Oh I'm just counting

Violencia. Por Jorge Orellana Lavanderos

Inconfundibles aromas de otoño que bajan desde el cielo hasta la tierra traen sabores festivos al domingo; inefables rumores que el río arrastra en su rumbo ignoto; inexpresables susurros de los árboles que se pierden en la vaporosa brisa otoñal; inconfesables murmullos que escoltan la prisa de los hombres, y una hoja…, sumida en languidez, derrotada, conmueve a un niño que – al verla caer con resuelta desventura – se apiada de su suerte umbría y extiende una mirada torva al cielo, que en su fondo encierra la súplica por volver a verla brillar en el otoño siguiente como consecuencia del ciclo inagotable de la vida.
 
Me contagia el aliento de sereno tranco de muchos corredores que se adueñan de la calle y me hundo en mis sombrías cavilaciones:
Soy de izquierda: rechazo la violencia.
Es el título que ha puesto a una columna alguien al que admiro y aprecio. Tiene en mí a un amigo, pero no sé si lo somos, porque la amistad exige un acercamiento mutuo. Aquello sin embargo, no va a inhibirme de criticar su texto con honestidad y respeto, algo que nuestra índole en ocasiones impide, porque en las palabras, suele otorgar más privilegio a las formas que a la franqueza. Los pilares de la amistad se sustentan en la pétrea base de la sinceridad y las vigas que los unen iluminan el templo de su morada sólo cuando van provistas de la diáfana luz de la verdad, de otra forma, la amistad se pervierte hasta alcanzar incluso al servilismo. 
 
En tu alma, en la mía, y me temo que en la mayoría de los hombres, habita un pesado fardo de agresividad, inherente a nuestra naturaleza, que suele descargarse con inusitado descontrol. Si un agresor - en mi presencia - ataca a quien amo, reaccionaré violento, lo que envilecerá mi vocación humanista, y me empequeñecerá, porque denotará mi inevitable pecado ante el impulso incontrolable de un estímulo insoportable.
 
Mientras cavilo al trotar, de súbito, proveniente desde atrás con gracioso paso, se ubica a mi lado una joven de refinada belleza que corre con serena marcha ¡Se alejará de prisa! -Pienso angustiado. Temo que se aleje sin transmitirme el mensaje que una fuente extraña - ¡llena de misterio! - me anuncia que ha venido a dejarme. Le abordo, me acoge afable, dialogamos y flaneamos como si flotáramos sobre una alfombra mágica…
 
Sí -interrumpe de pronto con expresión colmada de sabiduría – ¡Hay agresividad en ti! Pero es fácil de vencer. El trote te hace frágil y extiende sobre ti un incuestionable manto de humanidad. Sorprendido de su acierto continúo a su lado en silencioso recogimiento.
 
-Te inquieta– prosigue con apabullante certeza – lo que ocurre en tú país – enfatiza el pronombre personal como si el país no fuera el de ella. Leí también el artículo que te aflige y atisbo tu desconcierto ante cierta imprecisión de su contenido. Aunque compartes su esencia de repudio a la violencia, algo en él te parece inquietante. Te perturba un sesgo del texto: ¿Ser de izquierda encarna por sí solo un rechazo a la violencia?  – Añade sin darme tiempo a reaccionar. ¡Lee mi mente!
-La historia registra casos que contradicen aquello – añado apresurado, corriendo a su lado.
-Te dejas perturbar – insiste ella, mientras a través de sus cabellos - que ondean brillando al sol - veo la imagen del Manquehue. Si te esfuerzas y sacudes tus prejuicios concluirás que el autor confiesa ideas de izquierda porque teme el severo e injusto juicio de ese sector, pero reniega de la acción violenta, porque ¡Le conoces bien! ¡Para él solo vale la fuerza de los argumentos! Sabes que es así. ¡Es tu propia desconfianza la que te mueve a la sospecha!
 
-Pero entonces – Logro meter baza – ¿Quién adscribe a ideas de derecha, puede decir lo mismo en cuanto a la violencia?
-Efectivamente – responde de inmediato. Toda persona inteligente que posea definidas convicciones políticas, nunca querrá imponer sus ideas por medio de la violencia, porque sabe que ¡Siempre! En el más breve período de un péndulo, esa trasgresión se volverá en su contra. ¡Los pensamientos que se anulan por la ignominia de la violencia renacen con fuerza! El hombre que con nobleza adhiere a la noble actividad política, de derecha o izquierda, detestará toda forma de acción violenta.
 
-¿Y tú? – inquiere rompiendo el prolongado silencio con voz aterciopelada que agita con dulces briznas mi alma. ¿Eres de derecha o izquierda?
- Depende – respondo con algo de frivolidad. La izquierda cuenta con una tradición de sensibilidad social, por lo que si se trata de proteger al débil en aspectos como la salud o pensiones adhiero a un proyecto que garantice a todos lo digno; pero aquello resulta estéril si se carece de recursos, por lo que para generarlos adscribo a ideas de derecha, con matices, advierto. 
-Nadie posee la verdad absoluta. Una buena política aplica criterios sin dogmas, inclusiva, pero no olvides que tu comunidad debe recuperar lo que nunca debió perder: Austeridad, Rigor y Prudencia.
 
La atiendo pasmado, con el fervor místico que nos encauza al corazón de una mujer, buscando algo desconocido, algo impreciso que no habita en mí, algo que me alumbra con esencia lúcida y me aleja del extravío aterrador.
Vuelvo la mirada hacia ella porque quiero registrar sus datos, pero al hacerlo, se me eriza el cabello y mi cuerpo se cubre de una escalofriante piel de gallina, perplejo, descubro que se ha encorvado, su cuerpo ha disminuido y parece haber envejecido muchos años.  Me aborda un intenso pánico que me fuerza a mirar mis manos y solo me tranquilizo al advertir que no han sufrido alteraciones. La observo de nuevo, pensando que soy parte de una pesadilla, pero compruebo desconcertado que quien viaja a mi lado es verdaderamente una anciana.
 
Al hablar, desde su enjuto rostro - que conserva como grotesco, el mismo lunar que en la cara de la doncella lucía coqueto – advierto, en reemplazo de la reluciente dentadura, su boca desdentada, y… ¡Me aterro! Ante el despiadado e incontenido paso del tiempo.
 
-Es posible- dice, que la causa de los males del conflicto que aqueja a tu país – enfatiza otra vez el pronombre, provenga de la envidia de unos y el egoísmo de otros. Me da mucha pena- reflexiona, mientras impone a su trote un ritmo endemoniado- que haya políticos que por conveniencia partidista provean esperanza a seres sumidos en desconcierto y alienten expectativas que el futuro contradecirá, y que intelectuales mediocres, siembren en sus espíritus alevosos sentimientos ilusorios. El progreso solo se alcanzará, cuando se aborde con generosidad, el complejo panorama de la educación. ¡Un educado jamás será un vándalo! No todos -continúa, los que integran un grupo político son buenas personas, algunas no lo son, y su influencia degrada al resto. Un militante honesto persigue la utopía de superar los límites de la feble condición humana Pero… ¡El hombre falla! ¡La convergencia de todos inspira a un demócrata!
 
He pasado mucho tiempo corriendo junto a esta mujer que con su deterioro ha consignado el estéril esfuerzo de los hombres, que seguirán errando, benévolos con sus ideas y críticos con las del resto. ¡No sé si comparto tanto pesimismo! Me dirijo a ella, pero acongojado descubro que no está, ¡Se ha esfumado! A modo de susurro oigo su voz por última vez. -Nunca olvides que el orgullo es el peor de los pecados, trabaja de corrido, y fue el que provocó la estruendosa caída de los ángeles...