Oh I'm just counting

Unidad. Por Jorge Orellana Lavanderos, escritor y maratonista

Durante el doloroso éxodo de la familia Joad, desde Oklahoma hacia California, en busca de la “tierra prometida”, al estropearse en mitad del viaje uno de los camiones en que viajan, el abuelo sufre un ataque, muere y es enterrado, cumpliendo su anhelo de permanecer en su tierra.

Su hijo, el padre, toma el mando y, acuerda con su propio hijo la separación del grupo. Una parte seguirá en el camión bueno, y dos de ellos, luego de reparar el camión averiado, los alcanzarán más tarde.

Entonces, la madre - antes sometida a la voluntad del hombre - coge un fierro, y se rebela con determinación contra el marido.

No, ¡no permitiré que nos separes! Nuestra unidad, es lo único que nos queda, seguiremos juntos y llegaremos todos o ninguno. ¡Jamás aceptaré que nos separes!

Rígida, permaneció expectante, mientras el grupo vio con sorpresa decaer la actitud del padre, que desconcertado, cedió ante la madre que, a partir de ahí, se irguió con el liderazgo del grupo.

El párrafo, descrito por Steinbeck, en “Las uvas de la ira”, narra, durante la Gran Depresión, las peripecias de esa familia. La injusticia social adquiere un carácter obsesivo en el relato, que posee la virtud de convencer al lector, de la urgencia por cambiar las estructuras de la sociedad, con la esperanza de que algún día, la justicia se imponga entre los hombres. Para ello sin embargo, parece ser el epílogo ¡La unidad jamás debe perderse!

Una suave brisa, levantada en un páramo lejano, tal vez inexistente, merma en algo el calor reinante, y mientras en mi trote, reflexiono sobre la certeza de esa aseveración, desde entre los aromos que se nutren del río, asoma un extraño personaje capaz de leer en mi cerebro.  

- En Tailandia – dice, una familia de jabalíes retoza despreocupada en una pradera; desatentos, algunos de sus miembros se alimentan de la hierba y los más pequeños, juegan atrapando insectos.

- Desde el bosque, más allá de la campiña, un leopardo atisba sigiloso. Un improvisado viento mece la copa de los árboles en que se oculta el invasor, y un hálito, transporta el aroma del felino, alcanzando a los jabalíes, que reaccionan inquietos.

- Conscientes de que la huida dejará al más lento a merced del atacante, los adultos establecen un cerco protector en torno a los asequibles, que desde el centro, observan temerosos. El leopardo, que decide mostrarse, ante la determinación del grupo, gruñe resignado, y se retira.

- ¡Se confirma la sentencia! – concluyo satisfecho, la unidad como arma de defensa, y seguimos trotando río arriba. Luego de un rato, interrumpe el extraño, el prolongado silencio.

- En Botsuana, frente al delta del Okavango, hambrientos perros salvajes se unen para atacar a un impala, antílope de mediana estatura. Conociendo su velocidad, saben que un arresto individual por alcanzarlo será estéril, por lo que optan por un trabajo en equipo.

- Ubicados en posiciones estratégicas, los dogos se alternan para perseguir a su presa, operación que repiten recuperando cada vez su ubicación, hasta fatigar al impala, que extenuado, sucumbe ante los implacables acosadores, que reciben el premio a su perseverancia.

- ¡Se confirma la sentencia! - repito conmovido por la suerte del antílope, la unidad es ahora un arma de ataque, mientras él, cambia el tema.

- Es legítimo que un ciudadano luche con honestidad por representar a un grupo y es justo que, como resultado del intercambio de ideas, surja un vencedor; pero es obligación del perdedor ponerse al servicio del ganador.

Añadir eslabones potencia la cadena de la que forman parte, pues la unidad es un collar que resplandece con el brillo de sus abalorios, al igual que una organización lo hace con la diversidad de sus miembros.

- Ha ocurrido en el país – replico en un susurro apenas audible - justamente lo contrario, ¡Proliferaron los partidos políticos! Cada uno es poseedor de su propia verdad.

- Claro, en vez de unidad, se ha elegido un camino propio, lo que habla de egoísmo y se traduce en el inicio de cierta degradación.     

- Me alegra que vengas a correr conmigo, me salvas del individualismo al que puede inducirme el trote.

- El individualismo es un germen que la sociedad de consumo instaló en el hombre que, arrogante, reniega de los afectos, persiguiendo la satisfacción de un logro personal, olvidando que el verdadero bienestar se alcanza solo a través de un proyecto colectivo.  

- El dolor o el temor – murmuro, nos convoca al refugio solidario de la unidad, pero al recuperarnos, nuestra asombrosa capacidad por olvidar el pasado nos devuelve al individualismo.

- No dejes de trotar – me dice. La decadencia de un cuerpo se inicia con el sedentarismo – determina; y en un pueblo, se inicia con el individualismo, al perder la unidad. No es posible el desarrollo de una sociedad sin que se cuente con un proyecto colectivo.

- A temprana edad – le digo, mientras trotamos rodeados de armonía - un episodio natural me impuso esa verdad…

- Hubo ciertos indicios de alerta… cuando la mañana deslumbrante se tornó una tarde gris. Las nubes arracimadas, se colgaron de un cielo mortecino, que se recogió apático, olvidado de la suerte de la comunidad en la que yo era un niño pequeño.

- Luego de interminables intervalos de horror, y solo después de haber tocado el infierno cada vez que el cielo indolente a nuestra súplica nos aventó sin piedad, recuperó la ciudad un demoledor silencio.

- La desolación de las calles, la devastación de las construcciones caídas, las lenguas de fuego de las casas de madera tiñendo de rojo el cielo gris y la lluvia que arreció inclemente, confirieron a la ciudad la imagen que puedo reconocer en la tabla central del Tríptico de las Tentaciones de san Antonio, del Bosco.

- La angustia en los rostros que tanto admiraba, reprodujeron, con realismo desgarrador, imágenes de las pinturas de Brueghel, el Viejo. El horror de un castigo superior nos impuso la unidad.

 - Esa noche, en una de las casas que permaneció en pie, cada hombre se hizo cargo de un niño. Dormí abrazado a mi padre, y la unidad reinó en la casa, que se pobló de almas solidarias.  

- Cada día – consignó él, todo hombre se enfrenta a un desafío que le ofrece el abismo o la redención. ¡Oscilamos entre el cielo y el infierno!

Llegábamos a los aromos desde donde apareció mi compañero, por lo que sospeché que lo perdería, antes de aquello, le escuché esto último.  

- Ahora mismo, se presenta un gran desafío. Aún lejos de alcanzar la cresta, la segunda ola ya está aquí. Es obligación de la autoridad acoger las ideas para enfrentarla en unidad; deber de los políticos debatir con grandeza; y del ciudadano, respetar con fidelidad las decisiones que se adopten. Obtenida la unidad, lo obtendremos todo.