problema radica en que “la política y en gran parte de la intelligentsia aún no se ha comprendido la importancia del fenómeno.” Agrega que el postmodernismo implica la crisis de las “grandes narraciones”, de los “megarelatos ideológicos”, que creían poder sobreponer al mundo un modelo de un determinado orden.
Lo que está en crisis y desapareciendo, enfatiza Eco siguiendo a Bauman, es el Estado y con ello las ideologías, los partidos y en general la comunidad de valores que permitían a las personas sentirse parte de algo que interpretaba anhelos y necesidades.
Eco traduce las tesis de Bauman sobre la liquidez justamente en la crisis del concepto de comunidad, que da paso, nos dice, a un individualismo desenfrenado, a la competencia, al antagonismo que apaga el sentido de la solidaridad, todo lo cual crea un tipo de subjetividad que mina las bases de la modernidad y de sus características filosóficas.
Liquidez, para Eco, es la perdida de certezas en las instituciones que había sido “el centro” de la vida política, social, espiritual de la modernidad y del industrialismo por siglos. en el derecho, donde los tribunales son vistos como enemigos, y donde la respuesta que surge, al faltar todo punto de referencia, es el aparecer y el poseer, como valores, es decir, el ser simplemente conocido en el mundo de la TV y de las redes sociales , por las cuales Eco tenía un profundo desprecio intelectual, y el consumismo. “Desde hace tiempo el concepto de reputación cedió el lugar al de notoriedad. Cuenta ser «reconocido» por los propios similares, pero no en el sentido de reconocimiento, sino en el más banal por el cual, al verte en la calle, los otros pueden decir: «Mira, es él».
Eco sostiene que esta liquidez, vale decir el desarrollo del capitalismo en la fase de extrema abundancia de medios y productos, y del predominio de la postmodernidad valórica, crea un sujeto que hace del producto un objeto de deseo, pero efímero, porque este ya está obsoleto cuando llega a sus manos y, por tanto, lo obliga a pasar de un consumo a otro en lo que Eco llama “una verdadera orgía del deseo”. Del deseo como placer.
Por ello llama al filósofo polaco Zygmunt Bauman “la vox clamantis in deserto” asociándose a su elaboración sobre la sociedad líquida, la incertidumbre, la velocidad de los acontecimientos creada por una revolución digital de la información que reestructura el tiempo y el espacio en la vida de los seres humanos y donde todo se vuelve el ahora, el presentismo. como contexto de las pasiones humanas.