A la ambigua hora en que los viejos se entretienen alimentando palomas, se encontraron dos amigos en la plaza. El sol que se colaba deslumbrante por entre los edificios, impactaba sobre los cristales de los muros adversos y se reflejaba cegador.
- Te propongo un juego – Dijo uno de ellos a su habitual oponente político, con la intención tal vez, de derrotar el hastío.
- ¿De qué se trata? – respondió interesado el aludido.
- Tenemos distintas ideas, pero vivimos una instancia en que hay valores en juego y, para enfrentar al real adversario, debemos ir unidos.
- Coincido a plenitud contigo. ¡Adelante! Explícame el juego.
- Se trata de lo siguiente:
Cada jugador escribirá cinco afirmaciones que solo el otro calificará, con nota siete cuando la coincidencia con el planteamiento sea total, y con nota uno, cuando la coincidencia sea nula.
La respuesta se premiará con el número de fichas de la nota obtenida en el color elegido por su autor, y el resto, hasta llegar a siete, se complementará con fichas del otro color. Tus ideas se representarán por el color blanco y por el negro las mías.
A modo de ejemplo, si asignas a una de mis cinco frases un cuatro, esa respuesta ganará cuatro fichas negras y tres blancas, y si yo califico con un seis una de tus afirmaciones, la respuesta conseguirá seis fichas blancas y, solo una negra.
Ganará el juego, una vez recogidas de una urna el total de setenta fichas depositadas por ambos jugadores, aquel cuyo color supere la mitad de las unidades posibles, y al dueño de ese color, liderará la unidad que ambos hemos formado.
-¡Brillante! Solo veo un problema – dijo el otro, escéptico. Sin honestidad, el juego pierde su sentido. Solo se cumple, si cada respuesta, representa sin trampas, la franqueza absoluta de nuestras convicciones.
-También he pensado en eso – Replicó el creativo. Preocupa la honestidad del que responde y la desconfianza del otro. Aquello podría motivar que ambos, presionados por ganar, se empeñaran por calificar con bajas notas las aseveraciones contrarias, pero si somos bien intencionados, ambos, más que nuestro éxito, desearemos que del juego, florezca lo más noble de nuestro debate.
-Es verdad, pero… ¿Resultará?
- No, tienes razón ¡Creo que no! Nos arrastrarán nuestras pasiones, por lo que necesitaremos un árbitro que nos ayude a dirimir y que garantice la confiabilidad de nuestras respuestas.
- ¿Cómo podría alguien leer nuestro pensamiento?
- He pensado en consultarle a Dios. A Él, Imposible engañarlo. – Replicó ufano y convencido de la indiscutida lógica de su proposición.
- Pero Él se ha distanciado de la política. Desconfía ¡No aceptará!
Dudaron ambos, porque aunque la idea era atractiva y el argumento sólido, pareció que llegaban a una calle sin salida, y se encerraron en el mutismo del punto muerto, hasta que…
Un inusual humo azulado que, se elevó desde el suelo, los atrapó, y la sorpresa creció hasta el estupor, cuando una voz metálica, con claridad, les dedicó un gentil saludo, no exento de arrogancia y, con un evidente sesgo irónico.
-¿No me reconocen? – Preguntó el arrogante. Es cierto que mi vestido es novedoso, pero mi fragancia es auténtica y el timbre de mi voz insuperable, y por cierto, mi estampa deslumbra en gallardía – Replicó con estridente carcajada, cuyas notas se diseminaron por la plaza, que misteriosamente, se había vaciado.
-Creo que sí – Reaccionó intimidado el amigo, mientras el creativo miraba temeroso de haber sido responsable de invocarlo.
- A veces, continuó el visitante, que no era otro que el diablo, Dios está muy ocupado, y como le ocurre a los seres demasiado buenos, sufre de ingenua candidez, algo que en cambio yo, siempre alerta, aprovecho en ocasiones. Oí que lo invocaban y de inmediato quise presentarme a ayudar – Expresó tras una sonrisa irónica.
Una vez que le expusieron el juego que tramaban, el diablo con seriedad, y después de meditar un rato, estableció que para servir de mediador, debía establecer algunas condiciones.
-Lo que ustedes pretenden es, teniendo ideas diferentes, ponerse de acuerdo para definir quien lidera la lucha contra el adversario común. Si es así, de acuerdo al juego propuesto, ambos harán un ejercicio de honestidad en beneficio del bien común, y en respeto al compromiso que debe inspirar a un político. Tratándose de tan noble objetivo, el engaño sería una traición, y aunque no se me califica bien entre los humanos, nadie me acusará de complicidad con la deslealtad, por lo que arbitraré, pero si detecto traición a sus convicciones, la peor de todas, el desleal se irá conmigo y arderá para siempre en el fuego del infierno que personalmente avivaré – Rio con desvergüenza, y antes de perderse entre los árboles, les recomendó - ¡Háganlo simple! ¡Eso los salvará! Persistió en la plaza un inconfundible y penetrante olor a azufre.
- En qué lío nos metiste – Retó el amigo al creativo, mientras, aunque la temperatura había bajado, sudaban copiosamente.
- ¡La embarré con el jueguito! No hay otra opción que jugarlo - Contestó el creativo. Manos a la obra entonces – Propuso optimista.
- ¡Eso! ¡A jugar! Bastará con ser honestos.
Se separaron del escaño que habían ocupado junto al diablo, y distanciados, se abocaron a diseñar cada pregunta, con la que esperaron sorprender al amigo. Trabajaron por largo rato, y pareció que, deseosos por ganar, en vez de buscar lo esencial, se empeñaron en lo sofisticado, intentando inducir respuestas en el otro.
Ese espíritu sin embargo, de empeño por vencer a toda costa, no fue visto por el diablo con la honestidad que esperaba del juego, y en un desconocido lugar, comenzó a solazarse con la imposibilidad de los hombres por controlar sus acciones.
Efectuadas por cada uno, las cinco preguntas, ambos las intercambiaron y se dieron un plazo prudente para responderlas. Cada uno trató de leer la intención del otro, y temeroso de caer en una trampa, las respondió interpretando al otro, lo que dilató el proceso que se extendió hasta la tarde. Al terminar, vaciaron las fichas, desde la bolsa en que cada uno las había dispuesto, a la urna dejada por el diablo.
El día oscureció, cargado de nubes colgadas del cielo, cuando el diablo regresó para dirimir el resultado del juego. Ambos amigos se mostraban ansiosos, y el árbitro no detectó en ellos la serenidad del que, desaprensivo, espera confiado un veredicto, y se impulsó en su pecho la ilusión de que sería el único que resultaría victorioso.
Faltaba al diablo extraer la última ficha, que solo podía emparejar la cuenta, cuando de entre las nubes se abrió un claro en que apareció la imagen de Dios, que con voz grave, y ante el horror del diablo, sentenció: Los hombres que optan por internarse en luchas intestinas, en vez de elegir un camino común, pagarán la consecuencia de creerse superiores. Aquello suele ocurrir cuando falta un líder - Meditó Dios compadecido, tal vez sea hora de enviar a ese lugar de mi feudo uno verdadero, y desapareció entre las nubes. El diablo se había esfumado y de los amigos no volvió a saberse.